¿Existe el Pinochetismo? 3
[Mi última intervención en las reflexiones, y debate, sobre una definición ‘inofensiva' del pinochetismo -una definición que pudiese ser aceptada por pinochetistas].
Pablo, creo que muy importante en mi argumentación es que si aceptaras unas de las posibles definiciones propias de un pinochetista, harías en primer lugar violencia a las definiciones propias de otros participantes en el proceso y, claro está, a la realidad. Por ejemplo, si pretenden que ‘salvaron a Chile del comunismo', tendrías que aceptar que eso efectivamente fue así o que tiene algún viso de realidad, lo que sería imposible de probar. Tendrás que aceptar sus evidencias de que los marxistas planeaban una revolución violenta o un golpe de estado, y esas evidencias no existen. (El Plan Zeta, el producto de una mente distorsionada, no podría ser tomado en serio). Tendrás que aceptar que las víctimas de la dictadura fueron comunistas descubiertos cuando planeaban un golpe de estado o una revolución o atentados terroristas, mientras que sabemos que los detenidos, en su inmensa mayoría, no eran ni comunistas ni marxistas -y sabemos que los que sí eran comunistas o marxistas no habían cometido delito alguno que justificase que fuesen tratados del modo que lo fueron. O sea, tendrías que hacer tuya la transformación del concepto ‘detenido desaparecido' (inocente) en ‘terrorista comunista ejecutado'.
La idea de que un ‘comunista' o un ‘marxista' es un enemigo que debe ser eliminado, es un concepto intratable y sobre todo ajeno al universo conceptual, epistemológico, donde crecimos todos. No comete alguien un delito por pensar que una mejor sociedad debiese basarse en la propiedad colectiva de los recursos vitales. Alguien -un ciudadano con nombre y apellido y domicilio conocidos- comete delito cuando incurre en alguna de las conductas tipificadas como tales en el aparato jurídico de nuestra sociedad. Ser ‘comunista', ser ‘de izquierdas', no fue antes un delito -y, de acuerdo a la letra, tampoco lo fue durante la dictadura. (Lo que muestra de paso que la dictadura chilena, como otras, actuaba con dos legislaciones -una secreta y otra pública-, que aplicaba sistemáticamente).
A menudo los pinochetistas utilizan como argumento que en Chile reinaba el caos y un clima de guerra social. Y que poner fin a ese caos era el objetivo del golpe de estado. Todo esto es muy discutible. El presidente Allende, según sabemos ahora, quería llamar a un referendo que habría dirimido definitivamente el asunto. Había incorporado a militares en su gabinete justamente para formar un gobierno de unidad nacional. Pero Estados Unidos y la extrema derecha se oponen a una solución pacífica, fundamentalmente porque entienden, y temen, que los resultados electorales sigan favoreciendo a candidatos comprometidos con las reformas del país, y eso es lo que hay que destruir. Muchos esperaban que la intervención militar duraría poco tiempo y que pronto se llamaría a elecciones; nadie imaginaba, creo yo, la brutalidad, irracionalidad y crueldad del gobierno de Pinochet. A este le habían ofrecido el oro y el moro por su participación, y no podrían sus patrones apartarle así como así después del golpe. La violencia y crueldad de Pinochet se deriva en parte de su necesidad de demostrar que estábamos en guerra, y para ello era necesario torturar y matar, con el fin de atemorizar a los ciudadanos, provocar resistencia e impedir toda reconciliación. Había que matar para producir víctimas y cadáveres y demostrar con ello que estábamos en guerra.
Otro punto en la defensa del pinochetismo es el que supone que hubo excesos. Y que esos excesos deben ser olvidados o perdonados y/o que sus autores deben ser llevados a justicia. Este es un punto difícil: la confesión de un miembro del equipo de criminales del general Contreras, de que sacaban los dientes de oro y otras pertenencias de valor a los detenidos asesinados y que iban a hacer desaparecer, presumiblemente con el fin de venderlos. Es imposible imaginar que Contreras mismo, el jefe máximo, no estuviese enterado de la práctica, si se considera que, según el testimonio, varios agentes se encargaban de esta tarea. Pero el problema es que el tipo de delitos de los que se hicieron culpables los militares y agentes y otros cómplices de Pinochet, son delitos que no pueden ser perdonados ni olvidados, hasta tal punto que nuestra legislación (la anterior y la nueva) los tipifica como de ‘lesa humanidad' y son, por tanto, ‘imprescriptibles'. Que estos monstruos no fueran procesados durante la dictadura, y que los partidarios de la dictadura defiendan a estos esperpentos, dice todo sobre el importe moral del gobierno autoritario. Pero el problema grave es este: ¿por qué debiésemos ignorar nuestras propias leyes y las internacionales, y violentar nuestras ideologías morales justificando o perdonando a seres como estos criminales que, hablando generosamente, ya debiesen haber sido juzgados y encerrados a perpetuidad? ¿Por qué debiésemos suspender nuestro juicio moral?
Es probable que el único refugio posible de una definición inofensiva, sea la de nacionalista. En ese caso, habría que detenerse a pensar en la coherencia de la afirmación, considerando las evidencias de que disponemos sobre el trasfondo del golpe de estado. Y quedaría por explicar cómo o por qué surge un movimiento nacionalista en un contexto histórico en que el país no se encontraba en peligro frente a poderes extranjeros -excepto, obviamente los intereses que Pinochet resolvió servir.
Obviamente soy partidario del diálogo, que es evidentemente la base de la vida política. Pero cuando se trata del pinochetismo no estamos hablando de política. Estamos hablando de un grupo de gente que cometió crímenes sin nombre, el peor de ellos el asesinato de tres mil ciudadanos chilenos, y que son delitos de naturaleza tal que no pueden ser justificados por las circunstancias. O sea, estamos hablando de un grupo de delincuentes o de seres patológicamente pervertidos, no de políticos. A los delincuentes se les exige que se sometan a justicia y colaboren con ella, con la promesa de que tras el cumplimiento de la pena, podrán volver a la sociedad. Eso se exige a los pinochetistas.
No entiendo la preeminencia del diálogo. Al contrario, creo que la verdad y la justicia son principios básicos, haya o no diálogo posteriormente. ¿Puedo uno hablar de diálogo cuando trata con criminales? Yo creo que no. El diálogo con criminales pertenece a la esfera de lo judicial; es asunto de jueces, fiscales y abogados y testigos, que son categorías muy específicas de ciudadanos. No veo el motivo para dialogar con delincuentes y criminales, excepto en el ámbito restringido de los programas de rehabilitación, privilegios carcelarios y ese tipo de materias. Dejando de lado los aspectos morales, desde un punto de vista práctico, ¿a santo de qué vas a dialogar con esa gente? El mal es poco interesante.
[Creo que la manera en que son tratados los pinochetistas en Chile, ilustra el modo en que el país se ha convertido en un país con gran tolerancia de las aberraciones morales. Aquí hay un partido pinochetista tolerado y que incluso participa en elecciones, mientras que en la mayoría de los países europeos estaría probablemente prohibido y sus dirigentes estarían en la cárcel o permanentemente compareciendo ante tribunales, porque las legislaciones europeas penalizan la difusión de estas ideologías totalitarias, lo que, por ejemplo, incluye cosas como la negación del Holocausto.
En Chile negar los crímenes de la dictadura no es un delito. Elogiar o ensalzar al gobierno militar tampoco es un delito. Insultar o difamar la memoria de las víctimas y sus familiares, como lo hacen algunas gárgolas de este portal, tampoco es un delito. Han pasado más de treinta años, y aún continúan, presuntamente, los juicios, todavía caminan criminales por las calles del país, y todavía no conocemos el destino y sepultura de muchos de los detenidos desaparecidos.
La idea de dialogar con esa jauría de chacales provoca escalofríos.]
Creo que no tengo nada más que decir sobre este asunto. Pero, pienso que sería muy interesante que alguien desapasionado interrogase por ejemplo a un pinochetista y lo confrontase directamente con sus contradicciones y sin sentidos, sin ánimo de provocación, sino como meras constataciones de una serie de conductas. Yo he tratado de entrevistar, incluso de sostener un diálogo más desapasionado y coherente con pinochetistas, y me ha resultado imposible. A poco de andar la conversación, ya te encuentras con afirmaciones dudosas o no comprobadas, y escandalosas contradicciones o incoherencias. Esto quiere decir, creo, que las definiciones de sí mismos de los pinochetistas (así como de otros) deben variar enormemente, con lo que una definición parecería a otros pinochetistas insuficiente, errónea o engañosa. O sea, que la definición debería satisfacer tanto a los que niegan los crímenes, por ejemplo, como a los que los reconocen pero ensalzan -que son posturas enteramente antagónicas. Así, el concepto ‘pinochetista' es exterior, como es exterior que llamemos hienas a esos perros salvajes carroñeros, que, aparentemente, ignoran ser hienas.
Pablo, creo que muy importante en mi argumentación es que si aceptaras unas de las posibles definiciones propias de un pinochetista, harías en primer lugar violencia a las definiciones propias de otros participantes en el proceso y, claro está, a la realidad. Por ejemplo, si pretenden que ‘salvaron a Chile del comunismo', tendrías que aceptar que eso efectivamente fue así o que tiene algún viso de realidad, lo que sería imposible de probar. Tendrás que aceptar sus evidencias de que los marxistas planeaban una revolución violenta o un golpe de estado, y esas evidencias no existen. (El Plan Zeta, el producto de una mente distorsionada, no podría ser tomado en serio). Tendrás que aceptar que las víctimas de la dictadura fueron comunistas descubiertos cuando planeaban un golpe de estado o una revolución o atentados terroristas, mientras que sabemos que los detenidos, en su inmensa mayoría, no eran ni comunistas ni marxistas -y sabemos que los que sí eran comunistas o marxistas no habían cometido delito alguno que justificase que fuesen tratados del modo que lo fueron. O sea, tendrías que hacer tuya la transformación del concepto ‘detenido desaparecido' (inocente) en ‘terrorista comunista ejecutado'.
La idea de que un ‘comunista' o un ‘marxista' es un enemigo que debe ser eliminado, es un concepto intratable y sobre todo ajeno al universo conceptual, epistemológico, donde crecimos todos. No comete alguien un delito por pensar que una mejor sociedad debiese basarse en la propiedad colectiva de los recursos vitales. Alguien -un ciudadano con nombre y apellido y domicilio conocidos- comete delito cuando incurre en alguna de las conductas tipificadas como tales en el aparato jurídico de nuestra sociedad. Ser ‘comunista', ser ‘de izquierdas', no fue antes un delito -y, de acuerdo a la letra, tampoco lo fue durante la dictadura. (Lo que muestra de paso que la dictadura chilena, como otras, actuaba con dos legislaciones -una secreta y otra pública-, que aplicaba sistemáticamente).
A menudo los pinochetistas utilizan como argumento que en Chile reinaba el caos y un clima de guerra social. Y que poner fin a ese caos era el objetivo del golpe de estado. Todo esto es muy discutible. El presidente Allende, según sabemos ahora, quería llamar a un referendo que habría dirimido definitivamente el asunto. Había incorporado a militares en su gabinete justamente para formar un gobierno de unidad nacional. Pero Estados Unidos y la extrema derecha se oponen a una solución pacífica, fundamentalmente porque entienden, y temen, que los resultados electorales sigan favoreciendo a candidatos comprometidos con las reformas del país, y eso es lo que hay que destruir. Muchos esperaban que la intervención militar duraría poco tiempo y que pronto se llamaría a elecciones; nadie imaginaba, creo yo, la brutalidad, irracionalidad y crueldad del gobierno de Pinochet. A este le habían ofrecido el oro y el moro por su participación, y no podrían sus patrones apartarle así como así después del golpe. La violencia y crueldad de Pinochet se deriva en parte de su necesidad de demostrar que estábamos en guerra, y para ello era necesario torturar y matar, con el fin de atemorizar a los ciudadanos, provocar resistencia e impedir toda reconciliación. Había que matar para producir víctimas y cadáveres y demostrar con ello que estábamos en guerra.
Otro punto en la defensa del pinochetismo es el que supone que hubo excesos. Y que esos excesos deben ser olvidados o perdonados y/o que sus autores deben ser llevados a justicia. Este es un punto difícil: la confesión de un miembro del equipo de criminales del general Contreras, de que sacaban los dientes de oro y otras pertenencias de valor a los detenidos asesinados y que iban a hacer desaparecer, presumiblemente con el fin de venderlos. Es imposible imaginar que Contreras mismo, el jefe máximo, no estuviese enterado de la práctica, si se considera que, según el testimonio, varios agentes se encargaban de esta tarea. Pero el problema es que el tipo de delitos de los que se hicieron culpables los militares y agentes y otros cómplices de Pinochet, son delitos que no pueden ser perdonados ni olvidados, hasta tal punto que nuestra legislación (la anterior y la nueva) los tipifica como de ‘lesa humanidad' y son, por tanto, ‘imprescriptibles'. Que estos monstruos no fueran procesados durante la dictadura, y que los partidarios de la dictadura defiendan a estos esperpentos, dice todo sobre el importe moral del gobierno autoritario. Pero el problema grave es este: ¿por qué debiésemos ignorar nuestras propias leyes y las internacionales, y violentar nuestras ideologías morales justificando o perdonando a seres como estos criminales que, hablando generosamente, ya debiesen haber sido juzgados y encerrados a perpetuidad? ¿Por qué debiésemos suspender nuestro juicio moral?
Es probable que el único refugio posible de una definición inofensiva, sea la de nacionalista. En ese caso, habría que detenerse a pensar en la coherencia de la afirmación, considerando las evidencias de que disponemos sobre el trasfondo del golpe de estado. Y quedaría por explicar cómo o por qué surge un movimiento nacionalista en un contexto histórico en que el país no se encontraba en peligro frente a poderes extranjeros -excepto, obviamente los intereses que Pinochet resolvió servir.
Obviamente soy partidario del diálogo, que es evidentemente la base de la vida política. Pero cuando se trata del pinochetismo no estamos hablando de política. Estamos hablando de un grupo de gente que cometió crímenes sin nombre, el peor de ellos el asesinato de tres mil ciudadanos chilenos, y que son delitos de naturaleza tal que no pueden ser justificados por las circunstancias. O sea, estamos hablando de un grupo de delincuentes o de seres patológicamente pervertidos, no de políticos. A los delincuentes se les exige que se sometan a justicia y colaboren con ella, con la promesa de que tras el cumplimiento de la pena, podrán volver a la sociedad. Eso se exige a los pinochetistas.
No entiendo la preeminencia del diálogo. Al contrario, creo que la verdad y la justicia son principios básicos, haya o no diálogo posteriormente. ¿Puedo uno hablar de diálogo cuando trata con criminales? Yo creo que no. El diálogo con criminales pertenece a la esfera de lo judicial; es asunto de jueces, fiscales y abogados y testigos, que son categorías muy específicas de ciudadanos. No veo el motivo para dialogar con delincuentes y criminales, excepto en el ámbito restringido de los programas de rehabilitación, privilegios carcelarios y ese tipo de materias. Dejando de lado los aspectos morales, desde un punto de vista práctico, ¿a santo de qué vas a dialogar con esa gente? El mal es poco interesante.
[Creo que la manera en que son tratados los pinochetistas en Chile, ilustra el modo en que el país se ha convertido en un país con gran tolerancia de las aberraciones morales. Aquí hay un partido pinochetista tolerado y que incluso participa en elecciones, mientras que en la mayoría de los países europeos estaría probablemente prohibido y sus dirigentes estarían en la cárcel o permanentemente compareciendo ante tribunales, porque las legislaciones europeas penalizan la difusión de estas ideologías totalitarias, lo que, por ejemplo, incluye cosas como la negación del Holocausto.
En Chile negar los crímenes de la dictadura no es un delito. Elogiar o ensalzar al gobierno militar tampoco es un delito. Insultar o difamar la memoria de las víctimas y sus familiares, como lo hacen algunas gárgolas de este portal, tampoco es un delito. Han pasado más de treinta años, y aún continúan, presuntamente, los juicios, todavía caminan criminales por las calles del país, y todavía no conocemos el destino y sepultura de muchos de los detenidos desaparecidos.
La idea de dialogar con esa jauría de chacales provoca escalofríos.]
Creo que no tengo nada más que decir sobre este asunto. Pero, pienso que sería muy interesante que alguien desapasionado interrogase por ejemplo a un pinochetista y lo confrontase directamente con sus contradicciones y sin sentidos, sin ánimo de provocación, sino como meras constataciones de una serie de conductas. Yo he tratado de entrevistar, incluso de sostener un diálogo más desapasionado y coherente con pinochetistas, y me ha resultado imposible. A poco de andar la conversación, ya te encuentras con afirmaciones dudosas o no comprobadas, y escandalosas contradicciones o incoherencias. Esto quiere decir, creo, que las definiciones de sí mismos de los pinochetistas (así como de otros) deben variar enormemente, con lo que una definición parecería a otros pinochetistas insuficiente, errónea o engañosa. O sea, que la definición debería satisfacer tanto a los que niegan los crímenes, por ejemplo, como a los que los reconocen pero ensalzan -que son posturas enteramente antagónicas. Así, el concepto ‘pinochetista' es exterior, como es exterior que llamemos hienas a esos perros salvajes carroñeros, que, aparentemente, ignoran ser hienas.
13 de abril de 2007
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