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Ministro Holandés Defiende Asesinato

Ocurren en Holanda cosas insólitas, que muchos creen imposibles. Sin embargo, están ahí. El jurista holandés André Klip señala el grave peligro en que se encuentra el estado de derecho en el país. No lo amenazan los terroristas musulmanes, sino aquellos que debiesen defenderlo: el propio gobierno, y las fuerzas políticas que lo apoyan.
En diciembre del año pasado visitó el país el presidente de Pakistán. Acababa de autorizar la ejecución extrajudicial de un sospechoso de terrorismo. Y el vice-premier holandés, Zalm, le felicitó en público por ese asesinato. No sorprendió a muchos. Es el mismo político que, a los pocos días del asesinato de Theo van Gogh, llamó a la guerra contra el islam y desencadenó una ola de atentados de los grupos de extrema derecha que lo apoyan. Posteriormente, otro ministro del gobierno, la llamada ‘hija de Hitler', negó protección policial a las mezquitas. Luego, el jefe de policía declaró que los atentados contra las mezquitas, y los grupos terroristas de derecha que los cometían, no eran una prioridad para el gobierno.
Nadie tiene simpatía por los terroristas, musulmanes o no, que atentan contra la vida de civiles, aquí o en la Cochinchina. Pero el respeto de las normas jurídicas es esencial para la vida de todos los ciudadanos en una democracia. Que Pakistán no lo sea agrega todavía más repugnancia a la postura y dichos del ministro. Ese detenido fue probablemente torturado y obligado a confesar. Quizás incluso fue detenido con las manos en la masa. Sin embargo, corresponde a los tribunales dictar sentencia, no a los presidentes ni a parlamentarios y menos a dictadores.
El ministro vuelve a enviar una señal equivocada para los ciudadanos, correcta para sus cómplices y secuaces, que ven en la suspensión del estado de derecho y de las garantías jurídicas mínimas la ocasión de actuar impunemente y seguir cometiendo atentados terroristas como vienen haciendo desde hace más de cinco años -vale decir, poco después de asumir el primer gobierno de coalición de la derecha con elementos fascistas.
Al mismo tiempo, otro ministro (Kamp, de Defensa), salió en defensa del soldado holandés acusado de asesinar a un civil iraquí desarmado en Iraq. Aunque las evidencias eran claras y los testimonios de testigos iraquíes y de sus propios compañeros eran decisivas -es decir, que disparó a matar sin que hubiera necesidad y sin que las tropas holandesas corriesen peligro alguno-, el juez que llevó el caso lo absolvió de las acusaciones. Es el veredicto que el ministro había exigido públicamente de los tribunales, diciendo que no era correcto que "nuestros jóvenes" fueran juzgados por lo que hacían en Iraq.
Este constante ataque contra las normas jurídicas está dando resultados para el gobierno, pues muchos jueces se sienten amenazados y muchos han optado por colaborar con las autoridades de extrema derecha, resolviendo casos de modo caprichoso y en evidente contradicción con las normas jurídicas. Es lo que hicieron muchos jueces durante la época nazi, y durante las atroces dictaduras sudamericanas de los años setenta y ochenta.
Los tres ministros son cabecillas de la extrema derecha del país. Son los que han llevado a Holanda a declarar la guerra a Iraq y a participar activamente en la ocupación de ese país. Son quienes abogan por hacer de Holanda, otrora símbolo de libertad y tolerancia, una tiranía fascista, donde sus habitantes tendrán derechos y libertades diferentes dependiendo de su origen étnico. Son los que han transformado a Holanda en un peligro para la democracia europea, para los valores más caros de las sociedades occidentales y para la decencia. Son agentes del Mal.
Es una lástima ver a Holanda convertida en una caricatura repugnante de lo que debe ser una sociedad civilizada, donde los personeros más importantes del país pregonan el odio y la violencia en un lenguaje arrogante y soez, a la vez que silencian y excluyen a sus gentes buenas. Y que, en lugar de mantener el orden público y el respeto de las leyes, predican su violación e incitan a sus partidarios a cometer crímenes de una cobardía sin nombre.
Sin embargo, a pesar de las terribles implicaciones de las palabras de vice-premier, que elogió el asesinato de un sospechoso, ningún parlamentario, ni de derechas ni de izquierdas, pidió explicaciones en la Cámara. Tal parece están todos de acuerdo, o el temor es grande. Pero es insólito. Por palabras mucho menos onerosas han los parlamentarios armado revuelo en otros días. Por ejemplo, cuando un imán holandés declaró en un programa de televisión que le gustaría que Dios matara al cabecilla neonazi Wilders. Entonces los diputados provocaron una lluvia de preguntas y exigieron en todos los tonos que se hicieran nuevas leyes para castigar el delito de anhelar la muerte de otros. Pero cuando el vice-premier celebró ese otro asesinato, callaron todos.
Es un signo de la época. Holanda está en peligro.

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