Cómo Proteger la Democracia
El terrorismo musulmán no es una amenaza para la democracia y el estado de derecho en Europa. Sus partidarios no cuentan con apoyo social ni constituyen por eso un peligro político para nadie. Son parias de sus propias comunidades. No convencen ni a unos ni a otros. No proponen un modelo de sociedad que seduzca ni a europeos ni a árabes. No veo en qué sentido pueden ser un peligro para la democracia. Amenazan nuestras vidas, y acaso nuestro patrimonio. Pero de eso deberá encargarse la policía y los tribunales; no los políticos. La mayor amenaza para la democracia la constituye este nuevo y absurdo credo político que supone, como sostiene la autora, que terrorismo e inmigración y minorías étnicas o religiosas son fenómenos relacionados. Y que la solución para terminar con el desdeñable puñado de terroristas está en la instalación de leyes excepcionales, encarcelamientos injustificados, torturas, deportaciones y hasta la guerra.
La lucha contra estas amenazas debe consistir en una mayor firmeza a la hora de defender los valores democráticos y occidentales. Como en Francia, como en Bélgica, como en España, los partidos políticos tradicionales deben cerrar pactos que excluyan la formación de alianzas con partidos de extrema derecha y fascistas, independientemente de los votos que obtengan en las elecciones. Esta es una cuestión moral, antes que política. Y sería conveniente detectar el extremismo en sus propuestas antes que en los nombres que se den. Los fascistas han adoptado nuevas estrategias: ya no son los rapados vestidos de cuero, borrachos y violentos de antaño. Ahora van disfrazados de decencia y no forman partidos propios, sino se incrustan en partidos establecidos. Pero se les ve el plumero de lejos: pregonen como lo pregonen, sus programas son discriminatorios, represivos y socavan el estado de derecho. Piénsese en los fascistas belgas. Ahora van vestidos de seda, pero igual arrojan saliva.
Quizás se deba, donde se pueda, acosar sin descanso al extremismo, llevándoles a tribunales toda vez que sus dichos y propuestos les sitúen fuera de la ley. Como en Bélgica, también debería la prensa democrática sellar un pacto de exclusión publicitaria y de cobertura de los partidos extremistas. Ni debe olvidarse el trabajo de zaga del extremismo. Predican desde hace tiempo contra la corrección política. Esta corrección, obviamente, obstaculiza el racismo y la discriminación. También obstaculiza que se aprueben leyes de excepción que tienen en la mira a grupos determinados de la población. Predican los fascistas de hoy que la democracia se reduce a la suma de los votos, sin consideración alguna por nuestros valores morales. Se creen con derecho a participar en la vida política. Quieren gobernar. Deben los ciudadanos de bien exigir de sus partidos que rechacen toda apertura hacia el extremismo -se trate de fundamentalistas, fascistas o nacionalistas.
La lucha contra estas amenazas debe consistir en una mayor firmeza a la hora de defender los valores democráticos y occidentales. Como en Francia, como en Bélgica, como en España, los partidos políticos tradicionales deben cerrar pactos que excluyan la formación de alianzas con partidos de extrema derecha y fascistas, independientemente de los votos que obtengan en las elecciones. Esta es una cuestión moral, antes que política. Y sería conveniente detectar el extremismo en sus propuestas antes que en los nombres que se den. Los fascistas han adoptado nuevas estrategias: ya no son los rapados vestidos de cuero, borrachos y violentos de antaño. Ahora van disfrazados de decencia y no forman partidos propios, sino se incrustan en partidos establecidos. Pero se les ve el plumero de lejos: pregonen como lo pregonen, sus programas son discriminatorios, represivos y socavan el estado de derecho. Piénsese en los fascistas belgas. Ahora van vestidos de seda, pero igual arrojan saliva.
Quizás se deba, donde se pueda, acosar sin descanso al extremismo, llevándoles a tribunales toda vez que sus dichos y propuestos les sitúen fuera de la ley. Como en Bélgica, también debería la prensa democrática sellar un pacto de exclusión publicitaria y de cobertura de los partidos extremistas. Ni debe olvidarse el trabajo de zaga del extremismo. Predican desde hace tiempo contra la corrección política. Esta corrección, obviamente, obstaculiza el racismo y la discriminación. También obstaculiza que se aprueben leyes de excepción que tienen en la mira a grupos determinados de la población. Predican los fascistas de hoy que la democracia se reduce a la suma de los votos, sin consideración alguna por nuestros valores morales. Se creen con derecho a participar en la vida política. Quieren gobernar. Deben los ciudadanos de bien exigir de sus partidos que rechacen toda apertura hacia el extremismo -se trate de fundamentalistas, fascistas o nacionalistas.
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