Bin Laden Llama A Oponerse A Las Elecciones En Iraq
El llamado de bin Laden es ciertamente un despropósito, sobre todo si se toma en cuenta que el origen de su rabia es que la Constitución iraquí admite fuentes no musulmanas. Al insistir en su insólito califato, desmiente, de paso, la imagen más pragmática de sus últimos discursos. Sin embargo, si se atiende a informes norteamericanos e iraquíes recientes, puede contribuir a ampliar la brecha entre los militantes fundamentalistas y la resistencia nacionalista. El daño que ha causado la filial de Al Qaeda a la causa nacionalista iraquí es enorme, particularmente por las espeluznantes decapitaciones, y su apoyo a la red de Al-Zarqawi no hará más que alejar a los nacionalistas de sus esfuerzos. Es un desarrollo positivo. Los nacionalistas tampoco participarán en las elecciones, pero por razones muy diferentes a las de los terroristas islámicos. Y finalmente tanto los estadounidenses como los iraquíes parecen más dispuestos a buscar algún terreno de entendimiento con la resistencia.
En la reunión que sostuvo Allawi con dirigentes nacionalistas en Jordania quedó claro que la reticencia nacionalista a participar en las elecciones tiene poco que ver con el proceso electoral mismo y más con reclamos y temores sunníes que son muy legítimos. Todo el mundo coincide en que los decretos del gobernador Bremer están en el origen de gran parte de la resistencia sunní, especialmente el licenciamiento masivo del ejército iraquí y la despiadada política de desbaazificación en las instituciones públicas. Los sunníes interpretan justamente que si no se busca una solución a este problema antes de las elecciones, su marginación social, profesional y política no hará más que adquirir los visos de una terrible legitimidad. Por otro lado, no hay razón alguna para prohibir el pan-arabismo -que, a pesar del desarrollo que tuvo en Iraq, es una corriente secular que puede transformarse en una opción democrática. Ambos problemas pueden solucionarse, pero se necesitará algo más de tiempo.
La solución insinuada por funcionarios norteamericanos es quizás la menos viable: reservar escaños para los sunníes, aun si no lograran ser elegidos en las votaciones. Con esto se desvirtuaría todo el propósito de una asamblea legislativa y no es realmente un incentivo para que los sunníes se comprometan con el proceso electoral. Realizar las elecciones sin un acuerdo previo con los nacionalistas no acabará con la violencia. La violencia acabará probablemente cuando se inicien negociaciones serias no sólo sobre las reivindicaciones sunníes, sino sobre todo sobre la retirada de las tropas norteamericanas y otras de la ocupación. Un acuerdo semejante podría significar que los nacionalistas mismos podrían desarticular las redes terroristas que los norteamericanos, por más que destruyan ciudades enteras, estarán cada vez más en menos condiciones de hacer. No debemos engañarnos. Con el probable triunfo de los partidos religiosos, el idilio chií-estadounidense también se acercará a su fin.
En la reunión que sostuvo Allawi con dirigentes nacionalistas en Jordania quedó claro que la reticencia nacionalista a participar en las elecciones tiene poco que ver con el proceso electoral mismo y más con reclamos y temores sunníes que son muy legítimos. Todo el mundo coincide en que los decretos del gobernador Bremer están en el origen de gran parte de la resistencia sunní, especialmente el licenciamiento masivo del ejército iraquí y la despiadada política de desbaazificación en las instituciones públicas. Los sunníes interpretan justamente que si no se busca una solución a este problema antes de las elecciones, su marginación social, profesional y política no hará más que adquirir los visos de una terrible legitimidad. Por otro lado, no hay razón alguna para prohibir el pan-arabismo -que, a pesar del desarrollo que tuvo en Iraq, es una corriente secular que puede transformarse en una opción democrática. Ambos problemas pueden solucionarse, pero se necesitará algo más de tiempo.
La solución insinuada por funcionarios norteamericanos es quizás la menos viable: reservar escaños para los sunníes, aun si no lograran ser elegidos en las votaciones. Con esto se desvirtuaría todo el propósito de una asamblea legislativa y no es realmente un incentivo para que los sunníes se comprometan con el proceso electoral. Realizar las elecciones sin un acuerdo previo con los nacionalistas no acabará con la violencia. La violencia acabará probablemente cuando se inicien negociaciones serias no sólo sobre las reivindicaciones sunníes, sino sobre todo sobre la retirada de las tropas norteamericanas y otras de la ocupación. Un acuerdo semejante podría significar que los nacionalistas mismos podrían desarticular las redes terroristas que los norteamericanos, por más que destruyan ciudades enteras, estarán cada vez más en menos condiciones de hacer. No debemos engañarnos. Con el probable triunfo de los partidos religiosos, el idilio chií-estadounidense también se acercará a su fin.
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