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Contra el Zoológico

El 27 de septiembre pasado en uno de los telediarios del canal Chilevisión se anunció la llegada al país, desde Pretoria, Sudáfrica, de tres jirafas. La presentadora se deshizo en elogios por la reciente adquisición del Buin Zoo, un zoológico privado que según su dueño y director, Ignacio Idalsoaga, es el más grande de Chile. Según se desprende de las palabras de la presentadora, la adquisición era un anhelado sueño de su director y del público visitante.
El principal motivo de la compra, se lee en una nota en La Cuarta ese mismo día, es la posterior exhibición pública de los animales en un recinto especialmente habilitado, una suerte de reproducción de una sabana africana, de tres hectáreas, donde los animales podrán ser divisados desde miradores. El proyecto se titula ´Sabana africana´, e incluirá en su perímetro, aparte jirafas, a cebras, gacelas y otros mamíferos herbívoros,  y a avestruces, gallinetas y otras especies.1 Como el zoológico del padrino colombiano Pablo Escobar en Medellín, este recinto chileno aparentemente no incluirá a especies depredadoras.
La presentadora no escatima recursos lingüísticos e ideológicos para aprobar y celebrar la compra y futura exhibición de los animales. "Darán la bienvenida a miles de visitantes", anuncia. "Las nuevas reinas del Buin Zoo", dice sonriendo, describiéndolas.
Se trata de dos hembras y un macho, todos juveniles, de una estatura promedio de 2,6 metros. Teniendo las jirafas cerca de dos metros de altura al nacer, estas tres no tienen, pues, más de ocho meses, y eso quiere decir que fueron destetadas anticipadamente (en su crianza natural el destete ocurre al año y medio). Nada se dice sobre sus familias previas. Las tres pertenecen probablemente a tres familias animales diferentes, pues el periodo de gestación de las jirafas toma y año y medio. Si tienen todas más o menos la misma edad, eso quiere decir que tienen todas madres diferentes. Tampoco se dice nada sobre sus madres, y es una omisión lamentable. Ocurre a veces que las madres mueren, o son matadas, durante la cacería.
De modo que las nuevas reinas de la gran familia son en realidad probablemente sobrevivientes de una matanza que dejó en África a sus madres, las que serán reemplazadas por enormes biberones sin vida, rellenos con líquidos que no son la leche materna que todavía necesitan. Las tres jirafas están así condenadas a un cautiverio que difícilmente será feliz, esclavas de los humanos, desoladas, desterradas y encerradas de por vida para divertir a los miembros de una especie violenta y bruta que tiene por diversión el espectáculo de animales reducidos a cautiverio. Y cuando el jefe del campo –habitualmente un veterinario- decida que su valor como espectáculo ya es muy reducido, el animal terminará en la mesa de torturas y experimentos de algún universitario en formación, o como comida de los carnívoros del recinto.
Muchos parecen creer que este estado de cosas es normal y útil, y que el asesinato de las madres y la captura y cautiverio de los cachorros se justifica por el espectáculo que brindará, entre otros, a los cachorros humanos. Muchos justifican estas violencias contra los animales movidos por la creencia de que los animales no sufren o no son capaces de recordar, y que los daños que se les causaría se compensan ampliamente con un cautiverio que se empeñan en considerar como destino natural de muchos. Muchos suponen que los animales derechamente no perciben como nosotros, y que el asesinato de sus madres y su secuestro y encierro no los ven como tal o no de la manera más dramática que creeríamos propia. En suma, que no son conscientes de nada de lo que les ocurre y que no se comete ningún delito ni pecado si se les somete a esclavitud.
¿Qué concepto de familia tienen esas personas que primero destruyen la familia natural de los animales capturados para someterlos a cautiverio y encerrarlos,  y luego integrarlos en una estructura social lejana a los órdenes familiares y que se asemeja muchísimo más a un campo de concentración o a una cárcel? ¿Cómo se puede llegar a tales extremos de manipulación ideológica? ¿En qué orden mental es una cárcel una familia? ¿Y en qué orden mental es la adquisición o captura y cautiverio de una persona motivo de jolgorio y alabanzas? ¿En qué esquema conceptual se llama reinas a las esclavas?

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Es asombroso que después de todo el conocimiento acumulado sobre los animales, especialmente mamíferos, continuemos con el espantoso cautiverio que representa el zoológico. Todos sabemos que, en lo esencial, los mamíferos son en todo como nosotros, y esta simple constatación debería haber sido suficiente para poner fin a esta cruel y estúpida práctica. Los animales (me refiero especialmente a los mamíferos) poseen cultura y viven en sociedad. Lo primero quiere decir que nacen desprovistos de las herramientas conceptuales que les permitirán sobrevivir en un entorno habitualmente hostil. Como los humanos, deben ser criados, enseñados y educados, al tiempo que se les brindan los cuidados necesarios para sobrevivir. Poseen lenguaje, que transmiten a sus descendientes, como hacemos nosotros. Viven en sociedad inmersos en estructuras sociales similares a las nuestras, en familias, e incluso con códigos de parentesco. Para un mamífero, el concepto madre tiene el mismo sentido que entre humanos.
También son cada uno de los miembros de una familia animal individuos con personalidades claramente discernibles y diferenciadas. No son muñecos intercambiables, como productos de una serie, y son, como nosotros, únicos e irremplazables, cada uno con sus inclinaciones y preferencias y modos específicos para expresar dolor o alegría, gratitud o temor, afecto o enfado, curiosidad o indiferencia, y comidas preferidas. Tan reconocida es la vida afectiva de un mamífero que hoy en día cuentan con sus propios psicólogos y comunicadores animales.
(Aberrantemente llevamos al jíbaro a nuestras mascotas para cosas como, por ejemplo, quitarles el miedo a quedarse solas en casa, pero no reconocemos la misma dimensión psicológica a los animales exóticos ni a los animales de granja).
Obviamente tienen memoria y, como nosotros, también se inscriben sus vidas en interpretaciones de la historia. Tienen pasado, que no olvidan, y un modo de reconocer, interpretar y utilizar ese pasado para determinar relaciones, tanto con otras especies como con humanos, fijar rutas y construir territorios. ¿Es nuestra idea de la historia diferente en algún sentido substantivo? No lo creo. Sus territorios, para nombrar un aspecto fundamental, se definen según el  criterio de primera ocupación, que es el mismo que aplicamos los humanos para definir propiedades.
Además de todo esto, todos los mamíferos compartimos un mismo código de conducta y un código moral, y somos todos capaces de empatía. De hecho, el proceso de domesticación se basa precisamente en que compartimos esos códigos. La reciprocidad, por ejemplo, es la base de su vida social, lo mismo que está en la base de la domesticación.
Todos conocemos alguna historia de humanos que han sido rescatados o adoptados por animales, cuando los cachorros humanos se extravían o son abandonados a su suerte en sitios desolados o remotos. Se conocen muchos casos de niños que han sido rescatados, alimentados, protegidos y criados por lobos y otras especies. ¿No indican estos casos que compartimos el precepto moral de no matar a los cachorros, aunque sean de otras especies, y encargarnos de ellos y criarlos como si fuesen crías propias en virtud de su indefensión?2 ¿No muestran estos casos que esos animales son capaces de ponerse en el lugar del otro y actuar para evitarles dolores y penurias?
Sin embargo, todo este conocimiento lo utilizamos no para definir un nuevo tipo de relación con los animales, sino para perfeccionar nuestras técnicas de sometimiento. Y nos justificamos en la ahora aberrante idea de que necesitamos hacerlo, de que de algún modo la tortura, el sometimiento, la esclavitud, el cautiverio de los animales y su utilización como alimento o materia prima o su uso en la mesa de tortura de un veterinario o para diversión de los pequeños son cosas buenas. Y algunos en nuestras sociedades llegan al extremo de encontrar chic matar a algún animal para colgarse su rabo al cuello. O tormentos peores, como el caso recientemente denunciado de las granjas de bilis de China, donde osos hacinados en pequeñísimas jaulas que no les permiten ni siquiera ponerse de pie, son sometidos a espantosas torturas para extraerles bilis, insertándoles un catéter a través de la carne, atravesando su abdomen, para llegar hasta la vesícula biliar, de donde se extrae su bilis gota a gota en medio de indecibles dolores hasta su muerte. Y todo esto, según se imaginan, y conciben como justificación legítima, para combatir la impotencia sexual masculina.

¿Qué nos lleva, pues, a minimizar, relativizar y finalmente negar o desdeñar todo el inmenso dolor que se le causa a una familia animal cuando cazamos o matamos a sus miembros, para secuestrar a los pequeños y someterlos a cautiverio y esclavitud y posteriormente sacrificarlos violentamente en la mesa de operaciones de algún veterinario o como alimento de otros animales, o de nosotros mismos? ¿Por qué nos parece inaceptable que se destruya a una familia humana para secuestrar y esclavizar a sus críos, pero perfectamente legítimo someter a esclavitud y muerte a familias animales?3

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La historia del zoológico ha sido siempre una historia de terror, fundado en la muerte, captura, encierro y esclavitud de los animales, incluyendo el zoológico persa o paraíso, un extenso recinto amurallado que incluía especies habitualmente hostiles a las que se sometía a métodos de acondicionamiento que permitían que convivieran en paz, "donde el león y el cordero debían vivir pacíficamente, lado a lado", según escribe Ellenberger4. No he logrado encontrar más información online sobre este paraíso persa. Se parece en algo al zoológico de Pablo Escobar, en el que no se incluía a animales predadores. Pese a su propósito aparentemente noble ("regenerar a la humanidad", según Ellenberger), el paraíso debe haber supuesto igualmente la captura probablemente violenta de los animales y su posterior e indefinido cautiverio.
Pero de ahí en adelante, el zoológico ha sido una institución de corte imperial en muchos sentidos y, como la escritura y la cárcel, está íntimamente asociado al poder y a su ostentación y su mera mención trae a la memoria imágenes de torturas y otras formas de violencia, sometimiento, cautiverio, humillación y esclavitud. En los vivarium romanos se podía encontrar a todas las bestias feroces y menos feroces destinadas a morir en los juegos, así como eventualmente a cristianos y esclavos humanos. Durante la Edad Media europea los nobles mantenían animales en sus castillos, en calabozos más que en jaulas. El zoológico azteca incluía a enanos, albinos y jorobados, y una extensa serie de otras personas deformes. En los zoológicos privados de algunos dictadores latinoamericanos se podía encontrar encerrados a adversarios políticos, con que eran alimentados los leones.5
La relación entre el zoológico y la cárcel es evidente. La esclavitud de animales y humanos considerados inferiores o enemigos obedece a los mismos motivos e intereses y se inscribe en la misma configuración ideológica. Las culturas occidentales en realidad llegaron a tener zoológicos humanos, esos símbolos, según Blanchard, Bancel y Lemaire, "del periodo colonial y la transición del siglo diecinueve al veinte [que] […], han sido suprimidos completamente de nuestra historia y memoria colectiva. Sin embargo, eran acontecimientos sociales importantes. Millones de franceses, los europeos y los estadounidenses vieron por primera vez a un ‘salvaje’ en zoológicos y en ferias ‘etnográficas’ y coloniales".
En el corazón de la moderna civilización occidental, en la Francia republicana hasta entrado el siglo veinte, se exhibía a seres humanos para ilustración y diversión de los retoños de los ideólogos de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Empresarios y funcionarios coloniales llevaban a Europa a personas de razas y culturas diferentes del mundo, a menudo secuestradas, para ser exhibidas en ferias y circos. "Los visitantes arrojaban comida a los grupos exhibidos y hacían observaciones sobre las fisionomías de sus miembros, comparándolos con los primates. Esa era la realidad de los zoológicos humanos durante el cambio de siglo".
Sin embargo, normalmente, animales y hombres terminan por razones diferentes en estos recintos de cautiverio. Quienes encierran a humanos en cárceles aducen siempre motivos relativamente atendibles: se trata de personas que han delinquido, o que las autoridades (vale decir, quienes detentan el poder y el monopolio de las armas y la violencia) consideran un peligro para sí mismas o para la sociedad.
Los humanos suelen saber por qué se les encarcela y muchos de ellos saben que algún día, de sobrevivir el encierro, volverán a vivir como hombres libres. (Obviamente, no siempre es así. Algunas dictaduras y gobiernos autoritarios encierran al azar a ciudadanos simplemente para demostrar su poder e infundir terror. Muchos inocentes encarcelados, como los animales, tampoco vuelven a ver la luz, o son asesinados –como en la Alemania nazi, en la Rusia comunista, en la dictadura fascista de Franco, en las tiranías latinoamericanas).
A los animales, en cambio, se les encierra en zoológicos sin motivo alguno humanamente atendible, excepto que pueden divertirnos. Y nos divierte el mero hecho de tenerlos cautivos y las humillaciones a las que podemos someterlos. En el pasado, y hoy en día en muchos lugares, a los animales, además de encerrarlos, se los adiestra forzosamente para que ejecuten espectáculos llamados artísticos, y que sólo repiten tras horrendos y permanentes maltratos, como en los circos. Todavía en algunos lugares se alimenta a algunos animales a ciertas horas fijas para que los visitantes puedan disfrutar del espectáculo de ver a una serpiente devorar a ratones vivos que han introducido los guardas en sus jaulas, o leones conejos, e incluso se otorgan permisos especiales para verlos aparear.6
Los animales condenados al cautiverio no vuelven nunca a su lugar de origen. Y al final del camino sólo les espera la muerte, sea que terminen como material de médicos veterinarios, o sacrificados para que sirvan de alimento a los otros residentes del mismo zoológico.

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Ellenberger, en un ensayo publicado en 1974, comparó el zoológico con el manicomio y otras formas de reclusión. En la Europa del siglo diecisiete la institución psiquiátrica era concebida en términos muy similares al zoológico. Ambas instituciones eran lugares de encierro cuyos residentes debían divertir al público visitante. Recién en el siglo diecinueve se terminó con la exhibición pública de los pacientes psiquiátricos. Independientemente de los motivos diversos de reclusión de animales y pacientes psiquiátricos (y reos, deberíamos agregar, pues entonces también se permitía la exhibición de los condenados),
ambos eran expuestos al público, al que además se suponía que debían divertir. En el Hospital Bedlam, de Londres, se podían observar situaciones como la siguiente, según la investigación de Daniel Hack Tuke sobre la historia de la demencia en Inglaterra:

 "A cada lado del portal había una columna coronada por la estatua de la Locura personificada por una cabeza haciendo muecas, como podría hoy un elefante esculpido decorar la entrada de un zoológico. De acuerdo a Robert Reed, las visitas dominicales al Hospital Bedlam era una de las grandes atracciones londinenses. Se calcula que durante la mayor parte del siglo dieciocho, Bedlam recibió un promedio de trescientos  visitantes al día. […] El dinero pagado por los visitantes al entrar constituía la más importante fuente de ingresos del asilo. El visitante, después de entregar su espada en el vestíbulo, tenía derecho a recorrer todos los pabellones, entrar a todas las salas, hablar con los pacientes y burlarse de ellos. A cambio de sus respuestas, podía dar algo de comer a los pacientes, pudiendo inclusive ofrecerles alcohol para estimularlos. Un grabado de Hogarth muestra a un degenerado en sus últimos días después de una vida dedicada al vicio en Bedlam, encadenado en una diminuta celda mientras dos elegantes visitantes se inclinan sobre él como quien mira a una bestia curiosa. Probablemente los residentes de Bedlam parecían más agitados y más ´locos´ que los pacientes de hoy".

En Occidente, en general, debimos esperar hasta el siglo diecinueve para que los pacientes dejasen de ser exhibidos y tratados como animales. También hasta entonces se recluyó a personas que nada tenían de locos, como el "degenerado" de Bedlam, castigado a morir en el manicomio por quizá qué oscuros motivos. Pero el zoológico también es similar al manicomio por los horribles efectos que tiene sobre la salud mental y la integridad psíquica de los animales. Según Ellenberger los pacientes o residentes de centros de confinamiento prolongado, como cárceles, campos de concentración, sanatorios y hospitales psiquiátricos, presentan síntomas psico-patológicos comunes. También los animales de zoológico presentan esos síntomas.

Uno de ellos es el trauma del cautiverio. La captura del animal es normalmente precedida  por una larga persecución durante la cual puede morir de infarto, por el mero terror del acoso. El cambio repentino, violento y forzado de modo de vida es el principal factor detrás del trauma del cautiverio.7 El animal es extraído violentamente de su entorno natural y social habitual, su familia o grupo en buena parte de los casos destruido y debe integrarse en un sistema que regula hasta los más pequeños detalles, dirigido por sus enemigos mortales (los hombres), a los que no puede atacar. Tampoco puede huir.  Durante este periodo, descrito por Hediger, en Ellenberger, pueden ocurrir tres cosas: los animales pueden sufrir ataques de ansiedad o agitación, a veces muy violentos, que resultan a menudo en lesiones graves, incluyendo la muerte; pueden entrar en un estado prolongado de estupor; y pueden iniciar una suerte de huelga de hambre, que puede terminar con su muerte si no se los alimenta forzosamente. El llamado periodo de acondicionamiento puede convertirse en una tragedia.

El segundo síntoma implica al proceso de asentamiento, que consiste en lo esencial en la fase de reconocimiento y definición de su territorio. El animal es, por lo general, encerrado solo. Con el tiempo se convertirá en un individuo pasivo, tímido, sumiso. A partir de ese momento, debe integrarse en un entorno que desconoce completamente, con animales extraños que nunca vio antes y sometido a rituales arbitrarios que desconoce. Tratándose de un nuevo integrante en el grupo social que lo precede en el zoológico, es muy probable que sea incorporado como el miembro de más bajo rango del grupo, lo que no augura una integración fluida, pues será objeto de todo tipo de agresiones y frustraciones. "Entre los mandriles de la selva", escribe Ellenberger, "el animal de más bajo rango se moverá en la periferia del grupo, ocultándose detrás de los árboles para evitar al alfa. Pero en el restringido espacio de la jaula de los monos, donde no se puede ocultar en ninguna parte, comerá menos, será atormentado, mordido, e incluso matado. Su situación es comparable con la de un hombre honorable encarcelado junto con endurecidos delincuentes".
En los zoológicos la estructura de rango social que surge de la convivencia de los residentes y las reglas de los guardas es muy similar a las estructuras jerárquicas de las instituciones psiquiátricas. Las dos conocen la tiranía del jefe, la agresión permanente contra el miembro más débil, el trato cruel a los que resisten. A estas frustraciones del animal recién capturado deben agregarse las que son creadas por el público y los guardas. La mera, ´inocente´ exhibición en una jaula puede ser una experiencia traumática, cuando te sabes observado por, y a merced de decenas de enemigos.
El resultado son casos graves de deterioro emocional. Entre sus síntomas se incluyen "severas crisis de ansiedad, repentinos y violentos estallidos contra los guardas u otros miembros de su especie, y ataques de autodestrucción". Entre estos últimos el autor cuenta los movimientos repetitivos que ejecutan algunos animales: "¿Quién no ha visto en el zoo a un oso agachando la cabeza una y otra vez, o apoyándose en un pie, moviéndose de derecha a izquierda,  o a un tigre moviéndose en círculos en su jaula, o a una hiena haciendo la figura del ocho?" Son todas conocidas reacciones psicopatológicas ante el cautiverio. También el consumo de excrementos es un síntoma patológico, una reacción desconocida en su hábitat natural y que parece confinarse a reacciones ante algunas formas de cautiverio. Se cree que esta conducta aberrante es producto de dietas desequilibradas. Pero también son reacciones ante el aburrimiento y la falta de actividad.
En otras palabras, el zoológico es una máquina de demencia, ansiedad, terror. Esta mera constatación debería marcar su absoluta falta de justificación. Asombra en realidad que exista todavía, conocidos los nefastos efectos sobre la salud mental de los animales, y los menos conocidos efectos sobre la salud mental de los humanos. ¿Consideramos de verdad fundamental criar y educar a los humanos en una sociedad que contempla como normal la esclavitud animal? ¿Vale la pena crecer y vivir en una sociedad que somete a violentos malos tratos y torturas a los animales, que encuentra  normal encerrarlos de por vida para divertirnos y criarlos para matarlos y mutilarlos y exhibir para la venta sus trozos sanguinolentos en las carnicerías? Muchos creemos que estos violentos espectáculos son nocivos para la condición humana, pues nos convierten en seres monstruosos e insensibles, prisioneros de nuestra pequeñez y gula, incapaces de emocionarnos e indiferentes ante la indecible crueldad con que tratamos a los animales.

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¿Hay futuro para el zoológico? Después de la Segunda Guerra Mundial, tras anunciarse el fin del zoológico, se ha desarrollado el parque natural como una de las nuevas formas asumidas por este, en la que en vastas extensiones de terreno se intenta reproducir el entorno natural de los animales capturados,  donde pueden vivir con más espacio y menos restricciones y una intervención humana menos apremiante. Pero obviamente el parque natural no existe sin la captura previa de los animales, que son así extraídos violentamente de sus entornos naturales y sociales para obligarlos a vivir en tierras extrañas.
Donde el zoológico debe encontrar su nueva función en el futuro es en el campo del rescate y rehabilitación animal. Muchos zoológicos hoy en día incluyen labores relacionadas con la protección de especies en peligro de extinción y con la rehabilitación de animales enfermos o heridos, para devolverlos a su entorno natural. Existen hoy en día instituciones dedicadas exclusivamente al rescate animal, que fueron previamente zoológicos.
"A este respecto", escribe Ellenberger, "intriga que el desarrollo más reciente del jardín zoológico parece marcar un retorno hacia el concepto del antiguo paradeisos. Varios de los nuevos parques zoológicos comprenden enormes extensiones donde animales de diferentes especies deambulan libremente, mientras los visitantes se movilizan en coches que siguen rutas marcadas previamente. Mannteufel informa sobre nuevas técnicas de acondicionamiento que permiten que animales de especies rivales puedan vivir en paz si han sido criados juntos. ¿Presenciaremos algún día el renacimiento del paraíso persa, y producirá ese renacimiento un nuevo sistema ético?"

Ese nuevo sistema ético sólo puede surgir en tu corazón, cuando finalmente te das cuenta de lo infame e injustificado que es el cautiverio animal, sea que se trate de encerrar a canarios en jaulas para disfrutar de sus trinos, de mantener en corrales y en galpones industriales a animales que mataremos despiadadamente para apoderarnos de su piel, de sus huesos o de su carne o encarcelarlos en zoológicos para divertirnos, someterlos a espantosas torturas para satisfacer nuestra gula, como en el caso del ganso y de los osos que producen bilis, matarlos y embalsamarlos para adornar nuestras bibliotecas, abrirlos vivos en la mesa de operaciones para ilustración de médicos en formación o machacarlos para convertirlos en alimentos para mascotas. Eliminaremos el zoológico y otras formas de encierro cuando nosotros mismos nos liberemos de nuestras prisiones y empecemos a rechazar una cultura que pregona la esclavitud y la tortura como bienes superiores. Primero tienes que romper los barrotes que te impiden sentir piedad por el destino que damos a los animales.

El zoológico es una cárcel, un campo de concentración y un manicomio, todo a la vez, sin ninguna justificación razonable. La esclavitud y explotación animales son actos de indecible crueldad y arbitrariedad, sin justificación alguna, y nos convierten en insensibles y sanguinarios monstruos, ávidos de muerte. Por todo eso, debemos abolir el zoológico.

Notas
1. Los zoológicos chilenos compiten en la adquisición de nuevos ejemplares exóticos con tanta inocencia como impunidad. El de Quilpué ha adquirido en los últimos años gacelas, tigres blancos y yacarés.

2. En muchas tribus del mundo existe la prohibición de dar muerte a las crías animales que son cogidas durante expediciones de caza. Las familias de los cazadores deben criarlas como a hijos propios (incluyendo el darles teta), y su consumo es tabú.

3. En el mundo humano pueden ocurrir procesos en todo similares. Durante la última dictadura argentina, los militares hacían parir a las detenidas embarazadas, las asesinaban y se apropiaban de sus hijos para entregarlos o venderlos a parejas militares sin hijos. Las Abuelas de Plaza de Mayo han recuperado algo más de cien nietos, de los quinientos que se supone viven en familias que suponen suyas.

4. "The Mental Hospital and the Zoological Garden", Henri F. Ellenberger. En (eds) Joseph & Barrie Klaits, ‘Animals and Man in Historial Perspective’, pp. 59-92). Todas las citas de Ellenberguer provienen de esta fuente.

5. Como el león del zoológico privado del paramilitar colombiano conocido como el Macaco. Según confesó el paramilitar Carlos Tijeras, usaron serpientes venenosas para matar a sus víctimas sin despertar sospechas. Algunos secuestrados eran arrojados, vivos o muertos, a cocodrilos. Un paramilitar alimentaba a su caimán con seres humanos. También se cree que en el zoológico privado del dictador Somoza sus enemigos políticos eran la comida de sus felinos salvajes.

6. Recientemente el gobierno chino emitió nuevas directrices para los zoológicos, prohibiendo los espectáculos con animales. En algunos zoológicos chinos persiste la costumbre de servir animales exóticos en sus cantinas y otros productos derivados de la piel o huesos de los animales en cautiverio, que son frecuentemente descolmillados y desuñados. En 1983 el Zoológico de Detroit prohibía definitivamente los espectáculos animales en su propiedad. La costumbre de anunciar las horas de alimentación o apareamiento sigue siendo una práctica extendida. En el siglo dieciocho en Europa, se podía asistir al zoológico a la hora de la alimentación, pagando la entrada en dinero o llevando un gato o perro para alimentar a los leones. A los mismos animales en China los visitantes pueden arrojar vacas, pollos, cabras y cerdos vivos "para entretener a los visitantes" (misma fuente).

7. "Algunos críticos dicen que los animales que viven en zoológicos son tratados como objetos para ser vistos antes que como seres vivientes, y a menudo enloquecen en la transición de la libertad al cautiverio y la dependencia de los humanos para su supervivencia". "Son cárceles", dijo el ex torero colombiano Álvaro Múnera, "y los zoológicos, entre ellos el Santa Fe, que es el que tiene más cerca. "Los animales allí están embalsamados en vida".

Miren este video.

Fotos

1. Girafa. Viene de J-Walk Blog.

2. Tigres. Viene de educamadrid.

3. Oso. Viene del blog Colores y Grises.

4. Chimpancé. Viene del blog animales do mundo.

5. Familia en el zoológico. Viene del blog ambientebiotabolivia.

Sobre la Tortura y Muerte de Mascotas


La tortura y muerte de mascotas fue utilizada para intimidar y presionar a secuestrados por motivos políticos durante las dictaduras sudamericanas.
La tortura de animales, con o sin resultado de muerte, es un crimen que la sensibilidad contemporánea rechaza como un acto injustificado y aberrante. Aplicar tormentos a un ser inocente o irracional como forma de castigo o por diversión, sin esperar de ello ningún resultado sensible, excepto la morbosa observación del dolor y humillación que se inflige, es un delito que penalizan casi todos los códigos penales del mundo occidental.

Sin embargo, muchas veces el maltrato animal ha formado parte de estrategias de sometimiento, tanto a nivel policial como social.

He leído testimonios de personas perseguidas durante la dictadura que han denunciado que en allanamientos de sus casas y en sesiones de tortura, para atormentarlos e intimidarlos, agentes civiles del estado y militares también torturaron y mataron a sus mascotas. No había vuelto a pensar en este tipo de incidentes hasta que leí esta mañana un artículo en Página 12 -‘Memoria del desprecio’, de Horacio Verbitsky, que gira sobre las violaciones como instrumento sistemático de represión durante la última dictadura argentina (1976-1983), y muy especialmente sobre la complicidad del juez Miret con este tipo de abusos.

Una ex detenida sobreviviente relata uno de los allanamientos de su casa: "[...] a las 5 de la mañana. Amenazaron a mi hermano, lo pusieron contra la pared, mataron al perro. Yo me escapé por los techos hasta la casa de un vecino" (declaración de Amanda Faingold Casenave).

Me gustaría recopilar más historias sobre estos abusos. La denegación de la condición de humanidad [en un campo de exterminio argentino se obligaba a los detenidos -mantenidos siempre desnudos y enjaulados- a alimentarse de repollos crudos en mal estado] y la reducción del detenido a la condición de animal [como en la cárcel de Abu Ghraib, Iraq, donde los detenidos, igualmente despojados de ropa, eran atados a correas de perro] o de objeto son dos rasgos inherentes de las ideologías totalitarias, todas profundamente anti humanistas. La tortura y muerte de mascotas -para ablandar a los interrogados- también se ejerció contra los hijos de los detenidos, reconfirmando una identidad bastante extendida entre mascotas e hijos pequeños.

También sabemos que es más común de lo que se cree que las mascotas son utilizadas en disputas familiares y en riñas de parejas, en las que perros y gatos suelen correr con las consecuencias y terminan violentados, golpeados, mutilados, asesinados o abandonados.

Por informaciones encontradas en la literatura, sabemos también que el maltrato y muerte de animales fue en muchos países una práctica habitual con que los grandes hacendados castigaban a sus peones, esclavos o inquilinos, por el delito de desobediencia o llanamente para impedir actividades económicas no dependientes del hacendado. [Acabo de leer en Página 12 el artículo ‘Esclavos en tiempos de Evo’, de Santiago O’Donnell, donde se menciona la ocurrencia contemporánea, actual, en el Chaco boliviano, de estos abusos. "Durante las visitas del 2006 y 2008, la Comisión [Interamericana de Derechos Humanos] tomó conocimiento e incluso recibió testimonios relacionados con eventos de maltrato físico de guaraníes mediante ‘huasqueadas’ (latigazos), quema de sus cultivos y muerte de sus animales como castigo por ‘desobediencia’. En palabras de un hombre de Itacuatía, ‘nos tratan con garrotes y chicote... siempre nos sabían chicotear, maltratarnos. Estos actos de violencia siempre han existido’".

Pero sabemos poco sobre el alcance y modalidades de esta macabra práctica durante la dictadura chilena, y eventualmente hasta hoy.

Si el maltrato y asesinato de mascotas formaba parte de las torturas sistemáticas aplicadas en el contexto de planes de exterminio de opositores políticos, este tipo de maltrato animal debería incluirse entre los delitos de lesa humanidad.

Me gustaría que los que conozcan casos de este tipo -maltrato animal cometido por agentes civiles o militares durante la dictadura para presionar o intimidar a detenidos; maltrato animal en el contexto de violencia intrafamiliar o de conflictos entre personas- los compartan conmigo y los lectores en este mismo espacio o escribiéndome a mi correo si quisiesen conservar la intimidad. Tanto si se trata de referencias (por ejemplo, de un lector que haya leído informaciones de ese tipo en alguna página web o publicación de papel) como de experiencias personales (o que se conocen a través de relatos de otros), agradeceré infinitamente los datos que puedan enviarme.

[La foto la encontré en Just Sick Network]

Mañana Voto por Frei


Después de muchas dudas, y con un enorme par de pinzas de la ropa en la nariz, he decidido votar mañana por el candidato de la Concertación.
No era mi primera opción. De hecho, me inscribí en el registro electoral para votar por Marco Enríquez-Ominami. No me había inscrito porque considero que Chile no es una democracia y no quería legitimar con mi voto ni la estúpida farsa del binominal ni la inepta y autocrática clase política. Creo que nada cambiará en Chile si no se elimina primero el sistema binominal y se reforma la Constitución. En el marco actual, ambas reformas son prácticamente imposibles. Como quiera que sea, terminé votando por Arrate con la idea de votar por Marco en segunda vuelta. No sé si fue una mala decisión.

No votaría nunca por Piñera. El hecho de que su carrera como empresario esté salpicada de escándalos y visitas regulares a tribunales, el desfalco del Banco de Talca, la creación de empresas de papel para embolsarse créditos o desviar fondos hacia ellas, el uso de información privilegiada, etc., no me dan ninguna confianza. Las declaraciones de la señora Madariaga fueron las últimas paladas sobre la tumba política del candidato. No creo que la ex ministro haya hecho declaraciones falsas, poco antes de su muerte, sólo para fastidiar a Piñera.

No tengo nada contra los candidatos de derecha. Quiero decir, creo que sería bueno que surgiera una derecha decente que pudiera gobernar alguna vez. Hablo de una derecha decente, genuinamente liberal, activa defensora de las libertades personales y los derechos humanos, enemiga acérrima del autoritarismo y del pinochetismo, piadosa y honesta. Estas características no las posee Piñera, que se ha declarado admirador del presidente Uribe, al que considero un político sanguinario, y de José María Aznar, político español de inteligencia disminuida que fue cómplice de la invasión ilegal de Iraq, un sátrapa mentiroso y de inclinaciones criminales.

Si hubiese otro candidato de derecha, enemigo del pinochetismo y partidario resuelto de la democracia, las libertades personales y los derechos humanos, votaría por él sin ningún temor.

Frei no es un dechado de virtud. Al contrario. Le reprocho haber acudido al rescate del dictador en Londres y de haber mentido al mundo sobre sus intenciones de juzgarlo, cuando en realidad lo trajo para que muriera impune en la cama. (Yo lo habría condenado a muerte por estaca de madera, para que, como vampiro venido del infierno, no pudiera volver a nacer, y si eso no hubiese sido posible, condenado a reclusión perpetua y a ser enterrado en el patio de la cárcel). Le reprocho a Frei haber pasado años sin recibir a los familiares de las víctimas de la dictadura. Le reprocho haber votado, en 2007, contra la derogación de la ley de amnistía. Le reprocho la privatización del agua -y, dentro de esto, el hecho de que con la aprobación de esa ley maldita sabía que estaba favoreciendo a familias demócrata-cristianas dedicadas a la explotación minera en el norte de Chile y a las que debemos la extinción de varias aldeas chilenas de origen boliviano o quechua-aymará tras haber desviado las aguas de riego hacia las minas. Tengo una larga lista de reproches.

Sin embargo, el senador Frei ha prometido enmendar rumbo y deshacer algunos de sus desaguisados, empezando por la ley de aguas. También ha prometido luchar por la derogación de la ley de amnistía. Y ha prometido lo que creo más importante: abolir el sistema binominal para reemplazarlo por un sistema democrático proporcional. En estos propósitos, loables todos, le reprocho ser muy vago sobre cómo lograr esos objetivos. Con el actual método de formación del parlamento, que favorece la sobrerrepresentación ilegítima de la extrema derecha (UDI), es prácticamente imposible tanto la derogación del binominal como la reforma de la Constitución. Tendrá que ser más claro. (Yo creo que sin alguna forma de movimiento ciudadano de desobediencia civil que exija la derogación del binominal, esto no se logrará).

Pero es el propio candidato Piñera el que me ha empujado al campo de la Concertación. Creo que es impresentable que después de todo lo que sabemos sobre el régimen militar -las atroces injusticias cometidas, el despojo masivo de bienes nacionales, las expropiaciones, las ejecuciones extrajudiciales, las violaciones de prisioneras, las torturas, las detenciones arbitrarias, los campos de concentración, las cárceles secretas, las privatizaciones de empresas públicas- pueda haber alguien que se pretenda liberal que se presente en alianza con los defensores y cómplices de esos crímenes. Simplemente intolerable.

Piñera no es liberal. Es un conservador de extrema derecha, alguien a quien esos crímenes no incomodan ni disgustan lo suficiente como para romper con sus autores o cómplices, que son sus amigos.

Su ofrecimiento de impunidad a los militares implicados en crímenes de lesa humanidad en el Círculo Español en Santiago -vía la aplicación de la prescripción penal o media prescripción y la aplicación de la amnistía- lo dice todo sobre qué piensa sobre ese terrible episodio de nuestra historia. Y dice también mucho sobre qué se imagina él que es gobernar. Un presidente no puede ni debe tratar de influir en el poder judicial, y menos para obligar a los jueces a la aplicación de criterios ilegales prohibidos por los convenios internacionales de derechos humanos firmados por Chile. Desde que Chile ratificara el Estatuto de Roma, que funda el Tribunal Penal Internacional, el país se impide, so pena de sanciones, la utilización de la amnistía o la prescripción para eludir la justicia o dejar impunes a los militares y civiles acusados de esos crímenes.

Creo que es impresentable que mientras la izquierda ha abandonado a la extrema izquierda -partidaria de la revolución armada y la instalación de dictaduras populares-, la derecha no ha hecho lo mismo con la extrema derecha -culpable de los más atroces e injustificados crímenes de nuestra historia. En mi opinión, partidos como la UDI, que defiende y justifica las violaciones a los derechos humanos, deben ser prohibidos y sus dirigentes encarcelados, y los funcionarios de la dictadura, como Jovino Novoa o Longueira, deben ser inhabilitados a perpetuidad para el ejercicio de cargos públicos. (Le tengo ojeriza a la UDI porque definiéndome como católico, considero a ese partido un usurpador de los valores católicos, que lleva escritos con sangre de inocentes en sus estatutos llenos de proclamas adulteradas).

Piñera, además, en otros temas, no me ofrece nada bueno. Más privatizaciones. Nada de reformas políticas, pues Piñera defiende el binominal y rechaza la reforma de la Constitución. Como estos dos puntos son fundamentales para recuperar la democracia para Chile, otros aspectos de su programa son en realidad irrelevantes.

Pero cuando tengamos un sistema genuinamente democrático y la derecha presente a un candidato decente, iré a votar por él sin ningún temor. De momento, seguiré votando por candidatos de izquierda o centro-izquierda.

Mañana voto por Frei.

Quieren Matar a los Perros Vagos


Gobierno de presidenta Bachelet presenta indicación a proyecto de ley que permite el exterminio de perros vagos -un deleznable legado que la población resiste masivamente. 

Pude leer la respuesta que envió la oficina de la presidencia a una animalista que escribió a la presidenta una carta protestando por la ley que permitirá a las municipalidades aplicar la eutanasia como método de control de la población canina. Estamos hablando de la indicación substitutiva enviado por el Ejecutivo para el proyecto de ley 6499-11, en el que, sorprendentemente -porque va contra el espíritu original del proyecto-, faculta a las municipalidades para deshacerse de perros vagos recogidos de las calles mediante su adopción, venta en subasta o su eliminación.
 
Existe la creencia de que la eutanasia de la que se habla en el proyecto sólo se aplicará en casos muy excepcionales. "La eutanasia", se leía en el editorial de El Mercurio del 28 de noviembre, "se propicia como último recurso para perros con enfermedades incurables que sean un peligro para la salud pública o tengan un alto grado de agresividad".

Pero la ley chilena no dice nada de eso y la creencia del editorialista es infundada cuando escribe que el proyecto "prevé la eutanasia sólo para casos circunstanciales". La redacción de la ley no deja lugar a dudas sobre las intenciones del gobierno.

El artículo 11 dice que "los animales que no sean reclamados en el plazo establecido por la Municipalidad, se considerarán sin dueño y podrán ser dados en adopción, subastados o sometidos a eutanasia". No se menciona para nada que la eutanasia se propiciará como "último recurso para perros con enfermedades incurables" y deja en manos de las autoridades municipales la eliminación física de los perros que no sean adoptados ni vendidos.
   
Es muy probable que las municipalidades empiecen a eliminar a los perros que recojan de las calles, pese a los dictámenes de contraloría que hasta ahora prohíben el retiro y eliminación de perros con o sin dueño. De hecho, aunque es ilegal todavía, algunas municipalidades ya han empezado la carnicería. Varias municipalidades del país ya han iniciado los preparativos para recoger a perros de la calle y asesinarlos masivamente. (En Catapilco, comuna de Zapallar, por ejemplo, la municipalidad ha decretado una nueva ordenanza en la que, a partir del 1 de diciembre, los perros serán recogidos para disponer de ellos "conforme a la ley". Ciertamente se refiere a la nueva ley todavía no promulgada, que permite el asesinato de perros, porque la ley existente considera delito de maltrato la matanza de perros sanos).

Bien. Vuelvo a la carta de la oficina de la presidencia. La respuesta dice: "[...]la iniciativa se funda en la necesidad de contar con una herramienta legal eficaz que permita una adecuada fiscalización en materias de prevención y maltrato de animales, sin distinguir entre animales domésticos, silvestres o de empleo en experimentación, teniendo siempre presente el bienestar de los animales.
"En ese sentido, el problema radica en mejorar la gestión de cada Municipalidad respecto del tema y en que las personas se hagan responsables de dichos animales y no los abandonen a su suerte, puesto que es allí donde se inician las dificultades sanitarias. Usted, sabrá mejor que nosotros que cuidar un perro es mucho más que sólo alimentarlo, por lo que este problema, es un problema de conciencia social y de responsabilidad ciudadana.
Junto con agradecer su comunicación, le hacemos llegar a usted y familia, en nombre de Su Excelencia, un fraternal saludo".

La respuesta elude derechamente el tema de la eutanasia. Ni siquiera lo menciona. Y lo que queda es un texto revuelto e incoherente que, sin gran esfuerzo, se puede interpretar como una defensa de los planes de exterminio de los perros vagos, porque en su respuesta a la preocupación por la eutanasia aplicada a animales sanos, pero abandonados, enfatiza la responsabilidad de los dueños que los abandonaron, como si eso fuera relevante para decidir sobre la vida o muerte de los animales. Si el gobierno no quiere exterminar a los perros vagos, ¿por qué no lo dice claramente y retira la indicación substitutiva? Es lo que debe hacer.

Yo encuentro francamente inadmisible que cuando preguntas por los motivos para la aplicación de eutanasia a perros sanos, pero abandonados en la calle, te respondan que se trata de fiscalizar la prevención y el maltrato sin distinguir entre animales domésticos y silvestres, que es una respuesta derechamente incoherente. O que te digan como respuesta que muchos abandonan a sus perros o que no existe conciencia social. Esta respuesta es simple y pura cháchara donde la presidenta, con palabras menos o más bonitas, después de referirse al maltrato, de todos modos insiste en que el asesinato de los canes es la solución que ella se imagina para posibles problemas sanitarios que dejaron de presentarse hace décadas.

Es lamentable que un tema tan sensible sea tratado por el gobierno con engaños y trucos y blablá. De por sí, ciertamente, la mera presentación de esta indicación substitutiva es una inverosímil canallada -tan es así que dos de los cinco senadores que presentaron originalmente el proyecto, Guido Girardi y Carlos Ominami, se distanciaron y reprocharon las intenciones del gobierno. (Pese a estas denuncias, los senadores siguen siendo atacados por algunos animalistas que no se han enterado de la maniobra oficial. Los miembros de la comisión de salud que aprobaron la indicación substitutiva son tres y pertenecen respectivamente a los partidos de extrema derecha Renovación Nacional [Kuschel] y UDI [Arancibia], y a la Democracia Cristiana [Ruiz-Esquide Jara]).
En este asunto, el gobierno se ha comportado de manera muy extraña, con conspiraciones y falsedades, con comisiones torcidas y funcionarios ignorantes, tratando de imponer subrepticiamente sus planes de exterminio de los perros vagos.

La insensibilidad del gobierno llega hasta el punto de querer lucrar con los perros recogidos, proponiéndose subastarlos -a los que no hayan sido adoptados- para rellenar las arcas municipales, sin pararse en ningún momento a examinar el bienestar ni el destino ulterior de los perros vendidos. Este texto incoherente es derechamente infame. Sin caer en paranoias, es igualmente lamentable que la ley no se ocupe de las condiciones de mantención de los animales subastados. Normalmente en los casos de adopción existe un procedimiento de control y seguimiento bastante elaborado.

Es evidente que la resistencia de los animalistas ha tocado algunas cuerdas sensibles en el gobierno y en los grupos que favorecen el exterminio. Lo demuestra la virulencia en la defensa de sus intenciones y en la intensidad con que enfrentan el asunto -en muchos foros animalistas están participando funcionarios del Minsal en horas de trabajo. Desde hace algunos años una y otra vez intentan funcionarios ligados al Minsal introducir en los proyectos de ley relevantes alguna cláusula que permita el exterminio de perros. Estos funcionarios se amparan en oscuros informes y declaraciones de profesionales cuyo nivel de formación es simplemente aberrante y en muchos casos también inexistente. Tratándose de funcionarios protegidos por políticos de gobierno, es muy difícil enfrentarlos.

Las autoridades se aparecen por los barrios con este tema solamente cuando intentan, incansables, capturar o matar a los perros callejeros. El resto del tiempo no los ve nadie. Por eso no se enteran que casi todos los perros callejeros tienen dueños o al menos padrinos que cuidan de su alimentación, vacunas, enfermedades y esterilización, entre otras cosas, y saben muchísimo de conciencia social y responsabilidad ciudadana. Convendría pues que el gobierno empezara a practicar lo que, de vez en vez, le da por predicar. Predicar al mismo tiempo la tenencia responsable de mascotas y el exterminio de las mascotas abandonadas es una actitud propia de una mente enferma.

La presidenta se ha defendido en otro lugar diciendo que ella adora a los perros vagos, lo que ciertamente contradice las intenciones explícitas del documento que lleva su firma, que condena a muerte a los perros recogidos que no sean reclamados. No sé cómo concilia la presidenta el amor por los perros con el propósito de exterminarlos.

Lo que la presidenta debe hacer, si oyera el clamor ciudadano, es simplemente retirar esa indicación substitutiva y formar una comisión con profesionales de verdad para abordar este asunto. Hay experiencias internacionales que indican que la única solución para lo que se considera un problema de nacimientos descontrolados, sobrepoblación canina o salud pública es una combinación de campañas permanentes de adopción, esterilización y tenencia responsable. Sólo los criminales piensan que el crimen es una solución.

La foto es una ilustración. La encontré aquí.
Más información aquí.

El Bebé No Estaba Muerto

Un suceso espeluznante leí en La Estrella de Valparaíso: en Paraguay una mujer tuvo en un hospital aparentemente un parto difícil y los médicos la enviaron a casa diciéndole que su hija había muerto. Al rato llegó a su casa el vehículo con el ataúd de cartón del bebé. El padre abrió el cajón y descubrió en él no a una niña, sino a un niño, que, además, no estaba muerto. Tras ser declarado muerto, el bebé permaneció cerca de una hora en la caja de cartón. ¿Qué podría perdonar la zozobra y el dolor de esa familia, causada por la ineptitud de unos médicos?


Lo Delató una Llamada

Una historia curiosa leí hace algunos días en El Austral de Osorno, que cuenta que un vecino de una localidad rural, tras una discusión, mató a balazos al amigo con el que bebía y que era su inquilino. Se dirigió luego del crimen a casa de un vecino, al que pidió su celular para hacer una llamada. No lo dice el periodista como lo imagino, pero el asesino debe haber salido al corredor para hablar más privadamente. Imagino que el vecino se acercó a la ventana y, quizás sin darse cuenta, oyó la conversación en la que el homicida confesaba su crimen a su hermana. Aparentemente, el vecino homicida, sin saber que ha sido escuchado, se marcha a su casa, quizás con la intención de huir. Entonces el dueño del celular disca el número de la policía local y cuenta lo que ha oído. ¿Se habrá preguntado si era verdad lo que había oído decir a su vecino? Seguramente imaginó que lo era.

El Ex Diputado Wu Tianxi

Acabo de leer una historia extraordinaria, novelesca, cerrada como oráculo, clásica, greca -como salida de la pluma de Mujica Laínez. Para prolongar su vida y tener suerte en los negocios, Wu Tianxi, un ex diputado y funcionario del Partido Comunista de China, asesor político y empresario millonario, creía que debía tener relaciones sexuales con niñas vírgenes, algunas de las cuales recibía de sus madres a cambio de favores, y otras hacía secuestrar por una pandilla de bandidos bajo su cargo. Durante años desfloró a niñas de entre 12 y 14.  Denunciado y juzgado, despojado de sus privilegios políticos, fue condenado a muerte y ejecutado a los 63 años.

14 de agosto de 2009
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la tercera

La Exhibición de la Muerte

En estos días he estado buscando información sobre la historia de las carnicerías en Chile, y no he tenido ningún éxito. En la red no he encontrado nada sobre el tema aquí, aunque sí sobre la historia de las carnicerías en general. Me interesaba leer sobre la historia de las carnicerías en Chile, desde las peculiaridades de su origen hasta sus regímenes actuales en lo que se refiere a la reglamentación de la venta y la exhibición de sus productos, entre otras cosas. Me sorprende mucho que, aunque sí tenemos una reglamentación sanitaria, no existe nada, que yo sepa, en cuanto a la exhibición de sus productos.

El Código Sanitario reserva a la autoridad sanitaria la inspección y aprobación de "[...] los locales destinados a la producción, elaboración, envases, almacenamiento, distribución y venta de alimentos, y [...] los mataderos y frigoríficos, públicos y particulares". Igualmente es la autoridad sanitaria la que deberá realizar, "directamente o mediante delegación a entidades públicas o privadas idóneas o a profesionales calificados, la inspección médico-veterinaria de los animales que se beneficien en ellos y de las carnes".

Pero el código no dice nada con respecto a la ubicación de los lugares de venta al público ni sobre las maneras de exhibición de los animales sacrificados. En Chile las carnicerías y otros locales de expendio de carnes pueden ubicarse prácticamente en cualquier lugar, en zonas centrales de las ciudades, junto a escuelas y hospitales, y en áreas de gran afluencia de público, como centros comerciales techados, plazas y calles peatonales. También pueden abrir sus puertas prácticamente todo el día, permitiendo su acceso indiscriminado a todo el mundo. Las carnicerías exponen sus productos directamente al público, en ventanales y escaparates que dan a la acera y/u otras vías peatonales exteriores o interiores, donde pueden ser examinados por los potenciales compradores, pero también por personas que no sólo están lejos de querer adquirir esas mercaderías, sino además pueden verse seriamente afectadas psíquicamente por la insensibilidad, violencia y brutalidad de esas exhibiciones. También los niños en etapa formativa se ven expuestos a este tipo de crueles y sangrientas demostraciones, en escaparates donde es posible identificar, según la categoría y especialización de los locales, todo tipo de carnes y cortes, incluyendo también los llamados productos de casquería, vale decir, entre otras cosas, productos como testículos (criadillas), lenguas, rabo, corazón, pulmón, hígado, sesos, riñones, orejas, estómago (callos), patas, morro, manitas y panzas, además de cabezas que, en muchas ocasiones, los carniceros aderezan o adornan, en lo que parecen aberrantes actos de perversión, incrustando en sus hocicos y oídos zanahorias y manzanas y otras frutas. En algunas carnicerías suelen exponerse, además, animales enteros o cabezas embalsamadas de los animales cuyas carnes mutiladas se venden en el local. O se exhiben profusamente fotos de trozos de animales, a veces con indicación de sus precios.

En la historia de las culturas occidentales el proceso civilizatorio inhibe crecientemente algunos tipos de exhibición e incluso de corte de las carnes, orientándose a una creciente indiferenciación. También en la gastronomía de estas sociedades la tendencia de los últimos siglos ha sido la de obliterar, por medio de los métodos de preparación y especias utilizadas, el origen preciso del animal o de las partes de su cuerpo. Hoy la gente se alimenta a menudo de carnes preparadas de tal modo que no es posible identificar rápidamente ni el tipo de animal ni qué partes de su cuerpo se está consumiendo. Igualmente, en las carnicerías modernas han dejado de venderse productos de casquería, y muchas familias tampoco los consumen. Por lo mismo, en muchos lugares han dejado de exhibirse animales enteros -aunque todavía es posible ver, en Europa y fuera de ella, locales que adornan sus escaparates con hileras de patos desplumados y ahumados colgando cabeza abajo, o cerdos enteros rellenos de frutas. En Chile, algunas carnicerías se anuncian exhibiendo cabezas de yeso y/o fotos de los animales que ofrecen -aunque también las hay que no exhiben nada en sus escaparates, cubriéndolos con carteles sin imágenes donde un texto anuncia que en el local se expenden productos cárnicos.

La dirección en que se desarrollan las culturas occidentales identifica la civilización con un consumo de carnes indiferenciado y discreto, en una tendencia en que las carnes rojas o de mamíferos -que son los animales más cercanos al ser humano- ocupan cada vez más un lugar menos significativo, cediendo su lugar, en las mesas de los grandes cocineros y restaurantes, a pescados y mariscos -en razón de consideraciones gastronómicas y de buen vivir, y también por la creencia en la ausencia de conciencia de sí mismos de esas especies, lo que libera al consumidor de muchas restricciones morales.

El cándido desparpajo de antiguas costumbres es hoy cosa del pasado. La exhibición brutal de partes animales es algo que se ha ido restringiendo naturalmente en los últimos siglos. Nuestras culturas también han ido abandonando paulatinamente las formas más crueles de explotación animal y muchas prácticas crueles en nuestra relación con ellos. Una práctica inglesa que vio sus últimos días en el siglo dieciocho, que consistía en aterrorizar a las vacas con perros especialmente adiestrados para ello en la creencia de que el terror mejoraba la calidad y sabor de sus carnes, sería considerada hoy un caso grave de maltrato y sus autores terminarían probablemente encarcelados. Hoy en China a los perros, que muchos consideran, junto con cerdos y cabras, animales para el consumo humano, se les inflige "[...] una muerte con mucho dolor a propósito [...] para según, las ideas asiáticas, darles más sabor". Ahora en Occidente se cree lo contrario, que el maltrato o incluso el miedo que puede sentir el ganado puede perjudicar el sabor de la carne y endurecerla, razón por la cual se procura (aunque es inútil) que el animal no se entere de que se le lleva a la muerte. Muchos defienden el bienestar animal simplemente para que la carne sepa mejor.

En las culturas occidentales el consumo de carne de perro es un atavismo. Se practica todavía en algunos cantones suizos. En 2006, un fabricante de salchichas de perro alababa su carne diciendo que "la salchicha y cecinas de perro son un plato popular en cantones suizos como St. Gallen y Appenzell, donde un granjero fue citado por un semanario regional diciendo que la carne de perro es la más sana. Tiene fibras más cortas que la carne de vacuno, no tiene hormonas como la de ternera ni tiene tampoco antibióticos, como la de cerdo" (San Francisco Chronicle). En Chile se elabora clandestinamente como charqui, y se le atribuyen propiedades medicinales para tratar, por ejemplo, la tuberculosis (véase el video Charqui de Perro, de Pepa García).

También solía comerse gatos en el pasado, y se conocen recetarios españoles de entrado el siglo dieciséis, como el tratado de Ruperto de Nola, cocinero del rey Fernando, que incluyen recetas para carne de gatos. En Chile se consume hoy en día carne de gatos, que son vendidos abiertamente y en jaulas en algunas áreas remotas del norte del país, en regiones indígenas donde suelen reemplazar a la carne de cuy. Ninguna ley específica protege de la gula humana a nuestros animales domésticos o de compañía.

Aunque reglamentos y leyes y el mero desarrollo de las costumbres prohíben someter a los animales, tanto de producción como de compañía, a tratos crueles, muchas especies no cuentan con ningún resguardo. En la caza del jabalí, por ejemplo, se admite que se utilicen a perros rastreadores y de agarre, que persiguen al animal mordiéndole las patas traseras -garroneando las corvas- y atacándolo y enfrentándolo hasta que llegan los cazadores.

Las sociedades han ido cambiando. Ya no comemos ni gatos ni perros, ni torturamos al ganado que va a ser sacrificado. Tampoco nos gusta reconocer al animal que se nos sirve a la mesa. Hoy algunos juegos de niños del pasado serían inconcebibles. En el Museo de la Infancia, en Londres, se exhiben en una de sus salas juegos antiguos, entre ellos modelos de carnicerías. Escribe Myrtle Peacock que los cortes de carne son muy realistas, y "por supuesto, hasta hace unos cincuenta años, cuando todavía no nacía el supermercado, todos comprábamos la carne en carnicerías como estas [los modelos expuestos] (con vacas de madera destripadas) y uno podía adquirir partes con nombres como tobillo y falda. [...] Quizás la razón de por qué estos juguetes nos parecen hoy tan tenebrosos es que ya no tenemos una relación sana con la carne; la mayoría de la gente no quiere recordar que la carne que comen son en realidad trozos de animales" (en el blog The Royal County Arbiter). Todavía es posible comprar elementos de utilería como sanguinolentas partes de cerdo y otros animales para el Día de las Brujas. Estas cabezas de cerdo chorreantes de sangre, realistas conejos desollados, vacas destripadas y otros objetos, inspiran tanto terror como en el escaparate de una carnicería.

Pese al desarrollo de la cultura hacia formas más atenuadas de exhibición y explotación, como digo, no nos parece extraño ni reprochable permitir que las carnicerías expongan sus productos a vista y paciencia de todo el mundo, e incluso fomenten su venta, sin considerar el terrible impacto que pueden tener estas escenas violentas y escabrosas en los niños y personas sensibles o que han dejado de consumir carnes por razones filosóficas, religiosas o morales. Por la misma razón que no se admite la exhibición ni pública ni privada de videos con peleas de perros, debiese igualmente prevenirse que el público que no lo solicite se vea enfrentado a esas desgarradoras escenas.

Yo tengo la exhibición, cándida y espantosa a la vez, de los resultados de la mutilación animal en escaparates y otros lugares de exhibición (mesones al aire libre, en ferias, o en anuncios publicitarios en prensa y televisión) como una tenebrosa muestra de indiferencia y barbarie, y temo que influya negativamente, o que fomente en todos la falta de respeto hacia los animales y en realidad hacia todos los seres vivos, incluyendo a los humanos mismos. Transforma en monstruos insensibles a los niños, y provoca innecesaria y gratuita angustia en los adultos que, movidos por consideraciones filosóficas y éticas, han decidido privarse de esos placeres innobles. No sé qué tipo de persona puede desarrollarse en una sociedad que practica masivamente la esclavitud y violencia hacia los animales, terminen estos o no cortados en trozos en la mesa. Un mundo donde es habitual la exhibición de partes de animales mutilados no puede ser un mundo bueno.

A esta violencia de hecho, se agregan las constantes agresiones lingüísticas, quizás ideológicas, contra los animales, manifiestas en los nombres que suelen darse a lugares de expendio público y mesones, como ‘El Pollo Feliz’, o ‘La Rica Gallina’, ‘El Chancho con Chaleco’, ‘El Cerdo Que Ríe’ y otros similares, o anuncios en los que los animales de consumo se sacrifican y cocinan ellos mismos, saltando dichosos en las cacerolas, o logos en los que no faltan los cochinillos atravesados por un palo desde el morro hasta el culo, con una corona de ramas de perejil.

En un mundo que debiese ser cada vez más tolerante y respetuoso de las otras formas de vida, esta exhibición de muerte y mutilación debiese estar sujeta a reglas más estrictas.

Los vendedores y consumidores de carne no tienen porqué acosar y atribular a otros con la exhibición de sus pasiones y peculiares gastronomías. En culturas como la nuestra, no quiero decir que la exposición de carnes mutiladas deba ser derechamente prohibida, pero sí obligados sus cultores a una exhibición restringida exclusivamente a los clientes, prohibiendo a las carnicerías que expongan sus productos en escaparates o ventanales que den a las aceras o vías peatonales de otro tipo y obligándoles a cubrir sus ventanas de modo tal que los transeúntes no puedan ver hacia el interior. No afectaría en nada el negocio habitual de los consumidores de carnes, y ahorraría a otros muchos momentos de pesar y desolación. Igualmente, sería deseable prohibir la publicidad de las carnes en todo tipo de soporte, desde anuncios de televisión hasta anuncios en la prensa escrita, radios y en carteles en la calle.