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Los Animales Como Ciudadanos

[Se libra un intenso debate sobre temas como la domesticación, la explotación animal y la relación humano-animal, en el que participan enemigos de los animales de un lado y otro: los que quieren seguir comiéndolos para cultivar sus barrigas y desollándolos para hacer zapatos y abrigos, y los que los quieren exterminar para liberarlos de los maltratos humanos. Pero hay otras alternativas más humanas y razonables.]

Después de leer la columna de Nicholas Kristof en el New York Times del 9 de septiembre, me queda una amarga impresión. Kristof rompe lanzas por la granja lechera familiar donde las vacas no son encerradas en cubículos en los que apenas se pueden mover, donde en los establos no ven las vacas nunca la luz del sol, ni se separa a madres de hijas, ni se las inyecta con todo tipo de fármacos, hormonas y antibióticos y donde, además, pastan libremente en el campo. En la granja que describe el autor las vacas además tienen nombre.
El dueño de la granja se llama Bob Bansen, un ejemplo de granjero, dice Kristof, que “ha sabido ganarse la vida con una granja que es eficiente y que también tiene alma”. Las llama sus “chicas”, las reconoce e identifica individualmente, les da nombres propios “y las quiere como si fueran sus hijas”. Bob le presentó a Hosta, Sophia, Kimona, Edie, Clare, Pasta, Pesto, Jill. Jolly. Pesto, le explicó, es la hija de Pasta. Jill es hija de Jolly. El señor Bansen no separa a las madres de sus hijas.
Además, Bansen se pasó al alimento orgánico y dejó de atiborrarlas de antibióticos, una decisión que tomó lleno de expectativas y temores. ¿Era responsable? ¿Seguirían siendo sanas? Para su sorpresa, descubrió que en realidad la salud de las vacas mejoró. Si las vacas se mantienen limpias en pastizales antes que enjaularlas en establos sucios, y si se las alimenta con pastos antes que con granos y heno, no hay ninguna necesidad de inyectarles antibióticos y otros fármacos. También descubrió que bajo este régimen su esperanza de vida se alarga. A cambio, las vacas deben producir ocho galones de leche diarios –unos treinta litros. Su leche es más sana.1
Para tener una granja productiva y eficiente, piensa Bansen ahora, es indispensable que las vacas sean felices. Si son felices, su productividad y su rentabilidad aumentarán por sí solas. “Las granjas familiares”, concluye Kristof, “todavía pueden prosperar, mientras se cuida a los animales y se producen alimentos sanos y seguros”.

Pero no todo parece ser tan idílico. ¿Qué pasa cuando las vacas dejan de ser productivas? Jolly, la madre de Jill, fue enviada una “pequeña granja familiar […] donde pudo vivir con dignidad sus últimos años”. Otras vacas que dejan de ser productivas son empleadas para que amamanten a los novillos, “de modo que las vacas más viejas pueden ganar ingresos para cubrir sus gastos y su Día del Juicio puede ser pospuesto, indefinidamente en el caso de sus vacas favoritas”. ¿Y qué pasa con las otras, las que no son las favoritas del señor Bansen? Kristof no lo dice directamente. Pero sí nos informa que cuando las vacas envejecen y se reduce su producción de leche, “los granjeros las sacrifican”. Bansen tiene 230 vacas lecheras. Algunas de ellas terminarán sus días en una casa de reposo para vacas. Otras morirán en la granja, quizás de muerte natural. Todas las demás terminarán sacrificadas –vendidas quizás a mataderos o a intermediarios. Y es aquí donde la idea de la granja familiar deja de ser atractiva. ¿Por qué no enviar a todas las vacas que dejan de ser productivas a granjas de reposo donde puedan pasar con dignidad sus últimos días? ¿Por qué sólo algunas? ¿No es económico? ¿Es muy caro? ¿Es derechamente imposible? ¿No se puede crear un fondo de pensión para las vacas y otros animales de producción? Porque si es técnicamente imposible, entonces ni siquiera debería permitirse que fueran explotadas.
Hay otros aspectos que, en la granja de Bansen, no presagian nada bueno. Las vacas viejas amamantan a los novillos. ¿Qué hace el granjero con estos novillos que no producen leche? ¿Y las vacas amamantadoras, mueren de viejas o las ayuda Bansen?

Me pasan todas estas preguntas e inquietudes por la mente porque en los últimos días he estado expuesto a una andanada de argumentos contra la domesticación y la explotación animal y de hecho, en algunos casos, contra toda forma de relación humano-animal en la creencia de que toda relación de este tipo lleva el sello de la perversión humana: sostienen algunos que las relaciones entre humanos y animales son siempre unilaterales, un acto de dominio e imposición humana, y orientadas hacia su explotación económica o comercial. Por tanto, dicen los partidarios de esta visión, para tener un mundo feliz, hay que terminar no sólo con la explotación animal, sino además con la domesticación y con la relación humano-animal misma. Hay que dejar que los perros y las vacas se mueran (se extingan, dicen unos)1, para que así sean libres. Este punto de vista aberrante lo defienden personas que dicen que aman a los animales y que respetan su derecho a la vida. ¿Vamos a procurar la extinción de las vacas y los perros y los caballos y otros animales para que los malvados humanos no los puedan explotar? ¿En qué libro de qué pensador nazi he leído yo argumentos parecidos? ¿En las indigeribles ideas de Ingrid Newkirk? ¿Se puede imaginar una idea más perversa y, en realidad, demoníaca que esa? ¿Matarlos, extinguirlos para salvarlos de los humanos? (Me recuerda los argumentos de los soldados estadounidenses que, durante la Guerra de Vietnam, exterminaron a los habitantes de la aldea de My Lai para dizque salvarlos del comunismo.)

¿Qué es la domesticación y qué tiene de malo? En mi definición, la domesticación es un proceso mediante el cual hombres y animales (especialmente mamíferos) establecen una relación permanente que es de carácter generalmente recíproco y que puede ser espontánea y voluntaria o, en todo caso, nada determinada que sea ni forzada ni violenta. El dominio violento no me parece que sea un modo razonable o moral para fundar una relación, aunque históricamente la haya fundado. Los mamíferos en particular compartimos una serie de características que nos permiten entender mutuamente de qué trata la relación que estamos construyendo, incluyendo la relación perversa. Tenemos un lenguaje corporal y gestual entre especies que permite que comuniquemos nuestras emociones de modo comprensible. Constituimos grupos sociales. Somos animales con cultura: todos los hijos de mamíferos nacemos desvalidos y nuestros tutores deben enseñarnos todo para sobrevivir. Y tenemos códigos morales parecidos entre algunas especies: por ejemplo, la prohibición del incesto, en algunos casos, o la prohibición de dar muerte a los cachorros de otras especies de mamíferos. Eso permite fenómenos maravillosos, que de otro modo no entenderíamos: por ejemplo, que algunos lobos puedan adoptar a cachorros humanos, o que algunas sociedades humanas prohíban matar a cachorros de animales cazados para ser comidos.
También hay sociedades humanas que prohíben lo que llamamos domesticación y explotación animal: pese a ser omnívoros que consumen, de vez en vez, carne, rechazan que a los animales se los encierre en jaulas o corrales. Hay algunos que consideran que los llamados animales de compañía –que no son tan evidentemente explotados- también se inscriben en este esquema de explotación ilegítima de los animales, sin detenerse a pensar en ningún momento que para nosotros los mamíferos la compañía –la vida en sociedad, el grupo- es un ingrediente fundamental de la vida misma.

En teoría, la relación humano-animal no tiene por qué ser perversa, ni se puede definir como perversión que la relación sea de mutua necesidad. Una relación perversa sería, por ejemplo, establecer una relación con animales de una especie para después, en algún momento de su desarrollo, darles muerte y desollarlos para cubrirnos con sus pieles o torturarlos y matarlos en un espectáculo público. Capturar visones en jaulas y desollarlos luego no es ninguna relación; es una explotación perversa de la vida animal. El mero hecho de fundar una relación ficticia para darles muerte me parece un hecho derechamente diabólico. Pero no me parece que toda relación que tenga algún aspecto de beneficio mutuo sea reprochable. No me parece que ordeñar humanamente a una vaca, sin privar de leche a sus novillos o terneras, sea un acto execrable. Obviamente, no estoy hablando de granjas que producen para el mercado, como la granja del señor Bansen. Que Kristof las llame granjas familiares me parece una aberración. ¿Para qué necesita una familia 230 vacas? He leído en alguna parte que las vacas, en entornos relativamente normales, donde pastan en pastizales y se cobijan del frío y la lluvia en establos, producen espontáneamente más leche que la que necesitarían para sus terneras y novillos. Cuando un perro cuida una propiedad, o desarrolla una labor para una familia humana, sabe que será recompensado o pagado con albergue y comida. Es una persona que tiene un lugar en el mundo. Tiene un nombre. Tiene, como los humanos y otros, sus propias rarezas. Se le reconoce y respeta como individuo.Pertenece al grupo. ¿Por qué no habría de ser útil? ¿No son acaso los humanos útiles unos a otros? Si los humanos mantenemos relaciones necesarias y mutuamente beneficiosas unos con otros, ¿por qué no podríamos establecer ese mismo tipo de relación con los animales? Algunos dicen que el animal no sabe lo que hace y que sus acciones son actos reflejos o acondicionamiento. Pero pensar así es desconocer todo lo que sabemos sobre los mamíferos.
No estoy hablando de que si entre humanos se da la esclavitud, que esta también se pueda utilizar como forma de relación social con los animales o que recubra con un manto de legitimidad la perversión que no puede dejar de ser. Eso es así en la mayoría de los casos. Pero también hay relaciones no perversas, como las relaciones espontáneas entre hombres y animales. Los animales sí conciben estas relaciones perversas y resisten: son conocidos los casos de animales que se suicidan antes que seguir sufriendo los maltratos humanos. No hace mucho se conoció el caso de una madre osa que, en una granja de extracción de bilis en China, mató a su osezno para luego suicidarse golpeándose la cabeza una y otra vez contra una pared. Los humanos también se suicidan por motivos similares.
Lo que sí creo es que, como ha ocurrido en las sociedades humanas, los animales domésticos deben obtener derechos similares que resguarden sus vidas y su bienestar hasta el fin natural de sus vidas. Si los humanos trabajan para producir riqueza, y con esa producción de riqueza se sustentan a sí mismos y a otros para, llegado un momento, dejar de trabajar y vivir sus últimos años con dignidad, no veo por qué los animales que trabajan para los humanos no puedan acceder un régimen semejante. En mi mundo ideal, los animales tendrían derecho a la vida, y en el caso de que se tratara de animales que todavía fueran empleados para producir algún tipo de producto gozarían de derechos similares a los de los humanos en similar condición: derecho a ser remunerados por sus actividades, derecho a una vejez digna, derecho a no ser maltratados ni torturados, derecho a la vida,2 derecho a cuidados médicos, derecho al reposo3, derecho a su integridad física y psíquica, derecho a la alimentación, derecho a la reproducción (aunque admito que pueda ser controlada), derecho a la maternidad y muchos otros. En realidad, los animales deberían gozar de alguna forma de derechos civiles, como los humanos.

En esto estoy completamente de acuerdo con Sue Donaldson & Will Kymlicka, que proponen –según la reseña de ‘A Political Theory of Animal Rights’, de Piper Hoffman-, entre otras cosas, que deberíamos “desarrollar un nuevo marco moral que vincule más directamente el trato dado a los animales con los principios fundamentales de la justicia liberal-democrática y los derechos humanos”.4 Si es suficientemente bueno para los humanos, resume Hoffman, también debe ser bueno para los animales no humanos.

Los autores también tocan el tema de la industria ganadera y las granjas familiares, y así podemos volver al tema que nos ocupaba originalmente. La leche de vaca, escribe Hoffman en su reseña, “sería difícil de producir sin violar los intereses de las vacas en la alimentación de sus terneras y poner en riesgo su salud debido a una lactación excesiva”. Pero, aparentemente, las vacas pueden producir más leche de la que necesitan para sus hijos –lo mismo que las nodrizas humanas, que también producían más leche que la que podían utilizar para sus hijos. Donaldson y Kymlicka creen que sería posible producir pequeñas cantidades de productos lácteos “para su uso humano de modo no abusivo”. Aquí Hoffman se aparta de los autores, postulando que “no deberíamos someter a los animales no humanos a tratos que nos escandalizarían si se aplicaran a humanos. La idea de ordeñar a humanos y separarlos de sus bebés sería suficientemente espantosa como para plantear serias dudas sobre si la apropiación de la leche de vaca (y su venta, que contemplan los autores) es consistente con su naturaleza y condición de ciudadanos”. No sé si Hoffman hace justicia a la posición de los autores. No sé si se puede decir propiamente que a las nodrizas humanas se las ordeñaba. Si Donaldson y Kymlicka han considerado la posibilidad de la venta de leche, no pueden referirse a las granjas ganaderas industriales, que rechazan. Imagino que deben referirse a los excedentes de la producción de pequeñas granjas familiares. Imagino que no tienen en mente justificar la separación de la familia bovina o la venta de las terneras, cosa que sería completamente inconsistente con sus principios. Esta conclusión de Hoffman puede deberse a su propio apresuramiento en concluir que si los humanos usan la leche de vaca, este uso implica necesariamente separar a la madre de su ternera o novillo. Según entiendo, esto no tiene por qué ser así.

Muchos granjeros, dice Kristof, “simpatizan con las recientes leyes de protección animal destinadas a mejorar el tratamiento del ganado y las aves de corral”. Pero de nada sirven esas leyes si no garantizan y protegen el principal derecho que deberíamos reconocer a los animales: el derecho a la vida, y el derecho a una vida compartida.

Notas
1 Hay cada vez más investigaciones que ponen el duda los beneficios de la leche y subrayan en realidad sus efectos nocivos para la salud humana. Dos recientes columnas de Bitman giran sobre el tema: ´Para qué quieres leche’, y ‘Más sobre la leche’.

2 Dice el artículo 2, inciso b, de la Declaración Universal de los Derechos del Animal, Naciones Unidas, 1977: “El hombre, en tanto que especie animal, no puede atribuirse el derecho de exterminar a los otros animales o de explotarlos violando ese derecho”.

3 “Todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia” (ibídem, artículo 1).

4 “Todo animal de trabajo tiene derecho a una limitación razonable del tiempo e intensidad del trabajo, a una alimentación reparadora y al reposo” (ibídem, artículo 7).

5 “Los derechos del animal deben ser defendidos por la ley, como lo son los derechos del hombre” (ibídem, artículo 14, b).
[La imagen muestra al dios Krishna ordeñando a una vaca, mientras la vaquilla espera. Viene de Yadav History. Los hindúes condenan el consumo de su carne, pero beben su leche.]

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