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El Asado Mata 4 Veces

En los anuncios en televisión, e incluso en la programación de los propios canales, suele fomentarse como sano o saludable el consumo de carne y de leche o lácteos en general. Hace unos días vi al presentador Salfate y sus compañeros, en la Red, elogiando el carácter sano de las vienesas Ariztía. Y en Mega vi un episodio del programa Dr. Tv (patrocinado por la empresa de productos cárnicos Sopraval/Agrosuper) en el que el presentador fomentaba en horario matutino un almuerzo “sano” que incluía gelatina (que se hace a base de huesos y despojos animales hervidos en agua), almíbar (azúcar saturada), huevos y salchichas (grasas, vísceras y sangre). En los dos casos, los presentadores elogiaban los productos de los auspiciadores. Esto es al menos publicidad engañosa y esos anuncios deberían ser derechamente prohibidos. Está cada vez más claro que los productos cárnicos y los lácteos, que forman parte de la dieta que estos presentadores anuncian como sana, son los que más contribuyen al deplorable estado sanitario de los chilenos. Hay cada vez más estudios que avalan esta conclusión.

En marzo de 2012 la revista Health publicó un impresionante artículo sobre una investigación de los Archivos de Medicina Interna (en CNN) sobre las consecuencias del consumo de carne. La principal conclusión es que “el riesgo de morir a edad temprana –por enfermedad cardiaca, cáncer o cualquier otra- aumenta en relación con el consumo de carne roja” (versión en español –‘Carne roja acorta esperanza de vida’-en mQh2). Mientras que se sabe que la carne roja es nociva por su alto contenido en grasas saturadas y colesterol, la investigación es la primera en calcular los efectos del remplazo de la carne roja en la dieta, tras el seguimiento de dos grupos de personas (121 personas) de hasta veintiocho años. Los investigadores descubrieron que mientras más carne roja comían, más alto era el riesgo de morir durante el estudio. Las peores carnes son los embutidos como vienesas, salami y tocino: su consumo diario aumentó el riesgo de morir de los participantes en el estudio en un veinte por ciento. Si se dejara de comer carne roja (y especialmente embutidos como las vienesas que elogia Salfate y el Doctor TV) y se remplazara por productos más saludables, reducirían casi en un veinte por ciento el riesgo de morir.
Otra buena razón para no consumir carne roja y productos cárnicos es que así se evita “a exposición de una persona a substancias nocivas en la carne mientras que también provee valiosos nutrientes”. En los productos vegetales como verduras y frutas, con los que se puede remplazar la carne, se encuentran además numerosas substancias medicinales -por lo que la dieta vegetariana o vegana tiene el doble beneficio de alimentarnos y de ayudarnos a prevenir enfermedades.
Las carnes procesadas, de alto contenido en grasas saturadas, producen enfermedades cardiacas y contienen aditivos que son frecuentemente cancerígenos. Pero, por si fuera poco, sobre todo las carnes procesadas a altas temperaturas, como el asado, son las más nocivas porque producen “cancerígenos en la superficie”. Robert Osfeld, cardiólogo, resume en pocas palabras un consejo que muchos médicos empiezan a recomendar: “Mi recomendación es comer lo menos posible carne roja que se pueda, y creo que sería ideal evitarla completamente”.
Estas son pues las carnes que publicitan como sanas un conocido supermercado que ofrece asados a precios bajos y presentadores desatinados que elogian las vienesas y salchichas como sanas, mientras que son los productos cárnicos que en realidad más daño implican para la salud humana. Entre las carnes rojas, el asado (procesado a altas temperaturas) y los embutidos como vienesas o salchichas son las más perjudiciales.
En el mismo informe, Staffan Lindeberg, de la Universidad de Lund, enfatiza que la peor amenaza para la salud en la dieta occidental en general no es tanto la carne como los azúcares y el almidón. Y nosotros y los niños en Chile miramos programas necios, como Dr. TV, el presentador promociona nada menos que el almíbar y los embutidos.

También hace poco un editorial de Los Angeles Times denunciaba, sobre la base de un informe de la Administración de Fármacos y Alimentos de Estados Unidos, que “ochenta por ciento de los antibióticos usados en este país son dados a pollos, cerdos, pavos y ganado, no porque los animales estén enfermos sino para engordarlos e impedir que las enfermedades se extiendan en corrales atiborrados” (versión en español en mQh2; véase también el editorial de The New York Times del 16 de abril de 2012 en su versión en español en mQh2). El sobreuso de antibióticos en el ganado ha provocado la emergencia de bacterias resistentes a los antibióticos.

Por razones similares, en abril de este año se prohibió en Maryland el uso de aditivos con arsénico en el pienso para pollos, práctica que ya estaba prohibida en la Unión Europea y Canadá. Se utiliza para combatir los parásitos en las aves. Pero el arsénico puede ser también un tóxico cancerígeno y contribuye a la diabetes, al cáncer y a las enfermedades cardiacas. El año pasado la Administración  de Fármacos y Alimentos había prohibido el aditivo roxarsona, que se emplea para que la carne parezca más gorda y rosada (estimula el crecimiento de los vasos sanguíneos) y es un potente cancerígeno (en The Washington Post; versión en español en mQh2).

Sobre el azúcar hay en estos momentos (junio de 2012) interesantes iniciativas en Los Angeles. En 2002, por su alto contenido en azúcar, las máquinas expendedoras de refrescos gaseosos azucarados fueron prohibidas en escuelas y cafeterías. Ahora el concejal Mitchell Englander quiere extender la prohibición a bibliotecas y parques (versión en español en mQh2). En Nueva York, el alcalde Bloomberg quiere prohibir la venta solamente de los envases grandes de refrescos azucarados en restaurantes, teatros, estadios y puestos callejeros. Obviamente, la industria de las bebidas gaseosas ha reaccionado agresivamente, acusando a las autoridades de atentar contra la libertad de expresión, eludiendo los temas –la obesidad, la diabetes- con que el ayuntamiento ha defendido la prohibición (versión en español en mQh2) y argumentando que la medida discrimina a las familias de más bajos ingresos (porque los envases grandes son más económicos).

Y muy recientemente, el columnista de The New York Times, Mark Bittman, arremetía contra la leche (traducido bajo el título de ‘Para qué quieres leche’ en mQh2). En Estados Unidos, las autoridades recomiendan un consumo de tres cuartos de litro de leche al día, sin excluir a los adultos. Irrita a Bittman, entre otras cosas, que las autoridades se dan el trabajo de recomendar un producto que perjudica a millones de consumidores que no toleran la lactosa (el noventa por ciento de los estadounidenses de origen asiático, el 75 por ciento de los latinos, afroamericanos y judíos, más cincuenta millones de habitantes de origen anglosajón), no hacen ningún esfuerzo por fomentar el consumo de agua, que es la bebida natural más saludable. Además, señala Bittman, aparte de la intolerancia, también existe la alergia a la leche: de hecho, es la segunda alergia más importantes después del maní y que afecta a 1.3 millones de niños. Una investigación que empezó por motivos personales (Bittman sufría de acidez o reflujo ácido desde su niñez y terminó décadas después cuando dejó de beber leche) lo llevó a Neal Barnard, presidente del Comité de Médicos por una Medicina Responsable, que concluyó que “la leche y otros productos lácteos son nuestra fuente más importante de grasa saturada, y que hay relaciones bastante evidentes entre el consumo de lácteos y la diabetes tipo 1 y la forma más peligrosa de cáncer a la próstata”. Pese a todo el conocimiento acumulado, escandaliza a Bittman que el gobierno de Estados Unidos “no sólo apoya a la industria lechera gastando más dinero en productos lácteos que en cualquier otro artículo en el programa de almuerzos escolares, sino además en los últimos diez años ha contribuido con publicidad libre y subsidios por sobre los cuatro mil millones de dólares”.
En una segunda columna (‘Más sobre la leche’, en mQh2) constata la impresionante cantidad de enfermedades y otros achaques que están asociados con el consumo de lácteos, entre ellos “acidez, migraña, colon irritable, colitis, eczema, acné, urticaria, asma, problemas con la vesícula, dolores musculares, infecciones del oído, cólico, alergias estacionales, rinitis, infecciones sinusales crónicas y otras más”. No sólo fomentan las autoridades políticas y económicas la producción y consumo de lácteos, sino además también los fomentan muchos médicos, los que además prescriben a sus pacientes fármacos que sólo atacan los síntomas, sin eliminar la causa principal, sosteniendo con ello a la gran industria farmacéutica. Menciona como ejemplo que la mayoría de los médicos, en lugar de quitar los lácteos de la dieta de sus pacientes, simplemente les prescriben, para la acidez estomacal (uno de los males más comunes) el fármaco PPI, que bloquea su producción en el estómago. Y nos recuerda que, en 2010, en Estados Unidos este fármaco reportó a la industria más de trece mil millones de dólares.

La investigación sobre los efectos dañinos para la salud humana del consumo de carne y productos cárnicos y lácteos, de azúcar y huevos, ya da como un hecho establecido que en su consumo se encuentra el origen de la mayoría de las enfermedades que sufre la gente, incluyendo enfermedades cardiovasculares, obesidad, cáncer y trastornos neurológicos asociados comúnmente con la vejez (como la demencia, pues algunas grasas alimenticias dañan el cerebro; véase la nota de Nicholas Bakalar en The New York Times, en la versión en español en mQh2).

En este contexto, en algunos países se están tomado medidas para que la población reforme sus hábitos de alimentación. Mientras que en Estados Unidos en algunos estados se dificulta el acceso de los niños y población en general a, por ejemplo, las bebidas azucaradas, y se prohíbe en Europa y Norteamérica el uso de arsénico en el pienso para pollos y de antibióticos y otros aditivos en el ganado vacuno, en Holanda se quiere restringir (o se restringe ya) la oferta de productos cárnicos en el menú de escuelas, regimientos, ministerios y otros recintos gubernamentales.
Por eso es simplemente bochornoso y escandaloso que en Chile, donde se observan los mismos desarrollos asociados a esos productos y se carece de fiscalización,  se permita su publicidad como alimentos sanos, y que periodistas y presentadores inescrupulosos, inmorales o derechamente ignorantes elogien desde las pantallas, en programas dirigidos a audiencias juveniles, las ventajas imaginarias de la dieta carnívora y láctea. Esa publicidad debería ser prohibida sin más, el estado debería dejar de fomentar el consumo o producción de esos productos y debería implementar programas que faciliten el abandono de los productos cárnicos y lácteos para adoptar una dieta basada en vegetales.

No he dicho todavía nada sobre los aspectos morales y éticos del consumo de carne. Ahí están, dice Bittman, “nuestros nueve millones de vacas lecheras, la mayoría de las cuales viven vidas atormentadas y miserables mientras contribuyen de modo significativo al gas invernadero” (mQh2). El espantoso maltrato animal con que se asocia a la industria ganadera ha sido confirmado una y otra vez en muchos países del mundo, incluyendo aquellos que cuenta con legislaciones bienestaristas. También ha denunciado la esclavitud animal y la crueldad con que se trata al ganado la organización EligeVeganismo, que investigó clandestinamente las horrorosas e inhumanas prácticas de la industria lechera (como la brutal separación de madres e hijos al nacer, para su venta como carne de ternera, el descuerne sin anestesia, el sacrificio de las vacas menos productivas para convertirlas en charqui y el sacrificio por envenenamiento de los machos que no son vendidos, siendo algunos de ellos abandonados para que mueran de inanición o deshidratación) (en emol; véase también la página web de EligeVeganismo). Aparte las personas que renuncian al consumo de carne para evitar la crueldad animal, también están aquellos que lo rechazan por razones religiosas –como muchos católicos, entre otras profesiones, por considerar que los animales tienen también derecho a la vida. Existe, de hecho, un creciente movimiento ecuménico que llama a los creyentes (budistas, católicos, musulmanes y otros) a dejar de comer carne (véase Mérici, Las iglesias y los derechos animales; La piedad y la causa animalista).

Estos nuevos proyectos publicitarios en televisión, con que comencé esta columna, ocurren precisamente en momentos en que, en mayo de este año, la Cámara de Diputados finalmente aprobó la ley contra la comida chatarra del senador Guido Girardi, que prohíbe la comercialización de productos de esta categoría en establecimientos educacionales y obliga a los fabricantes a informar en sus etiquetas sobre los ingredientes de los productos, incluyendo todos sus aditivos y la información nutricional pertinente (contenidos de energía, azúcares, sodio, grasas saturadas). La ley, además, prohíbe el expendio, comercialización, promoción y publicidad de estas comidas en establecimientos educacionales de todo nivel y también prohíbe “su ofrecimiento o entrega gratuita a menores de 14 años, así como la publicidad dirigida a ellos”. Esta ley, que ya entró en vigor, es lo que estos programas de televisión y publicidad asociada tienen en la mira. Esta ley prohíbe la publicidad de productos chatarra, entre ellos ciertamente vienesas y salchichas, para audiencias juveniles. Esta constatación indigna todavía más. Es tan inaceptable que estas industrias cárnicas y lácteas patrocinen programas de televisión en que se promueven sus productos, como que los canales mismos acepten anuncios que son claramente ilegales y los periodistas y presentadores igualmente participen en la farsa.

La carne mata muchas veces: mata a los animales, mata el medio ambiente y mata a las personas que la consumen. Pero también mata el proyecto humano, esa parte del alma que nos obliga a preguntarnos: “¿Consideramos de verdad fundamental criar y educar a los humanos en una sociedad que contempla como normal la esclavitud animal? ¿Vale la pena crecer y vivir en una sociedad que somete a violentos malos tratos y torturas a los animales, que encuentra  normal encerrarlos de por vida para divertirnos y criarlos para matarlos y mutilarlos y exhibir para la venta sus trozos sanguinolentos en las carnicerías? Muchos creemos que estos violentos espectáculos son nocivos para la condición humana, pues nos convierten en seres monstruosos e insensibles, prisioneros de nuestra pequeñez y gula, incapaces de emocionarnos e indiferentes ante la indecible crueldad con que tratamos a los animales” (Mérici).
[Foto viene de The Urban Grocer].

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