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La Guerra de Chile

A poco de mudarme me encontré con mi vecina y conversando con ella en el descanso, se refirió en un momento a la "guerra de Chile". Me dijo, exactamente, que su hijo se había marchado a vivir en Estados Unidos para escapar de la "guerra". "Y ya ve usted lo que pasó".
Al principio pensé que se estaba refiriendo a la Guerra del Pacífico, pero deseché la idea por absurda, porque teniendo ella cerca de ochenta años, para la Guerra del Pacífico ni siquiera había nacido. Quizás se refiere, pensé entonces, a la Primera y/o Segunda Guerra europeas o mundiales, pero me pareció igual de estrafalario, sobre todo porque suponía ella que yo debería estar al tanto de lo que había ocurrido y yo, para esas guerras, tampoco había nacido. Luego, por otras cosas que agregó, me di cuenta de que se refería al período de la dictadura militar.

Nunca había topado antes con una persona que se refiriera como guerra a la dictadura. Pinochet mismo justificaba el golpe en el contexto de la Guerra Fría, aunque ya entonces sonaba muy estrambótico -algo así como ese soldado japonés encontrado en una isla en los años ochenta que pensaba que todavía estaba en guerra. Quiero decir, para 1973, en Chile la Guerra Fría era algo remoto, más propio de películas de Hollywood que de la realidad. Algo en lo que sólo podía creer una mente enferma.

En Chile no hubo guerra, ni civil ni fría. Sé que los militares y muchos ciudadanos insisten en que sí la hubo, pero es una afirmación interesada y profundamente falsa. No hubo guerra civil ni creo que hubiese estallado una. Para comenzar, las mismas fuerzas armadas, en conjunción con el gobierno socialista, ya habían tomado medidas drásticas para impedir que estallara, con la llamada Ley de Control de Armas, que permitió que los militares desarmaran a la ciudadanía -especialmente, claro está, a la ciudadanía pobre- realizando enormes allanamientos en los barrios populares de Santiago y otras ciudades. Para septiembre de 1973, sabían los militares, como lo sabía el gobierno y la prensa, que en Chile, aparte las armas en manos de los militares y de los grupos fascistas tolerados, no quedaban más que pistolas de agua y de tómbola. Y con ese tipo de pistolas es difícil incluso jugar a la guerra.

Es verdad que se vivía una situación muy crítica, pero estábamos lejos de una guerra civil. Y estábamos también lejos de una guerra revolucionaria. Había un clima de caos en el país, pero era alimentado sobre todo por los atentados terroristas y crímenes cometidos por grupos de militares parias (léase el grupo de mercenarios del general Viaux) y elementos de extrema derecha (como Patria y Libertad), algunos de ellos pagados por la embajada norteamericana. No quiero desconocer que también había grupos de izquierda muy violentos, pero en conjunto los actos violentos de esos grupos eran los menos, aunque algunos fueron muy estremecedores. En ese momento sabía todo el mundo que la principal fuente de violencia eran los grupos de extrema derecha, que eran también los grupos que actuaban a todo nivel para crear un clima de caos que justificara una intervención militar. (Y ahora sabemos que esos grupos actuaban pagados por Estados Unidos).

Se equivoca la gente que piensa que toda la derecha se alineaba con los sectores más reaccionarios y menos patriotas. En esa época existía todavía el Partido Liberal, que más tarde se fusionaría con el Partido Conservador en el nuevo Partido Nacional. Y ese Partido Liberal, uno de cuyos ideólogos era el eminente historiador Feliú Cruz, contaba con amplios sectores que apoyaban abiertamente al gobierno socialista de Salvador Allende. Hasta tal punto, que muchos jóvenes universitarios liberales participaban codo a codo con militantes de las Juventudes Comunistas en las campañas de trabajo voluntario que se organizaron en la capital para hacer frente a las huelgas que ponían en peligro el abastecimiento de la ciudad. Y esto pese a las profundas y a veces violentas confrontaciones con los comunistas en las universidades, a las que querían dominar y definir a su manera. Estas son pequeñas páginas olvidadas de la historia, y hay mucha gente que quiere que sigan siendo ignoradas. Había entonces, quiero concluir, una derecha decente que la dictadura también persiguió y destruyó.
Cuento esto para recuperar el contexto en que vivíamos en esa época.

Los grupos de extrema izquierda eran abundantes y muy diversos y completamente incapaces de provocar el cambio social radical al que aspiraban. En primer lugar, carecían de las estructuras militares para una tarea semejante y a nadie se le habría pasado por la cabeza, excepto a algunos descerebrados, que alguno de esos grupos diminutos podía ni remotamente derrotar a las fuerzas armadas chilenas. Creo que nunca fue un objetivo verosímil de la izquierda chilena. Sí es verdad que hubo muchos discursos incendiarios y revolucionarios, como los del senador Altamirano, pero creo que se hicieron en un contexto muy específico, cuando ya se sabía de la existencia de una conspiración militar antipatriota y se trató de impedirla llamando a sublevación a las tropas.
Si de verdad la izquierda hubiese planeado hacerse con el poder en Chile para instaurar un régimen revolucionario, tras el golpe habría sobrevenido una guerra civil, y eso no ocurrió por la simple razón de que los partidos de izquierda no tenían ni armas ni logística ni estructuras militares ni paramilitares capaces de llevar a cabo un proyecto semejante. Ni tenían los partidos de izquierda entonces ninguna intención de instaurar un régimen revolucionario del tipo que fuese. Así, la idea de que la intervención militar salvó a Chile del comunismo es simple y llanamente una representación falsa de las cosas.

Sin embargo, para septiembre de 1973 la intervención militar estaba en el aire. No solamente la solicitaron algunos partidos de derecha y la democracia cristiana en ese momento, sino que casi todos pensábamos que sería una intervención de corte nacionalista, que llamaría a la formación de un gobierno de unidad nacional (que no ocurrió, obviamente) y de breve duración. La verdad era que había que devolver al país el orden necesario para que siguiera funcionando y se necesitaba que las partes involucradas se dieran un período de respiro y reflexión. Un gobierno de unidad nacional era pensado como posible, habida cuenta que Allende de cierto modo lo había inaugurado, incluyendo a militares en su gabinete.
Pero no sabíamos que Estados Unidos haría todo lo posible por impedir una intervención de este tipo y que necesitaba (y pagó por ello) una dictadura de extrema derecha prolongada, entre otras cosas porque desconfiaba profundamente de la democracia cristiana y temía que esta en las siguientes elecciones (las de 1976 o las que hubiera) levantara nuevamente el ideario social católico de la época, que estaba muy cerca de las reivindicaciones socialistas. La embajada norteamericana se embarcaría en un proyecto de intervención que impediría que los militares siguieran ese curso.
Luego, el inusitado e injustificado salvajismo de la intervención, echó por tierra toda idea o esperanza de que la intervención sería nacionalista y que tendría por fin la salvación y reconstrucción nacionales. Con la junta de gobierno que se formó, quedó en claro que sería una dictadura antinacional, bruta y violenta, y al servicio de una potencia extranjera y de las clases ricas del país: la reedición de una vulgar dictadura tropical.

Creo que nunca estuvo tan claro que el régimen militar no tenía pretensiones ideológicas muy profundas, y que le interesaba sobre todo perpetuarse en el poder por medio del terror indiscriminado, como cuando la junta lanzó la campaña de torturas sistemáticas y masivas de la población entre 1974 y 1975. Basándose en una estrategia ya puesta en práctica por Stalin, Pinochet y otros altos mandos dieron orden a las guarniciones militares de las ciudades de detener a números específicos de ciudadanos (mediante un sistema de cuotas fijado, según lo que sabemos, gruesamente al azar tomando en cuenta la población de cada ciudad), para que fueran detenidos, humillados y torturados, sin formulación de cargos, y ser dejados en libertad a la mañana siguiente. Se calcula que se torturó salvajemente de esta manera a 150 mil a 200 mil ciudadanos chilenos. Obviamente, según se calculan las adhesiones políticas de entonces, cerca de la mitad de los torturados deben de haber sido partidarios del régimen militar. Quizá esa noche de terror les hizo comprender la naturaleza bestial, irracional y antinacional (quiero decir, la naturaleza antipopular y antichilena, pues esa campaña puso en evidencia el desprecio y odio que sentían los militares hacia el pueblo y la patria chilenos) del régimen.
Otra prueba de que las justificaciones del régimen militar eran falsas y arbitrarias es que el régimen se esforzó (aunque inútilmente, se vería después) por no dejar ninguna huella de sus crímenes y borrar todo vestigio de ellos. Si de verdad defendían a Chile, ¿por qué no se procesó o enjuició a los detenidos? ¿Por qué no existen documentos en los que conste que cometieron algún delito grave? ¿Por qué no hay transcripciones de interrogatorios ni de confesiones ni de declaraciones ante tribunales civiles o militares?
Los militares se deshicieron de sus víctimas por otras razones: primero, para hacer creer al mundo que efectivamente había una guerra. Para ello, debían mostrar enemigos caídos, pero muertos, de tal modo que no pudiesen contar ni los horrores injustificados a que habían sido sometidos ni la falacia y falsedad de las acusaciones. En segundo lugar, pensaban probar con sus horrendos crímenes su lealtad a sus patrones -las clases ricas y Estados Unidos.
Si hubiesen actuado de buena fe, ¿no habrían enjuiciado a todos los detenidos, proveyéndoles de los medios normales de todo proceso debido, incluyendo el acceso a una defensa? No podían permitirlo, porque hubiesen quedado en evidencia. Se justifican diciendo que había guerra, pero sabemos que esta afirmación es falsa.

Que luego en el curso de la dictadura hubo ciudadanos que hubieron de organizarse para resistir al mal, que en la lucha de resistencia cometieron crímenes o que participaron en actos violentos, es harina de otro costal. Esa resistencia era un deber cívico y patriótico y en muchos casos un acto de mera supervivencia. Creo que la mayor parte de esos actos de resistencia fueron absolutamente legítimos. Pero, por espectaculares que hayan sido algunos, no fueron nunca guerra ni pueden ser exagerados como para ser interpretados como actos en el contexto de una guerra. Eso simplemente no es así.

Así, creo que mi vecina se equivoca. En Chile no hubo nunca guerra. Lo que hubo fue un régimen criminal, dirigido por chacales insensibles e irracionales, inmorales y codiciosos; un régimen de intervención dirigido por militares insolentes y arrastrados, acomplejados y cobardes, que por medio del terror y del odio hacia el pueblo pobre de Chile buscaban ganarse la simpatía y apoyo de las clases ricas y disfrutar también de su cuota de privilegios. Eso, pero no guerra.


Me pasó todo eso por la mente. Pero a mi vecina no le dije nada. No tenía ganas de discutir.

2 comentarios

HBRAVO -

La verdad es que en Chile si hubo guerra civil. Y no fue precisamente culpa de los militares. Allende y su régimen comunista estaban preparando algo grande, y gracias a nuestro presidente Pinochet, fueron ellos y no nosotros...

Felipe -

De acuerdo en gran parte pero... en Chile si hubo guerra fría, claro en todos lados se expresó de maneras divergentes, pero practicamente se puede definir como, una sucesiva confrontación de dos grandes corrientes opuestas que dejaron en nuestro caso(Chile) una lamentable división social, y con ello una sere de problemas que se inscrustaron en nuestra nación.
Bueno, pero aun con todo esto nuestra nación se está levantando y emergiendo ante tal desgraciado periodo. La república se forja bajo el patriotismo, la cultura y la unión del pueblo que más temprano que tarde llevará a Chile al esplendor del desarrollo.

Saludos de San Bartolomé de La Serena o La Serena, (tengo 13). Lamentablemente esta "opinión" o lo que sea no ha sido bien posteada(de alguna manera no es para llegar a esta página).
SUERTE CABRÓN(A) Y ¡¡VIVA CHILE MIERDA!!