¿Por Qué Cometió Pinochet los Crímenes Que Cometió?
[Esta crónica es un comentario a una publicación de otro autor en un debate en atinachile.cl]
Hay personajes que siempre intrigan. También intrigan sus seguidores. Cuando salió a la luz que Pinochet había traficado cocaína (que, en realidad, es algo que se supo en los años ochenta, pues su pandilla había montado un banco para blanquear el dinero), leí una carta de una partidaria suya en la que proponía dejar tranquilo al militar. Decía, además, que tenía este derecho a acumular riqueza como forma de pago, ya que en Chile se pagaba tan mal. Proponía, pues, no investigar nada de los delitos que habría cometido, no sólo en el ámbito de los derechos humanos sino en todo otro donde hubiese participado: tráfico de cocaína, aceptación de sobornos de parte de compañías extranjeras, participación en financieras ilegales (cuyos prestatarios eran luego asesinados), simple robo de bienes públicos.
Francamente, la opinión de esa señora me pareció incomprensible.
Para la misma fecha pasaron por el canal del Senado una interesante entrevista con otra señora, muy elegante esta, que afirmaba que Pinochet se había pasado de la raya en el mandato que se le había otorgado y que era, reconocía, restablecer la primacía de las clases ricas. El capataz se había sublevado, era el tenor de su discurso. Y se mostraba arrepentida.
¿Cómo puede haber reconciliación si no hay reconocimiento de las cosas ocurridas? ¿Y realmente es cuerdo hablar de reconciliación? ¿Entre quiénes? ¿Entre víctimas y asesinos? Yo, sinceramente, no creo que sea deseable.
Lo deseable, a mi juicio, es que se dicte justicia. Que aquellos de quienes se demuestre que son culpables, sean condenados. Y que se pague reparaciones, morales y pecuniarias, a las familias de las víctimas. (Con morales, quiero decir cosas como, por ejemplo, incluir sus historias en los libros de texto para las escuelas, erigir monumentos en sus memorias, poner sus nombres a calles y plazas).
Más sorprendentes me parecen esos puntos de vista abierta y reconocidamente irracionales, cuando considero que las víctimas de la dictadura fueron todos o casi todos inocentes. Veamos: Los dirigentes sindicales, profesionales, estudiantiles y políticos que fueron torturados y asesinados no cometieron ni habían cometido crimen alguno cuando fueron capturados, y en algunos casos llamados por los mismos militares a presentarse a los cuarteles. Es terrible pensar que este hecho sea para algunos de poca importancia y que puede ser olvidado.
Otras víctimas cayeron después, en actos de resistencia. También son inocentes. O, en cualquier caso, no serían delincuentes ni terroristas sino que héroes, porque resistieron como era mandato de la patria y cayeron luchando contra el mal. Era mandato patriótico luchar contra los usurpadores y contra quienes habían destruido la constitucionalidad democrática, y, también, contra quienes se habían unido a una potencia extranjera para derrocar al gobierno socialista de entonces.
A Pinochet, y los militares que lo apoyaron, no se los juzgó ni acusó nunca formalmente, que yo sepa, de traición a la patria, que es el único delito que la justicia militar puede todavía castigar con la muerte. Sin embargo, la investigación de la comisión parlamentaria que investigó el caso chileno en los años setenta, cuando se investigó a Nixon y Kissinger, concluyó que Pinochet había recibido una suma cercana a los dos millones de dólares por su participación en el golpe de estado (lo mismo que recibió Agustín Edwards, dueño de El Mercurio; el llamado general Viaux recibió 50 mil dólares, lo mismo que Patria y Libertad, un grupo que se pretendía fascista, que fue fundado secretamente por la embajada norteamericana).
Pinochet, así como otros militares, tienen que haber vivido siempre con la idea de que eran traidores, y quizás con el temor de ser descubiertos. Probablemente de este temor provenga parte de su salvajismo y violencia y el afán de exterminar a los que eran llamados terroristas o comunistas. En los primeros meses y años de la dictadura, los militares tenían que mostrar hechos, mostrar que había enemigos comunistas. Como no los había, pensaron no tener otra alternativa que matar a los rojos -como quiera que se definieran-, acusándoles de algún delito coherente, y mostrar los cadáveres, a los chilenos y a sus patrones en Washington. Obviamente, sin muertos quedaría en evidencia que no había guerra alguna. Y Pinochet y los militares tenían que demostrar que el dinero recibido era efectivamente a cambio de servicios prestados.
Se me viene a la memoria que en 1974 y 1975 el régimen implementó una orden de Pinochet que consistía en detener a ciudadanos arbitrariamente, trasladarlos a cuarteles y torturarlos, sin acusación y sin interrogatorio, y dejarlos nuevamente en libertad a la mañana siguiente. Se calcula que 150 mil chilenos fueron torturados de este modo. Bien, ¿por qué lo haría? ¿Para instaurar el terror en la población? Pero si fuera así, ¿por qué ordenó torturar también a sus partidarios? Otro misterio. Este es un hecho, en todo caso, que demuestra patentemente que a Pinochet la ideología le importaba muy poco, y que la lucha contra el comunismo era una farsa.
Yo creo sinceramente que la explicación de la personalidad de Pinochet ha de buscarse por aquí: un hombre desclasado, apocado y acomplejado que fue mandado o contratado o seducido por las clases ricas y patrones extranjeros para que restableciera el viejo orden, ese orden añorado por estas clases en el que ellas gobernaban socialmente en el país y al que el gobierno socialista estaba poniendo fin. La violencia se explica probablemente por su afán y anhelo de ser admitido entre las clases ricas, en querer ser reconocido como uno de ellos. Mientras más violento se mostrara, más aceptación ganaría y más demostraría lo lejos que estaba de sus propios orígenes. De aquí viene probablemente la manía de llenarse de títulos antojadizos y altisonantes -costumbre y mecanismo que se encuentra en muchos dictadores del mundo. Comportándose de manera cruel e inhumana con los opositores; implantando un régimen económico que favorecía a las clases ricas; reinstalando en el poder judicial a los vástagos de las clases altas, y otras medidas, pensaba que demostraría que merecía los mismos privilegios y regalías que sus patrones. Cuando este esquema empezó a fallar, ideó otros mecanismos para enriquecerse, recurriendo a sobornos, robos y homicidios por motivos económicos, tráfico de drogas y otras estrategias. Quería demostrar su lealtad a las clases altas costase lo que costase; pertenecer a ellas o al menos ser admitido como igual por esas clases, probar que era necesario o indispensable. La violencia ejercida contra el pueblo demostraba ese propósito y hacía imposible dar marcha atrás.
Eso era Pinochet: un capataz inculto y brutal, ambicioso y soberbio, insolente y rastrero, siempre solícito ante sus patrones.
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