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Renacimiento Del Pensamiento Mágico En Holanda

Un musulmán holandés dijo, en un programa de televisión, que le alegraría ver muerto a Wilders, el diputado fascista furiosamente anti-musulmán. También dijo que se había alegrado al enterarse del asesinato de Theo van Gogh. Sus declaraciones causaron conmoción. ¿Por qué? La Cámara Baja en pleno ha pedido al ministro de Justicia que investigue si se puede procesar al imán holandés, Abdul-Jabbar van de Ven, y que, de otro modo, vea que otras medidas se pueden tomar contra el entrevistado. ¿Pero de qué se acusa al imán?
Los mismos parlamentarios que pedían la cabeza del imán se quedaron callados cuando van Gogh le deseó al jefe de GroenLinks, en una columna, la muerte por cáncer y declaró, también por escrito, que iría a mear sobre su tumba. Entonces callaron todos. Ahora estos parlamentarios se rasgan las vestiduras, y hasta las nuestras, por las discretas declaraciones del imán. Después de todo, sólo dijo que le alegraría si Dios retirase del mundo a ese diputado fascista; no dijo que iría a mear sobre su tumba ni nada parecido. Ahora esos parlamentarios quieren hacernos creer que ellos no han deseado nunca la muerte de nadie. Peor, que desear la muerte de alguien es quizás hasta inhumano. Y peor, que quieren transformar esto de desear la muerte de alguien en un delito.
Habrá que preguntarle entonces al ministro del Interior a quién quería matar cuando declaró la guerra a los extremistas musulmanes. Porque las guerras, entendemos todos, se hacen para matar a un adversario con el que no se puede conversar. Y habrá que tener las esposas listas para detener al presidente Bush, que ha expresado muchas veces su intención de matar a Osama bin Laden y otros terroristas. Lo he oído con mis propias orejas. Soy testigo incluso de amenazas de muerte proferidas por ese individuo. También oí al candidato Kerry decir cosas semejantes.
Esperamos que no se les ocurra a estos geniales parlamentarios prohibir el cine o la literatura, gran parte de cuyas producciones incluyen detalladas conspiraciones para asesinar a personajes diversos, incluyendo expresiones de odio y anhelos de muerte. Y, ciertamente, tendríamos que sacar de los libreros de nuestros hijos toda la literatura infantil en la que aprenden a leer, a comenzar por el Lobo Feroz, cuya muerte anhelamos todos, celebrando la conspiración de Caperucita y sus, que diríamos, ¿cómplices?
Nos querrán convencer de poner a Hansel y Gretel en el banquillo. La bruja es la buena de la historia.
¿Exagero si digo que todos -toda la humanidad- anhelamos la muerte de alguien de vez en cuando? ¿Exagero si digo que gran parte de la política internacional se basa en los anhelos y propósitos concretos de matar a otros? ¿Soy malo e inmoral si digo que me alegra leer relatos donde los nazis son matados? ¿Soy malo e inmoral si digo que me alegraría que muriera Pinochet, por ejemplo, y que en realidad me gustaría que no muriera de muerte natural -sino que pateado, escupido, colgado y quemado vivo? A mí, la verdad, me causaría una enorme, irreprimible alegría.
No me parece que desear la muerte de alguien sea un delito. Tampoco es inmoral. Es feo, concedo. No es una buena manera de matar el tiempo. Prenderle velas a la Virgen para que elimine a nuestros enemigos no es aceptado universalmente; tiene más aceptación clavar agujas en un muñeco de trapo. A veces hasta resulta. Pero en fin, no se considera delito que uno pida la intervención sobrenatural para deshacerse de alguien.
Yo no creo que sea bueno soltarnos las trenzas y empezar a publicar desde los tejados los listados de los que nos gustaría ver muertos. Es un ejercicio literario, nada más. No significa nada. En el mejor de los casos hará que el odiado, si acaso tiene alma, se pregunte por qué suscita tanto odio como para que le deseen la muerte. En el peor, si te lo encuentras en la calle, le gritarás la puta que te parió. Si nos ponemos todos a publicar las listas de los que queremos ver muertos, nos pasaremos a menudo con los ojos morados.
Por otro lado, que yo le diga a mi dios que me gustaría ver muerto a alguien, es algo que queda entre ese dios y yo. Ahora, supongamos que alguien cuya muerte he deseado públicamente, muere, ¿se me considerará cómplice de Dios? Y si, por ejemplo, publico en un diario que me gustaría que tal y tal sufriera una muerte estrambótica, pongamos por caso que se le reviente la cabeza, y que al cabo de unos días a ese tal y tal se le revienta efectivamente la cabeza, ¿se me acusará de su muerte? ¿O se acusará a mi dios? ¿Quién será cómplice: dios o yo? ¿Querrán los diputados poner a mi dios tras las rejas? ¿Se volverá a legislar, como en siglos pasados, sobre delitos sobrenaturales, con hechores o cómplices sobrenaturales?
[Cuando escribo esto, no me olvido que yo considero demonios a los fascistas. Sacados del infierno. Aun así, creo que nos bastan nuestras leyes y moral para combatirles].
Este es el desastroso estado de la política holandesa, secuestrada por una camada de tarados que quieren prohibir los malos pensamientos.

2 comentarios

Anónimo -

al iwal

anastasia -

soy puta tengo 14 años y estoy embarasada