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El Asesinato De Van Gogh 3: ¿Y De Aquí Para Adelante, Qué?

Se escuchan pocas voces cuerdas en estos momentos de tensión. En nombre de la libertad de expresión, se la quiere aplastar. Se quiere quitar la ciudadanía a los que prediquen cosas como la guerra santa. Cerrar las mezquitas. Algunos fanáticos descerebrados han quemado ya una, hace dos días, en Utrecht. ¿Investigará la policía? ¿Se detendrá a los autores? Lo dudo.
El gobierno y sus elementos más extremistas aprovecharán esta oportunidad para atentar contra el estado de derecho, en nombre del estado de derecho. Esta estrategia la conocemos desde los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Llevaba bigotito.
Hay motivos para preocuparse. El ministro de Justicia, por ejemplo, ha dado a conocer documentos que pertenecen al sumario abierto por el fiscal general. Este ha salido ayer por televisión condenando la acción del ministro, por ser ilegal y por contribuir a una mayor exacerbación de los ánimos.
¿Y cómo responde el ministro? Publica otros documentos más, igualmente secretos del sumario.
Así demuestra el gobierno su respeto por los órganos de justicia, atragantándose con conceptos como el ‘estado de derecho' que apenas si comprende.
Lo que ocurre en Holanda es de una gravedad que Europa debe entender, e intervenir a tiempo. No se trata del peligro terrorista.
La libertad de expresión se limitará. Los fundamentalistas no podrán predicar la guerra santa, y es sin ninguna duda una limitación comprensible y razonable. Pero ¿se prohibirá a los escritores neo-nazis? ¿Se prohibirá a los tarados mentales que predican abiertamente la discriminación, o expulsión, de los musulmanes y/o extranjeros? ¿Prohibirán a la hija de Hitler?
Y ¿dónde se convierte un imán -o cualquiera de nosotros- en un peligro para la seguridad del estado? ¿En qué consistirá incitar al odio? Condenar las políticas discriminatorias del gobierno, ¿será incitar al odio y al quiebre del estado de derecho? Condenar los crímenes de las tropas aliadas en Iraq, ¿será incitar al odio? Condenar los crímenes de las tropas judías en Palestina, ¿será incitar al odio? Y condenar los atentados de los extremistas palestinos, ¿será incitar al odio, o no?
Criticar y rechazar los insensatos programas de integración -en realidad, son de exclusión- de la ministro de Extranjería, dentro o fuera de las mezquitas, ¿será igual a fomentar ideologías extremistas? Y visto que el pueblo católico se opone igualmente a esos planes, ¿enviará el gobierno espías a nuestras iglesias?
El asesinato ha exacerbado el odio de los elementos más viles del pueblo, y esos elementos -algunos en el gobierno- amenazan con empujar a toda la sociedad a tomar medidas justificadas en el temor, pero no en la razón ni en la ética, contra lo que consideran un peligro: la minoría musulmana.
Es un grave y fatídico error que las autoridades no quieran comprender que el terrorismo fundamentalista musulmán amenaza también a las comunidades musulmanas. Quizás a ellas más que a nadie.
El asesinato de Van Gogh y sus secuelas no amenazan la libertad de expresión: amenazan el fundamento mismo de la sociedad holandesa que conocíamos, la Holanda civilizada y occidental, fiera de ser puerto de refugiados y extranjeros, que corre el riesgo de encerrarse en sí misma y buscar solaz en una identidad recuperada de valores teutónicos encubiertos e inaceptables en nuestra época.

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