¿Está En Peligro La Identidad Holandesa?
Muchos atribuyen la actual actitud holandesa hacia los extranjeros, y en particular hacia los árabes o musulmanes, a que los percibirían como una amenaza para su identidad.
Sin embargo, esta identidad holandesa no ha sido definida en ninguna parte. Y una reciente encuesta sobre este asunto no pudo procesar los datos por la incoherencia de las respuestas a la pregunta sobre qué era la identidad.
Este es realmente algo asombroso, y pasará sin duda alguna a los anales de la sociología holandesa.
Así, si las actitudes actuales no se derivan de una amenaza percibida a la identidad nacional, ¿de dónde proviene este ánimo xenofóbico?
Hay que señalar en primer lugar que gran parte de estas actitudes han sido y son activamente alentadas por el gobierno y que la población es en gran parte ajena a las maquinaciones de sus autoridades actuales.
Todo el mundo se ha sorprendido de lo que se percibe como un rompimiento con las tradiciones holandesas de tolerancia, solidaridad y hospitalidad. Ámsterdam era reconocida y orgullosamente una ciudad de inmigrantes y refugiados.
No ha de olvidarse sin embargo que también es la cultura y sociedad que dio origen al comercio de esclavos y al apartheid en la antigua colonia de África del Sur.
También es el país donde durante la ocupación nazi la población colaboró masivamente con las fuerzas ocupantes. Sus gentes desvariaron también que eran de sangre germánica.
Esas dos tendencias -de rechazo al extranjero, de acogida al exiliado- están presentes en todas partes y no hay que pretender que alguna de las actitudes sea realmente típica de los holandeses.
Simplemente en esta época reinan los subnormales. Y el reinado terminará algún día previsible.
Los holandeses no han pedido a las nuevas autoridades que nombraran de ministro a un antigua directora de prisiones, que trata a los extranjeros como si fuesen presidiarios y delincuentes. Tampoco pidió la gente que se persiguiera a los refugiados y se les encerrase y apalease, se les dejase morir por inasistencia médica, se les devolviera a que fueran matados por los enemigos de los que vienen huyendo de sus países de origen. No pidió la gente que el ministro ordenara a la policía auscultar el ano de los extranjeros en los aeropuertos. No pidió tampoco que se obstaculizara el matrimonio con extranjeros. Ni que se echase de sus casas a los refugiados.
Esos planes no son de los holandeses. Son sólo medidas tomadas por un grupo oscuro de políticos y asesores trasnochados y acomplejados, y no por ello menos peligrosos para la libertad de Holanda y Europa.
Hay un buen porcentaje de holandeses que percibe a los árabes como una amenaza. Esas cifras no son muy diferentes en otros países. ¿Se puede esperar otra cosa después de los atroces atentados de Nueva York, Bali, Casablanca, Madrid y decenas de otras ciudades en todo el mundo y de la continuación de la absurda, ilegal y criminal invasión y ocupación de Iraq? Son sentimientos pasajeros.
La opinión pública recuperará la razón y verá que la amenaza terrorista no requiere ni la actual aberrante e inhumana política de deportaciones ni la supresión de las libertades y derechos civiles ni políticas insensatas e ilegales de inmigración.
Hay quién dice que el asesinato de Pim Fortuyn es lo que provocó este cambio de la opinión. Ese asesinato, vale decir, y no los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La postura es intrigante. El líder neonazi fue asesinado por un militante de un grupo ecologista extremo. Se supone -pero no se sabe con certeza- que lo mató a causa de las opiniones del político extremista sobre los árabes o por algún otro motivo.
Como quiera que sea, la extrema derecha y los neonazis hicieron uso de la oportunidad. Incluso formaron gobierno. Y a partir de ese momento la ideología oficial del estado ha estado imbuida por las perversiones neonazis del anterior gobierno y del líder asesinado. Los neonazis se han ido, pero otros políticos más "decentes" han hecho suyo el programa extremista.
Las fuerzas políticas de extrema derecha han estado largo tiempo en el poder, desde 1998, para implementar campañas xenofóbicas a todo trapo. Y lo viene haciendo efectivamente, siendo una de las últimas el llamado a denunciar a los residentes ilegales a la policía. Ahora todo el mundo parece estar convencido de la maldad de los musulmanes. Pero el día anterior a que el gobierno asumiera, la gente no pensaba así.
Francamente, la inconsciente ordinariez y arrogancia de los actuales representantes del pueblo han transformado la vida política en un simulacro de prisión. Ahora los ministros dan órdenes y ladran y amenazan y taconean y miran fijo y llevan botas e impermeables de nazis, pero te meten en cana si los llamas nazis. En las sesiones parlamentarias y en los pasillos del parlamento se tratan a insultos y empellones y el resto de los diputados pasan atemorizados por ellos. Los periodistas se callan. Ahora los ministros se expresan con desprecio y absurdos aires de superioridad sobre los extranjeros (sí, es muy divertido), a veces a grito pelado, y no terminan en cana. En mi país ideal, estarían presos. Ahora se decide expulsar a destinos inciertos a 26 mil extranjeros que tuvieron la desgracia de caer en el país en momentos en que gentes de semejante mala raza y sangre hacen de mandarines.
A una parte de la población le caeremos mal siempre. Siempre ha sido así en todas partes. Yo puedo vivir con eso. Acá hay nazis y gente que los amaba. Recuérdese que aquí el partido político más grande de la historia, con un millón y medio de miembros, fue el partido nazi colaboracionista. Recuérdese que no hace cincuenta años vivían cientos de miles de judíos en las ciudades y que sus vecinos les denunciaron para hacerse con sus viviendas y bienes. Hay muchas cosas que callar y olvidar por acá. Recuérdese que aquí reina el protestantismo, que puede ser la forma que asumió la resistencia de la cultura germánica ante el catolicismo occidental.
Las medidas que ha tomado el gobierno contra los árabes van dirigidas y afectan a todos los extranjeros, sin distinción. O lo harán a su tiempo. Sus políticas son derechamente nocivas y muy sospechosas. Las deportaciones y las cárceles para extranjeros, la llamada integración obligatoria, el desmantelamiento de la enseñanza para extranjeros, el cese total de los subsidios a las organizaciones culturales de extranjeros y, al mismo tiempo, la fundación y financiamiento de un centro de estudios del "pensamiento" del líder neonazi asesinado y la prohibición de comparar al gobierno con el régimen nazi lo dicen todo sobre a qué führer debe lealtad el gobierno actual.
Este es un gobierno que alimenta los sentimientos más bajos, crueles y rácanos de la gente porque le conviene ese ambiente de odio y miedo para mantenerse en el poder. El ideario neonazi ha incluso seducido a los laboristas, que hace quince años todavía entonaban el himno de los trabajadores.
Pero los holandeses siguen siendo como siempre. Ni peores ni mejores que otros. Eso de la identidad es cuento de viejas. Holanda no tiene una identidad tan marcada que la puedas definir en un dos por tres para definirla. Los holandeses no son católicos ni van a misa los domingos. Hay algunos que no dejan que sus hijos sean vistos por médicos. No rezan cinco veces al día mirando hacia la Mekka. No tienen bailes típicos elaborados, como los de los ballets folclóricos, por ejemplo. No conocen un deporte nacional distintivo, como la caza del zorro y las peleas de gallo. No se dan de azotes públicamente de vez en cuando hasta que sangran. No tienen más de una esposa. No ayunan un mes al año.
Pero a nadie de Ámsterdam, nacido aquí o no, le interesa que alguien lo haga. Al contrario. En todo caso, no a la gente holandesa de a pie. Sólo a la mala hierba de La Haya y alrededores.
Sin embargo, esta identidad holandesa no ha sido definida en ninguna parte. Y una reciente encuesta sobre este asunto no pudo procesar los datos por la incoherencia de las respuestas a la pregunta sobre qué era la identidad.
Este es realmente algo asombroso, y pasará sin duda alguna a los anales de la sociología holandesa.
Así, si las actitudes actuales no se derivan de una amenaza percibida a la identidad nacional, ¿de dónde proviene este ánimo xenofóbico?
Hay que señalar en primer lugar que gran parte de estas actitudes han sido y son activamente alentadas por el gobierno y que la población es en gran parte ajena a las maquinaciones de sus autoridades actuales.
Todo el mundo se ha sorprendido de lo que se percibe como un rompimiento con las tradiciones holandesas de tolerancia, solidaridad y hospitalidad. Ámsterdam era reconocida y orgullosamente una ciudad de inmigrantes y refugiados.
No ha de olvidarse sin embargo que también es la cultura y sociedad que dio origen al comercio de esclavos y al apartheid en la antigua colonia de África del Sur.
También es el país donde durante la ocupación nazi la población colaboró masivamente con las fuerzas ocupantes. Sus gentes desvariaron también que eran de sangre germánica.
Esas dos tendencias -de rechazo al extranjero, de acogida al exiliado- están presentes en todas partes y no hay que pretender que alguna de las actitudes sea realmente típica de los holandeses.
Simplemente en esta época reinan los subnormales. Y el reinado terminará algún día previsible.
Los holandeses no han pedido a las nuevas autoridades que nombraran de ministro a un antigua directora de prisiones, que trata a los extranjeros como si fuesen presidiarios y delincuentes. Tampoco pidió la gente que se persiguiera a los refugiados y se les encerrase y apalease, se les dejase morir por inasistencia médica, se les devolviera a que fueran matados por los enemigos de los que vienen huyendo de sus países de origen. No pidió la gente que el ministro ordenara a la policía auscultar el ano de los extranjeros en los aeropuertos. No pidió tampoco que se obstaculizara el matrimonio con extranjeros. Ni que se echase de sus casas a los refugiados.
Esos planes no son de los holandeses. Son sólo medidas tomadas por un grupo oscuro de políticos y asesores trasnochados y acomplejados, y no por ello menos peligrosos para la libertad de Holanda y Europa.
Hay un buen porcentaje de holandeses que percibe a los árabes como una amenaza. Esas cifras no son muy diferentes en otros países. ¿Se puede esperar otra cosa después de los atroces atentados de Nueva York, Bali, Casablanca, Madrid y decenas de otras ciudades en todo el mundo y de la continuación de la absurda, ilegal y criminal invasión y ocupación de Iraq? Son sentimientos pasajeros.
La opinión pública recuperará la razón y verá que la amenaza terrorista no requiere ni la actual aberrante e inhumana política de deportaciones ni la supresión de las libertades y derechos civiles ni políticas insensatas e ilegales de inmigración.
Hay quién dice que el asesinato de Pim Fortuyn es lo que provocó este cambio de la opinión. Ese asesinato, vale decir, y no los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La postura es intrigante. El líder neonazi fue asesinado por un militante de un grupo ecologista extremo. Se supone -pero no se sabe con certeza- que lo mató a causa de las opiniones del político extremista sobre los árabes o por algún otro motivo.
Como quiera que sea, la extrema derecha y los neonazis hicieron uso de la oportunidad. Incluso formaron gobierno. Y a partir de ese momento la ideología oficial del estado ha estado imbuida por las perversiones neonazis del anterior gobierno y del líder asesinado. Los neonazis se han ido, pero otros políticos más "decentes" han hecho suyo el programa extremista.
Las fuerzas políticas de extrema derecha han estado largo tiempo en el poder, desde 1998, para implementar campañas xenofóbicas a todo trapo. Y lo viene haciendo efectivamente, siendo una de las últimas el llamado a denunciar a los residentes ilegales a la policía. Ahora todo el mundo parece estar convencido de la maldad de los musulmanes. Pero el día anterior a que el gobierno asumiera, la gente no pensaba así.
Francamente, la inconsciente ordinariez y arrogancia de los actuales representantes del pueblo han transformado la vida política en un simulacro de prisión. Ahora los ministros dan órdenes y ladran y amenazan y taconean y miran fijo y llevan botas e impermeables de nazis, pero te meten en cana si los llamas nazis. En las sesiones parlamentarias y en los pasillos del parlamento se tratan a insultos y empellones y el resto de los diputados pasan atemorizados por ellos. Los periodistas se callan. Ahora los ministros se expresan con desprecio y absurdos aires de superioridad sobre los extranjeros (sí, es muy divertido), a veces a grito pelado, y no terminan en cana. En mi país ideal, estarían presos. Ahora se decide expulsar a destinos inciertos a 26 mil extranjeros que tuvieron la desgracia de caer en el país en momentos en que gentes de semejante mala raza y sangre hacen de mandarines.
A una parte de la población le caeremos mal siempre. Siempre ha sido así en todas partes. Yo puedo vivir con eso. Acá hay nazis y gente que los amaba. Recuérdese que aquí el partido político más grande de la historia, con un millón y medio de miembros, fue el partido nazi colaboracionista. Recuérdese que no hace cincuenta años vivían cientos de miles de judíos en las ciudades y que sus vecinos les denunciaron para hacerse con sus viviendas y bienes. Hay muchas cosas que callar y olvidar por acá. Recuérdese que aquí reina el protestantismo, que puede ser la forma que asumió la resistencia de la cultura germánica ante el catolicismo occidental.
Las medidas que ha tomado el gobierno contra los árabes van dirigidas y afectan a todos los extranjeros, sin distinción. O lo harán a su tiempo. Sus políticas son derechamente nocivas y muy sospechosas. Las deportaciones y las cárceles para extranjeros, la llamada integración obligatoria, el desmantelamiento de la enseñanza para extranjeros, el cese total de los subsidios a las organizaciones culturales de extranjeros y, al mismo tiempo, la fundación y financiamiento de un centro de estudios del "pensamiento" del líder neonazi asesinado y la prohibición de comparar al gobierno con el régimen nazi lo dicen todo sobre a qué führer debe lealtad el gobierno actual.
Este es un gobierno que alimenta los sentimientos más bajos, crueles y rácanos de la gente porque le conviene ese ambiente de odio y miedo para mantenerse en el poder. El ideario neonazi ha incluso seducido a los laboristas, que hace quince años todavía entonaban el himno de los trabajadores.
Pero los holandeses siguen siendo como siempre. Ni peores ni mejores que otros. Eso de la identidad es cuento de viejas. Holanda no tiene una identidad tan marcada que la puedas definir en un dos por tres para definirla. Los holandeses no son católicos ni van a misa los domingos. Hay algunos que no dejan que sus hijos sean vistos por médicos. No rezan cinco veces al día mirando hacia la Mekka. No tienen bailes típicos elaborados, como los de los ballets folclóricos, por ejemplo. No conocen un deporte nacional distintivo, como la caza del zorro y las peleas de gallo. No se dan de azotes públicamente de vez en cuando hasta que sangran. No tienen más de una esposa. No ayunan un mes al año.
Pero a nadie de Ámsterdam, nacido aquí o no, le interesa que alguien lo haga. Al contrario. En todo caso, no a la gente holandesa de a pie. Sólo a la mala hierba de La Haya y alrededores.
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