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Por Qué Mataron al Tigre Blanco

[El sacrificio de un tigre blanco en el zoológico de Santiago se ha convertido en la señal de partida de un amplio movimiento social que quiere abolir esa institución].

El domingo 29 de julio nos enteramos por la prensa de que, en el Zoológico Metropolitano de Santiago, un tigre blanco (Pampa) había atacado a un funcionario de la institución dejándolo gravemente herido. Según la nota que publicó La Nación, reproduciendo una declaración del director del zoológico, el animal fue abatido durante el rescate del funcionario, y no después del ataque. Otros medios de prensa habían efectivamente informado que Pampa había sido sacrificada después del incidente, como lo que se interpretó como un castigo o venganza. Pero las circunstancias del incidente son aún obscuras. Según el diario, el tigre atacó al empleado cuando este le daba de comer, ataque que fue observado por otro funcionario que dio la voz de alarma. Enseguida, aparentemente, llegaron otros funcionarios que dispararon contra el animal, causándole la muerte. El animal debió ser abatido “durante el ataque […] siendo ésta la única alternativa para salvarle la vida a José Silva", dijo el director del zoo, Mauricio Fabry. También explica que no se le pudo anestesiar y por eso se procedió al uso de armas de fuego. Cuenta que el funcionario, José Silva, fue encargado desde el principio (el tigre llegó al zoológico en 2007, procedente de Buenos Aires) de su cuidado. Pero, explicó, “pese a esta cercanía entre ellos, es importante destacar que se trata de animales salvajes que en toda circunstancia reaccionan regidos por sus instintos”.

Todo es muy extraño. Es incomprensible que el funcionario alimentara al felino en su jaula. De hecho, esa conducta es considerada una desviación del protocolo establecido que estipula que “en ningún momento debe existir contacto entre el cuidador y los animales considerados peligrosos”, como los tigres –comentó Publimetro. Con esta conducta, el funcionario puso su vida en peligro, innecesariamente, y con ello, como se vio, la vida misma del tigre. Nada de esto debió haber ocurrido.
Pero, además, la explicación del director es dudosa. José Silva iba acompañado por otro funcionario, que sí se apegó al reglamento y no entró a la jaula. Así vio el ataque y pudo alertar a otros funcionarios. (No sabemos cómo dio la voz de alarma: ¿llamó por teléfono?, ¿apretó un botón de alarma?, ¿gritó?, ¿a cuántos metros de la jaula estaban los funcionarios que acudieron al rescate?) Estos presumiblemente abrieron el armario donde se guardan las armas de fuego (probablemente bajo llave, pero no lo sabemos), cargaron los rifles y se encaminaron a la jaula de Pampa. ¿Es creíble? ¿No es demasiado el tiempo transcurrido? En todo ese rato, el tigre pudo haber dado muerte al funcionario, pero no lo hizo. Aquí hay episodios que simplemente no están claros. Todavía no hay declaraciones de testigos (quizá no los había) oculares independientes, pero es difícil creer sin más en la declaración del director.

Otra versión del incidente, difundida por Publimetro, tiene que el tigre se escapó de la jaula y que en el zoológico “se activó un operativo de búsqueda” en el que el animal fue “sacrificado para poder rescatar al trabajador”. En otra declaración explica que el tigre estaba sobre el empleado cuando llegó a la jaula el “disparador autónomo” y que fue debido a que en primera instancia no se utilizó el arma de fuego que el cuidador fue mordido en el cuello. “Una segunda mordida en el cuello le hubiera costado la vida”, explicó Fabry. Suena más convincente que las primeras declaraciones, pero todavía esperamos los testimonios de testigos independientes. Son dudas que no serán resueltas por un sumario interno, sino por una investigación de alguna entidad independiente del zoológico.

Llama la atención la explicación que ofrece el director de la conducta de Pampa. Dice que no hay que olvidar que “se trata de animales salvajes que en toda circunstancia reaccionan regidos por sus instintos” y pasa por alto la terrible y espantosa realidad en la que viven los animales sometidos al cautiverio humano. Encerrados sin motivo atendible por toda la vida en una jaula, lejos de los suyos y de sus entornos naturales e históricos, alimentados artificialmente y mantenidos forzosamente inactivos, sin esperanza alguna de liberación, los tigres, otros animales y los humanos mismos no necesitan de ningún instinto especial para atacar a los que ven como responsables de su encierro. Un humano haría probablemente lo mismo, y viviría esperando la oportunidad de poder deshacerse de sus carceleros y escapar hacia la libertad. La explicación por recurso al instinto no explica nada: sólo refuerza la descripción del tigre como un ser de una otredad inaccesible, salvaje y violenta que justifica su cautiverio o que hace irrelevante la pregunta sobre la arbitrariedad e injusticia de su cautiverio, que no es feliz.
Además el director pasa por alto una realidad que conocen todos los familiarizados con las condiciones de vida en los zoológicos: que el encierro prolongado y la violencia permanente y cotidiana que implica el cautiverio, como en los humanos, termina provocando en los otros animales los mismos males: estrés y deterioro grave de su salud emocional y mental. Para los animales encerrados, el zoológico es una cárcel, un campo de concentración y un manicomio, toda a la vez. Y los carceleros, incluso los que se ufanan de controlar a los animales, son asociados por los cautivos con aquellos que los capturaron, usualmente de manera violenta y tras el asesinato de sus padres o de otros miembros de su grupo. Ese odio, como en los humanos, puede aflorar en cualquier momento.

Esas son las conclusiones a las que llegó, en los años setenta, el investigador Ellenberger (en Contra el zoológico) en un estudio sobre el zoológico. El deterioro emocional y mental cuenta entre sus síntomas “severas crisis de ansiedad, repentinos y violentos estallidos contra los guardas u otros miembros de su especie, y ataques de autodestrucción”. ¨Pregunta Ellenberger: “¿Quién no ha visto en el zoo a un oso agachando la cabeza una y otra vez, o apoyándose en un pie, moviéndose de derecha a izquierda,  o a un tigre moviéndose en círculos en su jaula, o a una hiena haciendo la figura del ocho?”

Lo que no ve el director del zoo, lo ven muchos lectores que participaron en los foros. La lectora Valentina Paz Mora Riveros escribió en Publimetro: “[…] no entienden que el animal no es para estar encerrado en jaulas, no está en su hábitat. [Los animales] no fueron creados para la entretención y exhibición. Se llenan la boca diciendo que los salvan y cuidan. Ppfff!!! Da lo mismo los años de experiencia del cuidador: el animal jamás se acostumbrará al cautiverio por más años que este”. “Un animal salvaje no debería estar encerrado”, escribe Pablo Kabrera en el mismo sitio. “¡Sólo quería ser libre!”, escribe Yasna Angélica. En otro foro en el mismo diario, Isabel Elisa González Briceño se pregunta: “¿Quién me dice que el tipo no le hizo algo al tigre para que reaccionara así?” Una pregunta muy pertinente. También en los casos de agresiones de perros contra humanos, muchas veces el detonante del ataque ha sido una agresión previa del humano contra el animal. “¡No deberían existir los zoológicos!”, grita Carolina Prat Loyola. Eugenia Bayón Guerrero: “Esto no pasaría si los animales estuvieran donde tienen que estar”. María Magdalena: “¿Qué ganan los animales estando encerrados en un zoológico, un circo, etc.? ¿Qué ganan los humanos teniéndolos encerrados, obligándolos a hacer shows, etc.? ¿No es esto similar a los circos romanos? Los animales no son de nuestra propiedad. Si estuvieran en su hábitat natural, no pasaría esto”. “El mejor protocolo para manejar estos animales es que vivan en su hábitat”, comentó Juan Sade Amado en el foro de La Nación. “No más zoológicos”, dice Edith Escobar Manríquez.

Creo que existe un sentimiento cada vez más generalizado de que el zoológico, esa tenebrosa cárcel especializada en animales exóticos, debe simplemente desaparecer. La captura y esclavitud animal no tiene ningún fin ni justificación atendible. Detrás de cada animal cautivo hay toda una terrible y dolorosa historia: para capturarlo normalmente se destruye a su familia, se traslada a la víctima a un entorno desconocido en climas y hábitats que no son los suyos, se le priva de toda relación social espontánea, se le somete a constantes abusos y privaciones, hasta que la acumulación de sufrimiento se transforma en locura y desesperación.
Por otro lado, “asombra en realidad que exista todavía [el zoológico], conocidos los nefastos efectos sobre la salud mental de los animales, y los menos conocidos efectos sobre la salud mental de los humanos. ¿Consideramos de verdad fundamental criar y educar a los humanos en una sociedad que contempla como normal la esclavitud animal? ¿Vale la pena crecer y vivir en una sociedad que somete a violentos malos tratos y torturas a los animales, que encuentra  normal encerrarlos de por vida para divertirnos y criarlos para matarlos y mutilarlos y exhibir para la venta sus trozos sanguinolentos en las carnicerías? Muchos creemos que estos violentos espectáculos son nocivos para la condición humana, pues nos convierten en seres monstruosos e insensibles, prisioneros de nuestra pequeñez y gula, incapaces de emocionarnos e indiferentes ante la indecible crueldad con que tratamos a los animales” (Contra el zoológico).
El zoológico debe desaparecer. Su única salvación, y su redención, sería convertirse en centros de rescate, cuyo fin no sería el cautiverio animal para diversión de los humanos, incluyendo su exhibición, sino rescatar a animales maltratados o abandonados, curarlos de sus posibles dolencias y prepararlos para el retorno a una vida libre en su entorno natural. Eso, o su desaparición definitiva.

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