Quién Mató al Cabo Cristián Vera
[En septiembre de 2007, y después, he publicado aquí y en otros medios un reportaje titulado ’Quién mató al cabo Vera’. Este, con el nombre de pila, es la última versión corregida, tal como fue publicada en Ciudad Invisible 21, marzo-abril 2008, Valparaíso, Chile].
Durante los incidentes del 11 de septiembre del año pasado en Santiago murieron dos personas: una bebita de 20 días, asfixiada por los gases lacrimógenos lanzados por la policía en un vecindario de Lo Hermida, y el cabo primero Cristián Vera, en la esquina de Laguna Sur con calle de La Estrella, en Pudahuel Sur. Esa noche el cabo Vera recibió un impacto de bala en la cabeza. Murió a eso de las 7 de la mañana.
Los enfrentamientos de ese día fueron particularmente violentos. Los manifestantes se apoderaron de las calles en la noche, quemaron llantas y otros elementos combustibles llenando el aire de una densa humareda y atacaron a la policía utilizando armas de fuego, pistolas, piedras, bombas Molotov y escopetas de caza y hechizas. En todo el país hubo 306 detenidos, 208 de ellos en Santiago. Hubo numerosos heridos, entre ellos 42 carabineros -4 por impactos de bala, uno tras un ataque con ácido. Todos los boletines de prensa de esos días señalan la utilización, por parte de los manifestantes, de armas de guerra o de grueso calibre: ametralladoras, subametralladoras Uzi, rifles de asalto M-16.
El nivel de violencia no era inesperado. En los últimos años, las manifestaciones nocturnas del 11 han sido particularmente intensas y violentas. Pero esta vez los trágicos incidentes de esa noche fueron precedidos por el asesinato, el 25 de agosto, de un niño del vecindario, al que otro carabinero (Miguel Canto Matus) mató a tiros tras una riña con su propio hijo. Ese espantoso crimen -la mujer del agente separó al niño de sus amigos y Canto Matus le disparó dos veces a quemarropa, una de esas por la espalda- causó conmoción en el barrio. El carabinero era conocido, porque era un vecino más. Se temía que este crimen quedara impune. En el barrio aparecieron pintadas que prometían vengar la muerte del pequeño. También aparecieron panfletos en las que se amenazaba a Carabineros. En el barrio reinaba la indignación y la rabia. El cabo Miguel Canto fue dado de baja y arriesga hoy, con su mujer, una pena que puede ser su reclusión perpetua.
Balazo Mortal
Entonces vino el 11. Y la muerte del cabo Vera. La policía inició de inmediato las pesquisas para identificar al autor del disparo que terminó con su vida. En las primeras declaraciones a la prensa, la policía dijo que el arma utilizada era de grueso calibre y que podría haber sido un rifle de asalto M-16 o un AK-47. Pero esa declaración inicial fue olvidada pronto y se impuso la tesis de que el arma utilizada había sido una pistola calibre 9. Los motivos que explican este brusco giro de interpretación son aparentemente que se encontró cerca de donde cayó el cuerpo del cabo un casquillo de una bala de 9 mm y la incautación de la pistola que la percutó en una de las casas del vecindario que fueron allanadas al día siguiente, más el interrogatorio y posterior declaración del individuo que utilizó esa pistola. La policía tenía una confesión. No del asesinato, porque sería imposible que el autor presunto supiera quién o qué bala mató finalmente al cabo, pero si de haber disparado contra los agentes esa noche. Eso no es lo mismo que una declaración de culpabilidad, pero para la policía fue suficiente para colgarle el asesinato.
Improbable Confesión
El asesino del cabo sería Eduardo Jesús Espinoza Bórquez, apodado ‘El Guaro’, de 18 años, con antecedentes por delitos relacionados con drogas. Su padre pasó igualmente un tiempo en prisión, también por delitos relacionados con el tráfico de drogas. No se ganarían la simpatía de la opinión pública. El caso se encuentra hoy en manos de la fiscalía militar.
El cabo Vera fue herido en medio de una salvaje balacera poco antes de medianoche. Su atacante se encontraba, dijo la policía, a 72 metros del agente. Algunos canales de televisión recuperaron la imagen del manifestante disparando su arma contra el policía. La bala habría atravesado el escudo de otro agente que se encontraba junto al cabo. Tras cruzar la lámina de fibra de cristal cambió de dirección y atravesó el casco del agente, perforó las paredes del cráneo, fracturó irrecuperablemente el cerebro del agente y volvió a perforar la otra pared del cráneo en su trayectoria de salida. No está claro si el casquillo hallado en el lugar es de la bala que hizo todo eso.
Bala Prodigiosa
Pero desde que la policía anunciara públicamente que creía haber identificado al autor y la bala que mató al cabo, surgieron dudas sobre esa interpretación. El ex jefe del Laboratorio de Criminalística de la Policía de Investigaciones, especialista en balística y armamento y profesor en la Universidad Tecnológica Metropolitana, Ramón Vilches Vega, declaró que es muy difícil que una bala disparada por un arma de 9 milímetros pueda hacer tanto daño, menos a 72 metros de distancia. El mismo ex detective especuló en otro lugar que la bala que perforó el cráneo del cabo Vera "puede ser una bala de fusil de 7 mm o de 7,62 mm o de 5,56 mm de una M-16". Esta interpretación se ve reforzada por la transcripción de los diálogos entre los agentes que se encontraban junto al cabo, que pensaban que estaban siendo atacados con subametralladoras Uzi.
Basándose precisamente en la creencia de que la bala que mató al cabo era una bala de grueso calibre o de guerra, El Mercurio, sin mencionar sus fuentes, adelantó que la bala provenía de rifles de asalto introducidos por grupos de extrema izquierda y/o el Partido Comunista durante el gobierno militar y que habían sido repartidos entre los vecinos para atacar a las fuerzas especiales. Esa acusación también la formuló el diputado de extrema derecha (UDI), Patricio Melero.
Bala de Guerra
En realidad la velocidad de la bala y los estragos que causó son los elementos más importantes para creer que la bala no pudo ser ni una bala de 9 mm ni percutada por una pistola de ese calibre. Patricia Nilo, la jefe de urgencias del Hospital de Carabineros, dijo que "la bala que atravesó el cráneo era de gran tamaño y destruyó la masa encefálica, lo que produjo la posterior muerte del cabo".
Las declaraciones de la doctora coinciden con la interpretación del ex director del Laboratorio de Criminalística. "Las fracturas que se aprecian en el cráneo", escribió el ex detective en su análisis del escáner del cráneo del cabo, "se explican por la velocidad del proyectil. Era muy elevada y por lo tanto tenía mucha energía. Al perforar el cráneo a gran velocidad desplaza violentamente el contenido orgánico del cerebro, el que golpea contra las paredes del cráneo, generando las fisuras que se ven en las imágenes. En ellas se ve además que el cráneo estuvo a punto de explotar dentro del casco del carabinero".
Es difícil, sino imposible, que una bala de 9 mm pueda causar los estragos que causó en el cerebro del cabo Vera. Las balas de este calibre han sido utilizadas tradicionalmente por civiles en prácticas de tiro y para defensa personal, debido a su bajo costo y moderado impulso de disparo. La policía norteamericana usaba esta bala, pero la dejó de lado por sus bajos resultados en tiroteo, reemplazándola por una bala calibre 0.40.
Las dudas sobre el calibre de la bala y la pistola que la percutó se instalaron en la opinión pública, empezando por la familia del acusado. Su padre, Eduardo Espinoza Correa, declaró repetidas veces que pensaba que era imposible que la bala que disparó su hijo pudiese haber causado la muerte de Vera. Él, como hombre experimentado en el manejo de armas de cuando era miembro de una banda de traficantes, podía asegurar que eso era imposible. Los expertos le dan la razón.
Por Dónde Entró la Bala
Pero hay más aspectos extraños en la muerte del cabo Vera. El análisis que realizó el ex detective Vilches muestra otras cosas inexplicables. La bala impactó prácticamente por arriba en la cabeza del cabo y salió después de perforar su cerebro, dejando un enorme agujero en el cráneo. Una nota publicada por La Cuarta del 12 de septiembre, también afirmaba que "el tiro le perforó todo el cerebro, de arriba hacia abajo". Las dos cosas son incompatibles con el tamaño, potencia y velocidad de una bala de 9 mm; lo último es difícil de explicar. Además, el kevlar, el material del casco, es un material resistente utilizado frecuentemente en la fabricación de cables y chalecos antibalas. No es impenetrable, pero una bala de 9 mm difícilmente podría perforarlo a la distancia en que se percutó.
En la reconstrucción se constató verosímilmente que Eduardo Espinoza mantuvo el arma a 1.60 metros del suelo en posición horizontal. La bala entró prácticamente desde arriba por el costado izquierdo y salió por el derecho con una diferencia de altura que sólo se puede explicar si el balazo fue hecho desde una altura, como un segundo piso. Esta hipótesis eliminaría el escudo previo y la teoría de que este desvió la trayectoria de la bala. De otro modo, habría que suponer que el cabo Vera avanzaba agachado, exponiendo su flanco izquierdo. Esta última teoría hace posible que la bala que lo impactó iniciara su trayectoria a una altura menor de 1.60 metros, pero descarta igualmente el impacto con un escudo. La hipótesis la hacen menos verosímil las imágenes captadas del incidente, donde se ve a los carabineros replegándose erguidos, tratando de cubrirse con los escudos, por la acera de la iglesia Santa María del Sur.
A Quemarropa
Sin embargo, varias notas de la prensa policial de los últimos meses arrojan dudas sobre la versión de la fiscalía, de El Mercurio y de los expertos militares citados por ese diario. No se descarta que una pistola de defensa personal de este calibre, así como una de calibre 22, pueda causar la muerte cuando se la dispara a corta distancia o a quemarropa. Pero aún así parece muy difícil que pueda causar daños tan devastadores como en el caso del cabo Vera.
Hace una semanas -el 2 de enero de 2008- una mujer de 20 que se preparaba para acostarse, en una población humilde en San Bernardo, recibió en la cabeza un impacto de bala proveniente de una pistola calibre 9. La bala entró por el techo de la vivienda -no dice el diario de qué material era el tejado, pero tratándose de una construcción humilde, es probable que sea de hojalata o incluso madera. La mujer quedó herida, pero sin riesgo vital.
Igualmente, el 13 de enero de este año la prensa informó sobre un extraño caso en Antofagasta. Un individuo disparó a quemarropa contra dos vecinos. Se dio a la fuga, pero se entregó días después con el arma con que había hecho los disparos: una Taurus de 9 milímetros. Los heridos fueron llevados a urgencias con impactos de bala en el tórax; están fuera de peligro.
Hace unos meses, el 23 de enero de 2008, tras una discusión con su pareja una mujer de Playa Ancha, Valparaíso, se disparó apoyando el cañón de una pistola calibre 9 contra el pecho en un aparente intento de suicidio. La mujer se encuentra hospitalizada, fuera de peligro.
El 22 de febrero un carabinero disparó contra un hombre que le agredía, hiriéndolo en la cabeza con una pistola Taurus calibre 9. El hombre sólo quedó gravemente herido.
Igualmente, en La Florida, Santiago, el 2 de marzo, un niño quedó herido grave por un impacto en el cráneo de una bala perdida calibre 9. Sobrevivió.
En Ovalle, el 2 de marzo, un temporero fue herido a quemarropa con una pistola calibre 9. El mismo agresor disparó contra su acompañante, hiriéndolo en la cabeza. Los dos sobrevivieron.
De modo que, como lo demuestra estos y otros muchos casos [que se pueden igualmente consultar en paginapolicial.blogspot.com], si una bala de 9 mm no puede provocar daños irreversibles ni la muerte a distancias tan reducidas, ¿cómo creer que en el caso del cabo Vera hizo todo lo que hizo? La versión en la que insiste la fiscalía militar y Carabineros es simplemente inverosímil.
Conjeturas
Sobre la base de las primeras versiones policiales y de prensa, que son probablemente, por su espontaneidad, las más verosímiles, de que al cabo primero Cristián Vera lo mató una bala de guerra, han emergido desde entonces varias especulaciones. La primera y mejor conocida es la que atribuyó la muerte del cabo a un arma de guerra, probablemente introducida a Chile por el Partido Comunista. La teoría fue desmentida posteriormente por la policía misma.
Otra conjetura, tampoco probada, es que el cabo Vera fue matado por otro carabinero o agente de seguridad. No hay testimonios sobre el uso de armas de grueso calibre esa noche, cosa que por lo demás Carabineros niega pertinentemente. Se desconoce si aparte de carabineros participaron en la represión de los violentos disturbios otras unidades de fuerzas de seguridad. Si ese fuese el caso, y en ausencia de testimonios, habrían disparado desde el segundo piso de alguna de las casas aledañas.
El piquete de carabineros se había dispersado en ese lugar. También se especula por eso que la bala pudo provenir del arma de otro agente. Eso significaría que alguno de los carabineros portaba un arma de guerra o de mayor calibre y que habría disparado por error o confundiendo el blanco. En la oscuridad de esa noche en ese lugar, entre las llamas de las llantas en combustión, el humo de las bombas lacrimógenas y los gritos y el ruido de las numerosas armas utilizadas, esa teoría adquiere mayor probabilidad.
El 11 de 2005
Pero son meras especulaciones. Sin embargo, no sería la primera vez que ocurre algo semejante. Aunque el general José Bernales, fallecido desde entonces, desechó esa posibilidad diciendo que ese 11 de septiembre la policía usó solamente balines de goma y no balas de verdad, el 11 de septiembre de 2005, con ocasión de las manifestaciones nocturnas en conmemoración del golpe de estado de 1973, un joven manifestante perdió la vida por el impacto de una bala de grueso calibre. Durante los disturbios, el joven -Cristián Castillo Díaz- que participaba en una barricada nocturna en la población Lo Hermida, de Santiago, murió casi instantáneamente al recibir una bala en el corazón. La muerte la causó una bala calibre 38.
Durante largo tiempo, Carabineros rechazó la idea de que el tiro que mató al manifestante pudiese provenir de un arma de Carabineros. Sin embargo, casi un año después, un carabinero confesó haber sido el autor del mortal disparo. En su declaración confesó haber utilizado una pistola calibre 38, que la había comprado en el mercado negro y que era habitual que los carabineros portaran armas no autorizadas en ese tipo de manifestaciones. De los numerosos testimonios recogidos en entrevistas con participantes y testigos esa noche, quedó en claro que efectivos de carabineros efectivamente usaron balas de verdad -en el lugar quedaron más de 40 casquillos de balas de calibre 9 y 38, los dos calibres utilizados entonces por Carabineros- y que en la represión de esas manifestaciones participaron fuerzas de seguridad y carabineros de paisano en vehículos sin identificación. (En la represión de manifestaciones indígenas en el sur, se ha observado a personal de los servicios de seguridad actuando en vehículos sin patente). El autor confeso resultó ser Daniel Cabrera, carabinero de la 43º comisaría de Peñalolén.
No es creíble que una práctica habitual, como confiesa el carabinero, haya escapado a la atención y control de los oficiales en un cuerpo policial tan disciplinado y militarizado como Carabineros. Muchos sospechan que se trata muy probablemente de una práctica tolerada o recomendada extraoficialmente. Pero es un asunto que, pese a las numerosas protestas de organizaciones de derechos humanos, no ha sido investigado y que Carabineros ha desmentido categóricamente.
Pero esta conjetura -tan hipotética como la versión oficial de la muerte del cabo Vera- no excluye una tercera, igualmente probable: que la bala que lo mató provino de un arma de grueso calibre disparada no por un carabinero, sino por un manifestante desde el segundo piso de alguna de las casas aledañas.
Como quiera que sea, las dos últimas teorías, y la improbabilidad de la versión oficial, libran de culpa al acusado. La bala que disparó Eduardo Jesús Espinoza Bórquez, les guste o no al acusado y a sus acusadores, no pudo haber matado al cabo Vera.
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