Un Paso hacia la Decencia
¿Qué tipo de fantasma está recorriendo El Mercurio? Nuevamente una interesante columna de Eugenio Tironi sobre el nuevo fenómeno del ‘bacheletismo aliancista'. Su recomendación para que la derecha llegue al Palacio de La Moneda es nada menos que continuar la obra de la Concertación, que encarna, dice, la cara humana del sistema legado por la dictadura.
La derecha, pese a claras señales de la ciudadanía de que está harta con lo que percibe como una política de oposición alharaca, improductiva y contraproducente, titubea a la hora de reconocer que también debe tomar cuenta seriamente de algo que, tras al menos cincuenta años de historia, ya es constitutivo de la identidad nacional: los ideales de justicia social y solidaridad, tan ampliamente respaldados por los católicos, están profundamente arraigados entre los chilenos.
La derecha debe no meramente acoplarse artificialmente, por conveniencia, a los principales postulados de la Concertación -que muchos, además, consideran demasiado blandos-, sino convertir en propios, valores que son simplemente nacionales. Un par de pasos hacia la decencia -el abandono definitivo y radical del pinochetismo, llevar a buen término y prontamente los casos de derechos humanos y hacer un alto en la ruta de crecimiento para consolidar a nivel social algunos de los beneficios económicos de los últimos años mediante una redistribución responsable de los ingresos nacionales y un manejo igualmente responsable del gasto público- acercarían a la derecha considerablemente hacia el centro político social y políticamente operante en Chile.
En varias oportunidades la ciudadanía chilena se ha expresado claramente sobre el cansancio que provoca la estrategia del desalojo, que rechaza porque crispa innecesariamente la vida política del país, arrojando dudas generalizadas sobre incluso la honestidad de la clase política. La mayoría de los chilenos desconfía de los políticos y supone, también mayoritariamente, que son corruptos. Y los interminables y artificiosos conflictos, tan estériles como los de la oposición española en la que parece inspirarse, sólo confirman la sospecha de que sólo se trata de una guerra entre clanes gitanos. La repartición entre los legisladores de las platas de los ya eliminados senadores designados ha enviado un pésimo y desalentador mensaje a la ciudadanía. La sorprendente defensa que hizo de esta medida el presidente de la Cámara de Diputados, de que después de todo poca razón tenía la ciudadanía en protestar porque, de hecho, no significa un gasto adicional para el contribuyente, despierta sospechas de un exacerbado gremialismo que pone los propios intereses de los políticos elegidos por encima de los intereses del país.
A la derecha viene perjudicando hace mucho la presencia de elementos extremistas, que han logrado imponer al resto del conglomerado su propio programa de defensa de los violadores de derechos humanos, a quienes, además de no condenarlos y repudiarlos claramente, defiende mediante trucos y maniobras dilatorias que son demasiado transparentes. La derecha debe también hacer cuentas con el pasado y abandonar esa política que la población percibe como profundamente injusta e injustificada y proceder a aprobar las reformas político-constitucionales que necesita el país para avanzar a una segunda fase de profundización de la transición y aprobar la firma de tratados internacionales en materia de derechos humanos, como el Tribunal Penal Internacional en cuyo origen y gestación es innegable la contribución chilena, así sea porque uno de sus objetivos es prevenir dictaduras como la chilena y llevar a justicia a quienes han violado derechos humanos reconocidos y defendidos decididamente por la comunidad internacional.
En fin, para tener alguna posibilidad de futuro, la derecha debe girar hacia la decencia.
La derecha, pese a claras señales de la ciudadanía de que está harta con lo que percibe como una política de oposición alharaca, improductiva y contraproducente, titubea a la hora de reconocer que también debe tomar cuenta seriamente de algo que, tras al menos cincuenta años de historia, ya es constitutivo de la identidad nacional: los ideales de justicia social y solidaridad, tan ampliamente respaldados por los católicos, están profundamente arraigados entre los chilenos.
La derecha debe no meramente acoplarse artificialmente, por conveniencia, a los principales postulados de la Concertación -que muchos, además, consideran demasiado blandos-, sino convertir en propios, valores que son simplemente nacionales. Un par de pasos hacia la decencia -el abandono definitivo y radical del pinochetismo, llevar a buen término y prontamente los casos de derechos humanos y hacer un alto en la ruta de crecimiento para consolidar a nivel social algunos de los beneficios económicos de los últimos años mediante una redistribución responsable de los ingresos nacionales y un manejo igualmente responsable del gasto público- acercarían a la derecha considerablemente hacia el centro político social y políticamente operante en Chile.
En varias oportunidades la ciudadanía chilena se ha expresado claramente sobre el cansancio que provoca la estrategia del desalojo, que rechaza porque crispa innecesariamente la vida política del país, arrojando dudas generalizadas sobre incluso la honestidad de la clase política. La mayoría de los chilenos desconfía de los políticos y supone, también mayoritariamente, que son corruptos. Y los interminables y artificiosos conflictos, tan estériles como los de la oposición española en la que parece inspirarse, sólo confirman la sospecha de que sólo se trata de una guerra entre clanes gitanos. La repartición entre los legisladores de las platas de los ya eliminados senadores designados ha enviado un pésimo y desalentador mensaje a la ciudadanía. La sorprendente defensa que hizo de esta medida el presidente de la Cámara de Diputados, de que después de todo poca razón tenía la ciudadanía en protestar porque, de hecho, no significa un gasto adicional para el contribuyente, despierta sospechas de un exacerbado gremialismo que pone los propios intereses de los políticos elegidos por encima de los intereses del país.
A la derecha viene perjudicando hace mucho la presencia de elementos extremistas, que han logrado imponer al resto del conglomerado su propio programa de defensa de los violadores de derechos humanos, a quienes, además de no condenarlos y repudiarlos claramente, defiende mediante trucos y maniobras dilatorias que son demasiado transparentes. La derecha debe también hacer cuentas con el pasado y abandonar esa política que la población percibe como profundamente injusta e injustificada y proceder a aprobar las reformas político-constitucionales que necesita el país para avanzar a una segunda fase de profundización de la transición y aprobar la firma de tratados internacionales en materia de derechos humanos, como el Tribunal Penal Internacional en cuyo origen y gestación es innegable la contribución chilena, así sea porque uno de sus objetivos es prevenir dictaduras como la chilena y llevar a justicia a quienes han violado derechos humanos reconocidos y defendidos decididamente por la comunidad internacional.
En fin, para tener alguna posibilidad de futuro, la derecha debe girar hacia la decencia.
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