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Carta a un Joven Chileno 3

[Carta escrita a un joven amigo que no comprende por qué se niegan los represores y militares a reconocer las atrocidades que cometieron].
Estimado amigo, a mí también me ha parecido siempre insólito que los partidarios de la dictadura sean incapaces de reconocer las atrocidades cometidas por los militares. Esta incapacidad, que se advierte en el escaso número de militares que han confesado o que han mostrado arrepentimiento, ha sido señalado, entre otros, por el juez Carlos Aldana, que lleva casos de derechos humanos en Concepción. Interrogado sobre el tema, dijo el juez: "En general no ha habido una colaboración abierta, salvo algunos casos. Pero esas confesiones llegaron después de haber hecho un cruzamiento de interrogaciones e investigaciones, así que ellos no tenían otra alternativa. Nadie ha llegado por remordimiento de conciencia" (en el diario El Sur del 29 de julio de 2007). No reconociendo los crímenes cometidos, tampoco se sienten los victimarios en la necesidad de pedir perdón, ni de colaborar con la justicia, ni de intentar reparar de algún modo los crímenes cometidos. No creen haber hecho nada malo, pese al hecho, por lo demás comprobadísimo, de que la inmensa mayoría de sus víctimas no habrían sido consideradas culpables de ningún delito en ningún tribunal razonable de ningún país democrático entre las culturas occidentales y, por tanto, no podrían haber sido nunca ni perseguidas ni encarceladas ni torturadas ni asesinadas.

He intentado en ocasiones dialogar con partidarios de la dictadura, y me ha sido francamente imposible. Muchos incluso se molestan si hablas de ‘dictadura' para referirte al gobierno autoritario. Prefieren decir ‘gobierno militar', como si eso anulara los atroces y bárbaros crímenes que cometieron.

Creo que parte de la resolución de este enigma es que los partidarios de la dictadura no tienen realmente una ideología que podamos llamar coherente. O sea, no tienen otra ideología que la defensa de sus intereses, privilegios y prerrogativas en la sociedad. No es algo que podamos llamar ‘ideario'. La defensa de intereses tan específicos, naturalmente, no puede basarse en ninguna racionalidad o lógica; los defensores del régimen militar no pueden recurrir a consideraciones filosóficas o lógicas, donde sus ideas no tienen asidero, y se escudan pues en lo irracional.

Lo irracional se expresa de muchos modos. La irracionalidad como estrategia busca anular la posibilidad de diálogo.

Se expresa, por ejemplo, cuando el partidario del régimen militar niega la veracidad de las investigaciones sobre las atrocidades cometidas por el régimen. Según el juez Aldana, la mayoría de los militares simplemente niegan los hechos y niegan las acusaciones, pese a la apabullante cantidad de pruebas y testimonios. Es común que los pinochetistas, por ejemplo, nieguen incluso la veracidad de los informes Rettig y Valech, pese a sus enormes lagunas y deficiencias. Muchos dicen, además, que son de inspiración comunista. Algunos dicen incluso que son producto de una conspiración judía. Incluso investigaciones internacionales por encima de toda sospecha, son furiosamente atacadas por esas gentes.

Algunos dicen, también, que hay que entender esas conductas criminales en el contexto de lo que creían los militares. O sea, que sus crímenes se explicarían porque se sentían amenazados, porque pensaban que una revolución comunista era inminente, etc. Pero aún así, es incomprensible la brutalidad y arbitrariedad de la violencia ejercida contra los secuestrados y detenidos que, nunca está demás repetir, en una democracia occidental no habrían sido nunca acusados de ningún delito. Es decir, quizás se entienda que detuvieron a alguien por temer fundadamente que era un terrorista peligroso a punto de cometer un atentado, pero no se entiende que lo hayan torturado hasta la muerte ni que hayan asesinado a sus hijos ante sus ojos y violado y degollado a su mujer. Esto está más allá de toda comprensión.

"Hay actos", dice el juez Aldana, "que no tienen comprensión humana. Conozco casos dramáticos, como el de un niño que lo asesinaron, sus familiares recuperaron el cuerpo del río, lo estaban velando, cuando llegaron carabineros, lo tomaron, se lo llevaron y desapareció". ¿De dónde vienen estas hienas que ni siquiera respetan las tradiciones en las que se criaron, las costumbres de su propio pueblo?

Lamentablemente, los mismos militares se han esmerado en demostrar que esos alegatos -de que actuaron en la creencia de que era necesario- son falaces. Baste con mencionar, por ejemplo, el Plan Z, que se descubrió luego que era un invento de un señor que se hace llamar historiador y que colaboró de este modo a escribir una de las páginas más infames de la historia de Chile. Pues, si temían los militares de derecha tanto la inminencia de una revolución comunista, ¿por qué inventar un ridículo Plan Z? ¿No habría sido más contundente entregar documentos reales -claro, que no existían? Pero, si no existían documentos probatorios de esa imaginaria conspiración comunista, era simplemente porque no existía ninguna conspiración. Y como no existía esa conspiración, había que inventarla.

Esto que te digo, tampoco lo aceptaría un pinochetista. Siguen insistiendo en que sí existió ese plan imaginario.

Por otra parte, ¿cómo podrían temer un levantamiento comunista armado cuando los militares sabían positivamente, después de haber estado implementando salvajemente durante meses la Ley de Control de Armas de la época, que para septiembre de 1973 ya no había armas en manos de la población civil y que es uno de los motivos de por qué la intervención militar se fue aplazando hasta ese mes?

Los partidarios del régimen militar tampoco aceptan otras verdades que saben todos, menos ellos. Por ejemplo, la investigación del senado norteamericano de 1975, sobre la participación del gobierno de Nixon en el golpe de estado en Chile. Según declaraciones del propio Kissinger, y de los documentos desclasificados posteriormente, Estados Unidos intervino directamente en el golpe de estado, y antes todavía, en 1970, en el asesinato del comandante en jefe de las fuerzas armadas chilenas. El general Schneider fue secuestrado por orden norteamericana; se pagó a dos grupos (el del general Viaux y un grupo fascista llamado Patria y Libertad, uno de cuyos dirigentes es el que fuera abogado de Pinochet), recibiendo cada uno de ellos 30 mil dólares. Eso costó la vida de Schneider (¿dónde está su monumento?). Sobre este incidente no cabe ninguna duda. Pero intenta que lo acepte un pinochetista. Te dirá que es falso.

Si insistes en que son declaraciones de Kissinger, te dirá que es judío, tratando incoherentemente de ganar tu complicidad.

Tampoco aceptarán otro hecho importante: el propio general Pinochet recibió dos millones de dólares por el golpe de estado.

Encontré al menos un pinochetista que me dijo que la traición de Pinochet no era muy relevante porque en esa época todos (o sea, también Allende) eran traidores; alegan algunos como prueba la estadía de un mes de Fidel Castro en el país. Para este tipo de razonamiento, si se lo puede llamar así, recibir dinero de una potencia extranjera (Pinochet) y guardar relaciones cordiales con un presidente de otro país (Allende) es lo mismo. Realmente, no te esfuerces en buscar la lógica detrás de la ‘argumentación'. No hay lógica. O quizá sí, pero una lógica rarilla, como la técnica de evacuación de los hipopótamos. ¿Sabes como defecan? Pues cuando están defecando empiezan a hacer girar el rabo, de tal modo que las fecas salen disparadas por todos lados, embadurnando, claro está, a todo aquel que se encuentre a su alrededor. Seguro que reconoces el estilo, pues es así como hace política la derecha.

Otro aspecto que siempre me ha impresionado de la dictadura es la política de las desapariciones. Los militares habían decidido no instalar tribunales ni llevar a juicio a los detenidos. ¿Por qué? Pienso que fue así fundamentalmente porque si se instalaban tribunales y se realizaban juicios, la opinión pública se enteraría de la verdad (un juicio implica interrogatorios, declaraciones, evidencias, testigos, cuyas palabras y escritos es imposible archivar en los confines de un tribunal). Y la verdad era que no había motivos para perseguirlos, y menos para asesinarlos.

De esta decisión se deriva obviamente la necesidad de hacer desaparecer a las víctimas, para que no pudiesen contar nunca al mundo que ni eran culpables de ningún crimen, ni las espantosas atrocidades que habían visto en los cuarteles ni sobre los tormentos a que habían sido sometidos. Hacer desaparecer los cuerpos era imperativo.

Entenderás que a esta altura yo ya no tendría ningún interlocutor pinochetista, que está incapacitado para reconocer que las víctimas eran inocentes. Todavía uno susurrará: "Pero eran comunistas", creyendo que la adopción de la ideología comunista es, para esas mentes criminales, un acto delictivo y punible con la muerte.

Sabrás, por cierto, que durante la dictadura ser comunista no significaba estrictamente ser miembro del partido comunista, y ni siquiera pensar como comunista. Simplemente quería decir: opositor, disidente. Finalmente terminó significando: Todos los chilenos. Todos los que no son militares. Todos los que no son pinochetistas. Y luego, todo el que se oponga a nosotros (los militares, y entonces ya como individuos), todo el que no se deje robar, todo el que denuncie mis delitos, todo el que se oponga a que violemos a su mujer, todo el que se niegue a entregarme su dinero, su coche, sus propiedades, en fin, todos, porque para esas mentes afiebradas todos los chilenos eran comunistas y eran judíos.

Doy por sentado, porque no quiero agobiar el texto con fuentes ni citas, que sabes que los militares expropiaron las propiedades de muchas de las víctimas; que, pasados unos años, fundaron financieras ilegales y que, tras identificar a pinochetistas ricos, que captaban en sus propios círculos sociales, los asesinaban para quedarse con su dinero; que los militares y la familia de Pinochet se apropiaron de bienes nacionales, que traficaron cocaína que preparaban en laboratorios del ejército, que se enriquecieron con el tráfico ilegal de armas. Doy por sentado que sabes también que, como los nazis, sometieron a los secuestrados a atroces experimentos con gases y agentes químicos.

Hay un aspecto que yo considero todavía más significativo. Creo que explica muchas cosas de la dictadura militar. Los militares tenían que pretender y mostrar al mundo que aquí ellos habían salvado al país de caer en manos del comunismo y que en Chile había una guerra. Para mostrar que hay una guerra necesitas mostrar víctimas. Para que el resto del mundo no descubra tu falsedad, esos enemigos (los torturados y asesinados), que dirás que murieron en combate, deben desaparecer. Nadie debe descubrir que sus restos no tienen ojos, porque se los arrancaron; que no tienen muelas ni tapaduras de oro*, porque se las arrancaban para transarlas en el mercado; que habían sido salvajemente torturados. Los enemigos tenían que desaparecer.

La dictadura necesitaba enemigos. No los había, así que tenían que inventarlos. O crearlos.

Durante la dictadura ocurrieron casos de una impresionante incoherencia, si los analizas desde un punto de vista racional. Por ejemplo, en muchas ocasiones los militares mataron indiscriminadamente, sin darse la molestia de determinar si los detenidos que iban a ser asesinados, eran comunistas o de izquierdas o no. Es el caso que llamamos de los fusilados del Puente Bulnes, en Santiago, pocos días después del golpe. Eran ciudadanos que se habían reunido en un restaurante de Puente Alto, para reunir dinero para pagar las exequias de un colega. Llegaron carabineros, los subieron a camiones. Aparecieron muertos, acribillados, al día siguiente, en el Puente Bulnes (fuentes en la edición online de Punto Final y en la edición online de La Prensa Austral ).

¿Por qué los mataron? ¿Por qué los dejaron en el puente? Sospecho que los mataron para montar ese escena en el puente, dejar los cadáveres a vista de todos para aterrorizar a la población. Es probable que hayan asesinado en ese grupo a chilenos que eran partidarios del golpe de Estado. A los militares no les importó. Aparentemente, no era el punto. Con los muertos se demostraba la existencia de un enemigo y, por ende, la realidad de la guerra, que no podían probar de otra manera.

Otro hecho impresionante, en 1974 y 1975. Los jefes de guarnición reciben órdenes muy curiosas: deben detener cada noche a un cierto número de ciudadanos determinado de antemano, variable según la ciudad. Es la introducción del sistema de cuotas. Al principio se detiene a los que infringen el toque de queda. Pero no son muchos. Entonces recurren a acordonar algunas calles, en algunos barrios, y llevarse a los hombres. Son llevados a comisarías y cuarteles, donde son golpeados, vejados, humillados y torturados. No se les acusa de nada racional. No se los inscribe en los libros de ingreso. A muchos ni siquiera se les pregunta su identidad. Simplemente se les tortura durante la noche. A la mañana, se los arroja a la calle. En libertad, y sin cargos. Probablemente un buen número de ellos eran partidarios del régimen militar. A los militares no les importó. Aparentemente, no era el punto. De ese modo se calcula que torturaron a 150 mil ciudadanos. (Este método de terror lo conocemos por gentileza de Stalin, que fue el primero en aplicarlo en tiempos modernos).

Entre historiadores ya no se debate mucho sobre la intervención norteamericana en los asuntos de Chile. El golpe de estado fue ordenado por Estados Unidos. Pinochet fue el militar encargado. Pero hay un detalle muy significativo, y también probado. Allende tenía pensado llamar, el 12 o 13 de septiembre, a un plebiscito para que los ciudadanos decidieran qué rumbo debía seguir el gobierno. O si se debía convocar a nuevas elecciones anticipadas. Pinochet había fijado el golpe para el 18 o 19 de septiembre. Pero los norteamericanos se enteraron de la iniciativa de Allende. Tenían que dar el golpe antes, e impedir que se realizase e incluso conociese el proyecto de plebiscito. Y tenían que eliminar a Allende.

Sabrás que el partido demócrata-cristiano (al menos, sus dirigentes del ala derecha, pues también hubo un ala izquierda leal al proyecto de cambio social) llamó a los militares a intervenir en la vida política del país. Se dice que tenían un pacto con Pinochet. Este debía llamar a elecciones en un plazo de seis meses a un año. Entretanto, se nombraría presidente de Chile al presidente del senado, que era demócrata-cristiano. Este presidente del senado sería luego, se pensaba, el candidato que sería elegido. Así, el estado de excepción sería de corta duración.

Pero los demócrata-cristianos no pensaron que para Estados Unidos esta estratagema era inaceptable. Habían decidido -según cuenta Kissinger- que un período de excepción muy breve no les servía. En su proyecto político y económico para Chile necesitaban un período de excepción de al menos diez años, no seis meses. Y además pensaban, o temían, según declaró también el ex embajador norteamericano en Chile, que en caso de que se convocase a elecciones, los demócrata-cristianos podrían hacerles un desaguisado, pues muchos de sus miembros, que no eran comunistas ni mucho menos, eran partidarios del cambio social, que habían iniciado ellos mismos con la reforma agraria del presidente Frei.

Los demócrata-cristianos habían pactado con Pinochet que ellos recuperarían el poder a corto plazo. Pinochet accedió, quizás sinceramente, hasta que recibió nuevas órdenes de la embajada norteamericana y dio por anulado el pacto inicial. No contento con eso, no sólo anuló el pacto sino además empezó a perseguirlos con particular saña, enviando a agentes a matar a miembros destacados del partido en el extranjero (como fue el caso del atentado contra el senador Leighton y su mujer, en Roma).

Esos políticos descubrieron demasiado tarde que Pinochet era en realidad no solamente enemigo de los comunistas (entre los que incluía a toda la izquierda y todos los opositores) sino simplemente enemigo de Chile y su gente, enemigo de sus tradiciones católicas de solidaridad y justicia social, enemigo de la libertad, enemigo de la democracia, enemigo de la humanidad.

2
En estos días se ha vuelto a escribir bastante sobre la imposible portada ética de los represores. Sus actos nos parecen incomprensibles, bestiales, inhumanos, más propios de demonios que de seres humanos. Las reflexiones sobre el Mal y la naturaleza de este las han impuesto la reciente condena a reclusión del perpetua del sacerdote Christian von Wernich, llamado también con justa razón ‘el Cura del Infierno' (mérici). Se pregunta, por ejemplo, Rolando Concatti, "¿cómo es posible que individuos de esta catadura lleguen a ser sacerdotes católicos, ministros de Jesucristo?", apuntando a algo fundamentalmente mal en el seno de la iglesia católica.

"Otra cuestión", prosigue Concatti (en página12 ), "aunque resulte incómoda a nuestro racionalismo [...]es la cuestión del mal, del mal ejercido contra los inocentes, de la maldad implacable contra la criatura humana. Una interpelación para este tiempo, este país, teatro de horrores que no podemos soportar. Porque hermanos nuestros han sido las víctimas, pero también medio hermanos nuestros han sido los victimarios". Concatti termina recordándonos: "Ya sé que el mal no se explica. Que contra el mal se actúa".

Muchos, yo entre ellos, consideramos la presencia del Mal como un factor permanente en la historia de los hombres. Quizás no es su intervención exactamente global, quizás no están los demonios en todas partes ni siempre ni son los humanos descarriados necesariamente agentes del Mal, tal vez no influya tampoco esta certeza en el modo en que hacemos política, pero de vez en vez su presencia es casi tangible, su aliento nauseabundo te llega a las narices como cuando funda en la Tierra el Tercer Reich, para exterminar a lo que llama una raza enemiga. O como cuando escribe, entre las sombras, un folleto que titulará ‘Plan Z', para justificar ante los humanos (pues él mismo no necesita justificación) los crímenes y atrocidades que piensa desatar contra el pueblo humano en cuyo seno nació, criándose con una madre humana que lo nutrió. O como cuando, al otro lado de los Andes, secuestraba a mujeres para violarlas y dejarlas preñadas para, tras dar a luz en maternidades clandestinas, robarles sus bebés y venderlos o entregarlos en adopción a otros demonios y torturar y matar salvajemente a sus madres y hacerlas desaparecer. O como cuando, alicate en mano, quita el oro de la dentadura de sus víctimas para entregarlo a sus jefes, que lo venderán en el mercado. Esto, todo esto, todos estos actos, como dice el juez Aldana, "no tienen comprensión humana".

El cura von Wernich no es comprensible ni en términos de la historia humana ni en términos de la psicología humana. Tampoco lo es la actuación del cardenal Angelo Sodano, protector de la Bestia que se opuso tenazmente, y con éxito, a la excomunión de Pinochet, como clamaba el pueblo católico del continente. Tampoco lo es la actuación de muchos clérigos argentinos, como uno de ellos, que hace apenas unos días, insinuaba que los testigos de los crímenes del cura von Wernich habían mentido. (En otro lugar he escrito sobre esto en detalle; mérici ).

Sí, ya sé que todo esto suena raro. Sí, Pinochet y sus criados eran subalternos de una potencia extranjera (así se expresan nuestros códigos) y eran subalternos de las clases ricas, y esa constatación explica muchas cosas. Pero su clara pertenencia al reino del Mal explica también otras muchas cosas más, sobre su régimen y sobre su propia naturaleza. Sin embargo, tampoco es necesario que compartas mi punto de vista. Igualmente me encontrarás en el lado humano de la historia, detrás de la barricada de la humanidad, otro más de los muchos que conformamos el pueblo de Dios.

*Los torturadores arrancaban a sus víctimas las tapaduras y dientes de oro para comercializarlas. Era el último y demoníaco acto de odio para despojar de humanidad a las víctimas y convertirlas en una cosa que se podía comercializar. Pero la conducta de la Primera Harpía fue similar cuando, tras inventar un fondo de reconstrucción nacional y llamar a la población a entregar sus joyas, se apropiaba de las más valiosas, y de las que más le gustaban, para lucirla, colgando de su putrefacto pescuezo, en banquetes y recepciones.

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