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Continuidades Políticas en Holanda

Se dice a menudo que Holanda fue liberada por los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Sería más cercano a la verdad histórica decir que Holanda fue derrotada. Para la guerra, la casa real huyó a Inglaterra y dejó a un gobierno que tenía la orden de no contrariar a los alemanes. El país colaboró masivamente en la persecución y acoso de los judíos después de vivir un período en el que Holanda años antes de la invasión alemana adoptó numerosas leyes de discriminación de los judíos. Los judíos vivían en régimen aparte ya antes de la invasión. De Holanda, los nazis y los colaboracionistas holandeses lograron terminar con más del 90 por ciento de la población judía, después de perseguirles y robarles. Todo esto, bajo el imperio de la ley, con jueces incluso y tribunales. La policía de Amsterdam, por ejemplo, que colaboró activamente en la campaña de deportación de los judíos a campos de concentración y exterminio en Alemania y Polonia, no fue ni siquiera purgada -para qué decir que ninguno de ellos fue llevado a juicio nunca y gozan hoy de decentes pensiones de vejez.
Cuando los rusos y aliados abrieron los campos de concentración y los judíos regresaron a sus países, en Holanda encontraron sus casas ocupadas por otros, desprovistos de todo tipo de posesión y sin ningún tipo de ayuda. Muchos de ellos rondaban confusos por las calles y dormían en ellas, hambrientos, harapientos, delirantes, dejados de la mano de Dios.
Holanda fue un infierno durante la guerra y poco después. Era una provincia del imperio nazi.

Quizás esto explica la facilidad, rapidez y efectividad con que las ideologías racistas o xenófobas prenden en la población. El repentino auge del fascismo poco después del asesinato de Pim Fortuyn, es sorprendente. Las viejas guardias de políticos decente desaparecieron de la escena política de un día para otro, y aparecieron en su lugar matones, guardias de prisiones e ideólogos neo-nazis. Los nuevos nazis no llevan uniforme ni son skinheads; han adoptado la apariencia de personas normales, incluso decentes, y algunos hasta dandis, y se han incrustado en partidos democráticos corrientes -como en el antaño liberal VVD. El nuevo régimen -que empieza en 2002, tras la renuncia del gabinete por el genocidio de Srebrenica en 1995- adopta de inmediato medidas discriminatorias, rechaza informes científicos y parlamentarios, y comienza a remodelar el paisaje político y jurídico del país (las policías locales pasan a depender del ministerio del Interior o de Justicia, y no de los alcaldes, como antiguamente -una medida obviamente diseñada, entre otras cosas, para evitar a los muchos alcaldes que se oponen a las deportaciones).
El régimen viene armado de juristas especializados en detectar los resquicios de las leyes para salirse igualmente con la suya con programas que son abiertamente discriminatorios y racistas. Como ejemplo de esto último, acá en la prensa se discutió ampliamente si con las nuevas reglas que se aplicaban a los solicitantes de asilo, se seguía respetando el derecho de asilo tal como este se entiende en la Unión Europea. En ese entonces, la ministro Verdonk -la llamada ‘hija de Hitler'- y una diputada declararon en una entrevista abiertamente que la intención era en realidad reducir el número de inmigrantes. Y todo esto, en el marco de una explotada y oportuna amenaza terrorista árabe, que permite que los fascistas intimiden a la población, pretendiendo que sin ellos el estado está en peligro, adquiriendo cada vez más poder sin controles ni judiciales ni parlamentarios y adoptando leyes claramente arbitrarias e injustas.

Las ideologías de extrema derecha, o de clara inspiración xenófoba, tienen un gran éxito en Holanda. Desde el asesinato de Theo van Gogh, estos sentimientos xenófobos y anti-musulmanes han aumentado, pero han sido siempre muy altos. Y los razonamientos ilógicos y las conclusiones torcidas de los fascistas convencen a la opinión pública -incluso a gente educada. Sin embargo, en España los mortíferos atentados del 11 de marzo de 2003 no han causado ni un aumento de sentimientos xenófobos, ni histeria, ni nuevas leyes absurdas. Y España se encuentra a la cabeza en lo que es la comprensión del papel y significado de la Unión Europea, es partidaria de la integración de Turquía y acaba de aprobar una muy humanista, generosa y cuerda regularización de los inmigrantes ilegales.

Holanda no ha roto realmente con su pasado, en parte porque ese pasado ha sido enterrado y distorsionado. Ana Frank, que se ha transformado en un símbolo de la resistencia anti-nazi, fue víctima de vecinos, como lo fueron cientos de miles de otros judíos en el país. Amsterdam se enorgullece justamente de sus resistentes, pero fueron grupos pequeños, acosados, todavía peor armados y organizados que algunos grupos de la guerrilla urbana de América Latina en los años sesenta y setenta. Los resistentes eran enemigos públicos, no héroes. Se les reconoció héroes muchos años después.

El enigma holandés -¿cómo puede un país que gozó durante tanto tiempo de ser una vanguardia del cosmopolitismo, la diversidad cultural y la tolerancia, se transforme de un día para otro en una tiranía fascista, racista, autoritaria, bárbara, odiosa?- tiene que ver en parte con las mores de la vida política local. Ha habido siempre una gran distancia entre la clase política y la población -la clase política clásica era educada, hablaba francés, utilizaba latinismos y comía ostras. Estas son poblaciones gregarias, respetuosas en extremo de la autoridad y a priori inclinadas a creer a las autoridades y a acatar sus órdenes y caprichos. En los valores locales, oponerse a la autoridad es algo reprobado. La clase política ha estado por tradición más cerca de Occidente que el resto de los nativos del país. Y es posible que parte importante de la población haya aceptado los nuevos valores europeos a regañadientes, contrariada por políticos demasiado occidentales, demasiado educados y alejados del pueblo. Era una clase política ilustrada que buscó a menudo acortar las distancias culturales con otros centros europeos. Si la población autóctona no se resistió antes, es seguramente porque no veía el interés del asunto. Pero ahora, por ejemplo, que Turquía será probablemente miembro de la Unión, la población más xenófoba exige un referéndum para oponerse a su ingreso. Fue una época, además, de vacas gordas y los políticos de entonces sólo veían los aspectos positivos de Europa. Pero ahora que se quiere implementar una política de inmigración claramente antagónica al espíritu de la Unión, la población quiere recuperar su autonomía para llevar a cabo sus planes a pesar de su ilegitimidad e inmoralidad.

La tolerancia proverbial de Holanda se deriva de la coexistencia entre fieles de diferentes sectas cristianas. Algunos guías turísticos señalan la iglesia de las tres torres, que se pueden ver desde la Estación Central, diciendo que es un ejemplo de la tolerancia holandesa: como los tres arquitectos o autoridades no se pusieran de acuerdo, decidieron construir las tres torres y dejar contento a todo el mundo. Cuando se trajo a los primeros inmigrantes, se suponía que esa tolerancia, mejor coexistencia, se trasladaría también a las relaciones de la población nativa con inmigrantes de varios continentes (chinos, marroquíes, indonesios, latinoamericanos, estadounidenses, turcos, españoles, portugueses, ingleses, surinameños).
El modelo de la sociedad multicultural funcionó y funcionaría perfectamente bien si no hubiesen llegado los neo-fascistas al poder. A pesar del tradicional conservadurismo de la población holandesa, no ha habido nunca en el país conflictos étnicos comparables ni de lejos a esos conflictos en Gran Bretaña o incluso Estados Unidos. Parte de la población tiene fuertes sentimientos xenófobos, pero no los expresaba abiertamente y se sentía limitada en la expresión de sus sentimientos. En las ciudades se formaron naturalmente barrios extranjeros y las ciudades vivieron épocas de apogeo y actividad. El paro y la general miseria económica no son más altos que en otros países donde cifran comparables o peores de desempleo y aumento de la inmigración no han conducido pero ni de lejos a los sentimientos y programas de gobierno en Holanda.
Pero desde 2002 han surgido gobiernos que se han empeñado en establecer una relación entre cosas que la inteligencia usualmente no relaciona, y han implantado un régimen de apartheid y de terror donde los disidentes y sospechosos pueden desaparecer durante dos años en cárceles del gobierno sin que la opinión pública ni el poder judicial mismo tengan derecho a saber siquiera si tales ciudadanos se encuentran retenidos por las autoridades o no.
La extrema derecha gobernante ha logrado convencer a muchos ciudadanos de la solidez de sus argumentos, aunque los planes del gobierno no son todos explícitamente mencionados. Pero la población nativa sabe de qué se trata y calla. Por ejemplo, quieren subentender que el delito "apología de la violencia contra sociedades occidentales" sólo lo pueden cometer árabes o musulmanes o no-occidentales; consecuentemente, que si un sospechoso de hacer apología de ese tipo es encarcelado, esos sospechosos serán ciertamente árabes. Las leyes, por tanto, se dicen algunos, no me afectan a mí y castigan en realidad sólo a extranjeros. Cuando el gobierno decide expulsar a 26 mil refugiados musulmanes e importar a cerca de 70 mil polacos y otras nacionalidades de Europa del Este, nadie dice nada, ni la oposición. Mientras el propósito es obvio -remplazar a los inmigrantes del Tercer Mundo por inmigrantes blancos y cristianos del Segundo Mundo-, hay una especie de acuerdo tácito en no referirse a él. Es uno de los subentendidos del país.
La extrema derecha convence a parte de la ciudadanía que encarcelando a los árabes estaremos todos seguros -y bien merece la pena violar las leyes antes que dejarnos matar. El punto de partida de esta visión repugnante es que estamos en guerra con los musulmanes o los árabes o los tercermundistas o los latinoamericanos. Cada uno de los árabes es un agente, espía o terrorista potencial. Los extranjeros tienen lealtades dobles, declaraba recientemente, todo pancho, el jefe del servicio secreto, para explicar la escasez de espías árabes y traductores en el departamento. La solución es controlarlos y encerrar a los más sospechosos. Según los cálculos hechos en la prensa por políticos fascistas se trata de una 50 mil personas. En otra publicación, fascistas que son importantes miembros del gobierno local de Rotterdam, llamaron a cercar los barrios árabes para controlarlos mejor y así mejorar la situación de seguridad del resto de la población.

Hay ciertamente continuidad entre la ministro Verdonk y Hitler. Dejando de lado las obvias afinidades ideológicas entre la una y el otro, la pregunta que obsesiona a muchos -¿es la ex guardia de prisiones tan mala como Hitler?- debe responderse afirmativamente. Obviamente de momento no hay campos de concentración ni estrellas judías, pero sí cárceles para extranjeros y dentro de poco habrá cárceles para árabes sospechosos; no hay estrellas judías porque muchos hombres ilustres y políticos decentes se opusieron a los planes de la ministro de obligar a los extranjeros a portar una libreta donde se identificaba y especificaba su grado de integración en lo que llama la ‘sociedad holandesa'. No hay esos transportes terribles que terminaban en campos de exterminio en Alemania y Polonia. Pero sí hay vuelos alquilados por el estado holandés que transportan a refugiados a países como Nigeria y Congo, entregándolos a las policías de esos países -de los que vienen huyendo- sin preocuparse posteriormente de su destino. Cuando se reveló que al menos dos de esos refugiados (antes, en 2003, fueron asesinados otros dos refugiados) fueron apresados por las autoridades y se encuentran desaparecidos, probablemente muertos, nadie dijo nada. El servicio de inmigración y la hija de Hitler declararon entonces que ellos no eran responsables de lo que ocurriera con los refugiados devueltos. Esto es exactamente lo que decía el gobierno pro-nazi holandés de la guerra, que pretendía igualmente no ser responsable de los transportados desde el momento en que cruzaban la frontera del país.

Es lamentable que un país como Holanda se haya echado un personaje tan maligno y siniestro como ministro de Extranjería. Una persona absolutamente insensible y cruel que no pestañea a la hora de amargar y romper la vida de decenas de miles de personas; que prohíbe con artimañas y trucos de leguleyo el matrimonio entre naturales y personas de países del llamado Tercer Mundo o árabes; que pretende que una vista judicial de 20 minutos es suficiente para determina la vida de la gente, incluso si una decisión errónea les puede significar la muerte; que quiere obligar a los ayuntamientos a privar de vivienda a los refugiados rechazados, para que se vean obligados a quedarse en la calle, desde donde podrán ser encarcelados y luego deportados; que entrega a refugiados congoleños a la policía de ese país, sin importarle el destino ulterior de esas personas que acudieron a Holanda buscando ayuda y refugio. Una persona insensible, eminentemente cruel, está en realidad muy cerca de Hitler.
¿Y por que és es tolerada por la población bien pensante y decente del país? Quizás por la misma razón que en el siglo pasado los nativos acogieron con los brazos abiertos a los llamados invasores nazis. La generación culpable no fue castigada nunca. Y se alimentó a la población de farsas y falsas historias de resistencia y oposición a la tiranía nazi. Pero el espíritu del mal volvió a escapar. Y los demonios holandeses aprenden ahora de sus padres y abuelos, desconocidos héroes nacionales a los que el resto del mundo considera criminales y bárbaros. La actual generación de políticos no desconoce el pasado; es una camada de gentes mal formadas que se enorgullecen de sus atavismos y brutalidad. Y quieren que la ciudadanía les aplauda cuando marchen orgullosos en torno a los campos de concentración.

No es de extrañar, por cierto, ni que el dirigente laborista Bos declarara que podría gobernar en alianza con el partido fascista Lista Pim Fortuyn, ni que hace unos días un dirigente de ese partido, y antiguo secretario de estado en el primer gobierno fascista de 2002, se hiciera miembro del partido laborista -exigiendo a cambio el ministerio de Extranjería.
La continuidad entre el pasado nazi de Holanda y su presente neo-fascista ha sido observada por muchos observadores, entre ellos judíos que sobrevivieron el Holocausto y que han ofrecido su ayuda a la población musulmana. También periodistas extranjeros y expertos en derechos humanos han llamado a seguir atentamente lo que ocurre en Holanda, y han advertido que la población extranjera vive en estado de régimen aparte de facto que no puede seguir siendo ignorado. Las nuevas medidas anti-terroristas, un paquete de leyes anti-constitucionales y en abiertamente violación del Tratado Europeo de Derechos Humanos, constituyen una curiosa declaración de investidura de este nuevo régimen.

Europa debe intervenir para evitar que Holanda, dirigida por el fanatismo y el odio de gentes como la hija de Hitler, lleve a cabo sus nuevos experimentos sociológicos y raciales. Y se requiere la intervención de Europa porque los demócratas y humanistas que viven en el país, son insuficientes o no serán simplemente capaces de terminar por sí solos con el Mal, que se ha instalado en el país. En Holanda, la gente de bien corre peligro.

1 comentario

alaedin -

hola ,en primer lugar quiero agradecer a quien ha escrito este articulo porque expreso realmente las ideas fascistas que maneja el gobierno holandes sobre la poblacion extranjera, y muchas gracias.