Sobre El Partido Fascista Prohibido En Bélgica
Lo que ocurre con este partido ilustra los problemas que se tiene a la hora de eliminar la amenaza racista. Obviamente, las penas por los delitos de racismo, discriminación e incitación al odio deben ser mayores. En muchos países, los tribunales tienen la tendencia a imponer multas y penas simbólicas. Pero el peligro que representan para la democracia debe conducir a un consenso para aplicar penas que realmente hagan improbable que la misma persona o grupo reincidan -por ejemplo, multas de más de 50 mil euros para individuos, 1 millón o más para organizaciones; retiro de los derechos civiles de por vida; penas de prisión incondicional, y medidas drásticas semejantes. De otro modo, racistas y fascistas y terroristas seguirán burlando la ley. Estos grupos deber ser eliminados políticamente. El cordón sanitario político (el compromiso absoluto de las formaciones democráticas de no negociar con esos grupos) y el cordón mediático (excluirlos de publicidad y cobertura) son medidas apropiadas.
Al mismo tiempo que se hacen esfuerzos para imponer una legislación anti-terrorista, deberían consecuentemente modificarse otras leyes existentes con el fin de castigar más severamente los delitos que son más típicos de la extrema derecha, como los incendios provocados y los atentados contra templos. En Holanda, por ejemplo, el gobierno sigue haciendo oídos sordos a las demandas de la ciudadanía de que se castigue con más severidad a esos grupos -criminales, sin ninguna duda, pero que la prensa partidaria insiste en presentar como "jóvenes exaltados". Ha de considerarse que si en los atentados de los últimos cuatro años contra templos y escuelas no se han registrado víctimas es simple casualidad y no propósito de sus perpetradores. La intención de esos atentados era causar destrozos y víctimas. (En Apel, el atentado con bomba frustrado se cometió en el día. La bomba fue descubierta por un niño, no por los guardias. La policía no ha detenido a nadie).
Ciertamente, el derecho a la libertad de expresión, que reclamaba el Bloque Flamenco, no ha de ir tan lejos que se permitan la incitación al odio, la discriminación y la apología de formas de gobierno no democráticas. No ha de haber libertad para predicar la opresión de otros, ni para privar a otros de la misma libertad que se defiende. En Bélgica y en Holanda se quiere, por ejemplo, limitar la libertad de expresión de los musulmanes, y conservar la de seguir insultándoles y humillándoles. Esto muestra la mentalidad estúpida contra la que los demócratas deben luchar en esos países. Pero no se trata solamente de la libertad de los musulmanes. En Holanda, el gobierno ya ha amenazado a los periodistas y otros con llevarles a juicio si se compara al gobierno con los nazis. ¿Por qué ese temor? ¿La amenaza de un ministro tiene el mismo peso que la de un ciudadano corriente? El gobierno ya ha empezado a despedir a los que se oponen a su política de apartheid en las instituciones oficiales.
Al mismo tiempo que se hacen esfuerzos para imponer una legislación anti-terrorista, deberían consecuentemente modificarse otras leyes existentes con el fin de castigar más severamente los delitos que son más típicos de la extrema derecha, como los incendios provocados y los atentados contra templos. En Holanda, por ejemplo, el gobierno sigue haciendo oídos sordos a las demandas de la ciudadanía de que se castigue con más severidad a esos grupos -criminales, sin ninguna duda, pero que la prensa partidaria insiste en presentar como "jóvenes exaltados". Ha de considerarse que si en los atentados de los últimos cuatro años contra templos y escuelas no se han registrado víctimas es simple casualidad y no propósito de sus perpetradores. La intención de esos atentados era causar destrozos y víctimas. (En Apel, el atentado con bomba frustrado se cometió en el día. La bomba fue descubierta por un niño, no por los guardias. La policía no ha detenido a nadie).
Ciertamente, el derecho a la libertad de expresión, que reclamaba el Bloque Flamenco, no ha de ir tan lejos que se permitan la incitación al odio, la discriminación y la apología de formas de gobierno no democráticas. No ha de haber libertad para predicar la opresión de otros, ni para privar a otros de la misma libertad que se defiende. En Bélgica y en Holanda se quiere, por ejemplo, limitar la libertad de expresión de los musulmanes, y conservar la de seguir insultándoles y humillándoles. Esto muestra la mentalidad estúpida contra la que los demócratas deben luchar en esos países. Pero no se trata solamente de la libertad de los musulmanes. En Holanda, el gobierno ya ha amenazado a los periodistas y otros con llevarles a juicio si se compara al gobierno con los nazis. ¿Por qué ese temor? ¿La amenaza de un ministro tiene el mismo peso que la de un ciudadano corriente? El gobierno ya ha empezado a despedir a los que se oponen a su política de apartheid en las instituciones oficiales.
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