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Complicidad con el Demonio

Ayer el Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata, Argentina, condenó a reclusión perpetua al cura Christian von Wernich tras encontrarlo culpable de participación en los delitos de secuestros, torturas y asesinatos cometidos durante la dictadura argentina entre 1976 y 1983. Von Wernich no ha confesado. Se declaró inocente y víctima de una conspiración.

Su historia es espantosa. Durante la dictadura era capellán de la policía de Buenos Aires. En esa condición, visitaba las cárceles y comisarías e incluso al menos un centro de detención clandestino, pretendidamente para el auxilio espiritual de los secuestrados y detenidos. El cura era un confeso partidario de la dictadura.
Von Wernich trabajaba con el comisario Ramón Camps, también condenado a perpetua y ya muerto. También era un admirador del nazismo. Hoy lo defienden (al sacerdote) grupos incoherentes. Es héroe de un inverosímil grupo de católicos neo-nazis de extrema derecha, lo que es realmente de una increíble incoherencia (pues el nazismo y el catolicismo son filosofías que se excluyen mutuamente; el nazismo tenía un panteón conformado por dioses de las antiguas tribus germánicas).
Parece que en Argentina es más habitual que en Chile encontrar admiradores declarados de los nazis. Por lo menos, no ocultan sus simpatías. En el juicio, los abogados del cura reprocharon a Occidente la instalación de los tribunales de Nurenberg, que juzgaron a los jerarcas nazis después de la Segunda Guerra Mundial, reprochando a los tribunales su supuesta ilegitimidad. Y tan tranquilos, ellos, los abogados nazis y el cura.

A von Wernich se le acusaba de la tortura y homicidio de ocho jóvenes (estudiantes secundarios algunos). Nunca confesó. Pero lo delataron sus cómplices. Y se cuenta con abundantes testimonios de testigos que lo vieron en sus andanzas en los centros de detención.

Es difícil imaginar un cura tan cerca de lo que definimos normalmente como demonio. Participaba en las torturas e interrogatorios de los prisioneros. En el caso de tres de los jóvenes asesinados, el cura visitó a sus familiares (cuando todavía estaban con vida) y les contó que él, gracias a sus amistades con los policías, podía lograr su libertad y posterior envío clandestino fuera del país para que reiniciaran sus vidas. A cambio, von Wernich les pidió varios miles de dólares, que repartió luego con algunos agentes de una de las comisarías bonaerenses. ("Es cierto que los familiares aportaban cantidades variables de dinero según sus posibilidades, porque los chicos tenían que irse al exterior y había que solventar sus primeros gastos", dijo el cura en una entrevista de 1984).

Naturalmente, las historias de von Wernich eran falsas. Ese dinero no era pagar costes de viaje y mantención ni nada de eso. Tras recibir el dinero, el cura volvió a la comisaría. Decidieron entonces matar a tres de los muchachos secuestrados. A uno de ellos (de la casa de cuya familia volvía el cura) lo trasladaron a un sitio eriazo. Cuando el joven presintió que lo iban a matar, resistió. Otro agente le golpeó violentamente. La sangre manchó también al cura. Bajaron al chico del coche y lo sujetaron -también participó el cura en esto. El médico que iba con ellos le inyectó veneno directamente en el corazón. El cura propuso volver a casa para cambiarse. Entonces prepararon un asado para celebrar el crimen (en mérici).

Uno de los policías que participó en el asesinato de ese muchacho y otros, no pudo soportar más la culpa que sentía y contó todo, delatando años después a von Wernich.

Von Wernich se ha negado a confesar e insiste en que las acusaciones son falsas. Pero las declaraciones de testigos y otras evidencias no dejan lugar a dudas. El cura sigue insistiendo en estrafalarias aclaraciones. Dice que los muchachos fueron trasladados a Uruguay, Brasil y Chile, pese a las evidencias. Dice que a ellos se les salvó la vida porque habían colaborado por la dictadura y se temía por sus vidas, porque podían ser asesinados por sus antiguos compañeros. Pese a los avances en la investigación, no ha variado su defensa desde 1984, cuando declaró en una entrevista con la revista Siete Días: "Esta es mi forma de interpretar esa acusación, porque para mí todos los chicos a los que yo ayudé a escapar del país, cumpliendo directivas de Camps, pueden estar escondidos temblando y esperando que sus antiguos compañeros los descubran y los maten" (la entrevista fue republicada hace poco por Página 12). Esto lo decía el demonio que había celebrado sus muertes con un asado.

Terminado el juicio, ha insinuado que la condena recae sobre toda la iglesia, porque la cúpula de la iglesia católica argentina apoyaba la dictadura. Citó en su defensa la declaración de un obispo de la época, que en un sermón en la Catedral de Buenos Aires pidió la ayuda divina para la guerra sucia. He leído esa declaración en que un obispo justifica la guerra sucia, pero ya no recuerdo dónde y la cantidad de materiales que se han publicado en los últimos días es tan abundante que simplemente no me atrevo ni a empezar a buscarla. Pero la conclusión del juez Baltasar Garzón, que procesó a elementos de la dictadura argentina en 1998, es definitiva: Se trató "de un genocidio presentado por la dictadura militar como una cruzada que tuvo el apoyo, instigación y bendición de la Iglesia Católica argentina" (en Clarín del 15 de mayo de 1998).

El juez Garzón, en la argumentación, "recordó declaraciones de autoridades de la Iglesia argentina apoyando la represión militar, empezando por el cardenal primado de la Argentina, Antonio Caggiano, quien en un acto público en 1976 indicó que la represión no es una mala palabra. Además, citó al ex vicario castrense Victorio Bonamín y al arzobispo de Bahía Blanca, monseñor Jorge Mayer, que en 1976 afirmó que la guerrilla subversiva quiere arrebatar la cruz, símbolo de todos los cristianos, para aplastar y dividir a los argentinos mediante la hoz y el martillo. El juez recordó que pocos días después varios sacerdotes palotinos y dos seminaristas fueron asesinados por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada. También volvió a comparar a las juntas militares argentinas con el régimen nazi, ya que persiguieron el mismo fin de anular toda posibilidad de discrepancia ideológica o religiosa distinta de la oficial" (Clarín, enlace anterior).

La jerarquía católica argentina es extraña. Muchas de sus autoridades más altas eran/son declaradamente admiradoras del nazismo y otras ideologías criminales. Es incomprensible que elementos de esa naturaleza se hayan infiltrado en la iglesia y usurpado sus posiciones de autoridad. Es ciertamente una iglesia infiltrada por agentes del Mal. En América Latina, no es la única que sufre esas usurpaciones. También la venezolana parece ser una iglesia infiltrada por elementos demoníacos.

En los años ochenta, la cúpula eclesiástica argentina hablaba de "Soldados de Dios" para referirse a los represores responsables de la desaparición y muerte de casi 30 mil ciudadanos argentinos. Los perseguidos y desaparecidos eran "el Enemigo" (en Página 12). En 1996, el episcopado declaró, en un lenguaje francamente surrealista, que lo que había ocurrido en Argentina era que "que unos católicos (o sea, el "Enemigo" de los años setenta y ochenta) intentaron tomar el poder político en forma violenta y establecer una nueva sociedad marxista y otros les respondieron ilegalmente", pese a la innegable conclusión, como en Chile, de que la inmensa mayoría de las víctimas no podrían ser acusadas nunca de ningún delito en ningún tribunal de ninguna democracia occidental (en las que normalmente los delitos son conductas y no ideas).

En 2000, el propio Joseph Ratzinger, entonces de la Congregación para la Defensa de la Fe, presentó un documento (‘Memoria y reconciliación') que trataba de la dictadura argentina. En él, se decía que la recuperación de la memoria sólo era posible "mediante la profundización teológica sobre la naturaleza de la iglesia, como comunidad implicada también ella en el ‘misterio del Mal', y en consecuencia necesitada de reforma", que es, naturalmente, una manera de reconocer que, como se afirmaría más tarde, la iglesia no es inmune al mal y que la iglesia argentina había sido infiltrada por el Mal (en Página 12 ).

En septiembre de 2000, Estanislao Karlic, que presidía el episcopado, leyó una declaración que terminaba con la siguiente oración: "Padre, tenemos el deber de acordarnos ante Ti de aquellos hechos dramáticos y crueles. Te pedimos perdón por los silencios responsables y por la participación efectiva de muchos de tus hijos en tanto desencuentro político, en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación, en la persecución política y la intransigencia ideológica, en las luchas y las guerras, y la muerte absurda que ensangrentaron nuestro país" (enlace anterior).

Hoy el episcopado argentino ha emitido una declaración (en Página 12), que muchos estiman demasiado blanda y breve. Dice en una de sus partes: "Creemos que los pasos que la Justicia da en el esclarecimiento de estos hechos deben servir para renovar los esfuerzos de todos los ciudadanos en el camino de la reconciliación y son un llamado a alejarnos, tanto de la impunidad como del odio o el rencor" (en Página 12), lo que es insuficiente para muchos familiares de las víctimas, entre otras cosas porque no conciben que la búsqueda de justicia tenga algo que ver con el odio.

En los años ochenta protegió a von Wernich, procurando su fuga y posterior asentamiento en el balneario chileno de El Quisco, donde se hacía llamar Christian González. Fue descubierto por periodistas del desaparecido periódico chileno Siete.

Las aberrantes justificaciones ideológicas de la iglesia argentina me hacen recordar algunas iniciativas de Pinochet, que yo creo fue un demonio, aunque no logró extender el mal entre los católicos. En 1974 declaró que el régimen chileno era cristiano y occidental, justamente lo que no se podría decir nunca de la dictadura chilena, alejadísima de los valores occidentales y, ciertamente, nada de cristiana. Pero es sabido que estas incoherencias ideológico-lingüísticas son típicas e irracionales demostraciones de poder del Demonio o de seres demoníacos. Es el mismo mecanismo que sustenta muchos de los temores y acusaciones de gentes de extrema derecha. Los ejemplos abundan. Acusan a grupos de ciudadanos de haber querido provocar una insurrección comunista utilizando como prueba un documento (Plan Z) escrito por funcionarios de la misma dictadura. Para ellos, esto no es incoherente, como no es incoherente para el cura von Wernich solicitar dinero a los padres de los chicos que iban a ser asesinados para pagar el asado con que pensaba celebrar el crimen. Acusan a los detenidos de crímenes que nunca podrían haber cometido, porque ni siquiera habían nacido. Los nazis recurrían a cosas similares. En uno de los campos de exterminio se podía leer, en el portón: ‘El trabajo libera'. La idea era que las víctimas debían morir trabajando, sin alimentación, de inanición. Hasta que se aburrieron y decidieron matarlos sin más.

¿Habéis visto la cara del cura? Tiene la expresión de un demonio acorralado. A mí me intriga su conducta. Es la de un criminal sin vía de escape. ¿Cómo puede seguir insistiendo en que los jóvenes viven con identidades falsas en el extranjero cuando uno de sus cómplices confesó los crímenes? ¿Para qué seguir insistiendo en ocultar un crimen conocido por todos? Su actitud es similar a las de los demonios que se encarnan en seres humanos. ¿Los habéis visto? Repiten siempre lo mismo. Niegan los crímenes. Declaran incoherencias. Insultan y echan espuma por la boca. Ayer, el cura quería dar un sermón sobre la cruz. Dijo que era Cristo. Contraataca leyendo párrafos de la Biblia, pero sin responder. Finalmente lo hicieron callar. Gesticula. Mira con odio. Amenaza. Pide reconciliación. Llama demonios a los asesinados. Llama demonios a los testigos. Sólo falta que sus ojos empiecen a girar desenfrenados.

 

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