Novios y Violaciones Consentidas
A menudo se encuentra uno en la prensa chilena noticias sobre violaciones y otro tipo de abusos sexuales presuntamente cometidos por los novios de las chiquillas. Hoy, por ejemplo, el Diario de Atacama (de Copiapó) publica una noticia bajo el título de ‘Violación Sería Causa del Embarazo de Menor de 14'. Leyéndola me entero de que el violador es nada menos que su novio, que tiene 23 años. No es raro, pero sí poco frecuente, que los novios y maridos violen a sus parejas. Pero en este caso no se trata tampoco de una violación, pues las relaciones sexuales fueron consentidas.
Las leyes chilenas determinan aparentemente que los menores de edad no pueden tener vida sexual ni entre ellos ni con mayores de edad. La mayoría de edad es un concepto muy arbitrario, fijado a menudo al buen tuntún de los gobernantes de turno según diferentes contextos históricos. En 1920 o por ahí, uno era mayor de edad a los 25. Las mujeres no eran nunca mayores de edad, lo mismo que los retrasados mentales; pertenecían al mismo ámbito, y en el marco de discursos y justificaciones similares, que los animales domésticos.
En Chile la mayoría de edad ha ido disminuyendo. En los años ochenta se era mayor de edad a los 21. Luego a los 18. En otros países se es mayor de edad a los 16.
Pero el criterio mayoría de edad o adultez no siempre ni por doquier aparece asociada a las mores sexuales de la gente. Relacionar la mayoría de edad con la vida sexual es cosa propia de este pequeño y aislado pueblo. En países europeos se vota a los 18. Aunque la mayoría de esas culturas -occidentales y democráticas- prefiere no inmiscuirse demasiado en cuestiones que son responsabilidad y fuero individual, algunas niegan la vida sexual a los menores de catorce.
Cualquiera que lea un tratado de etnología o antropología cultural, o incluso de historia, descubrirá que los criterios que manejan las sociedades para fijar, cuando lo hacen, criterios tales como la mayoría de edad, o la edad en que se estima que la persona es plena y cabalmente responsable de lo que hace, varían muy ampliamente, hasta el punto en que en algunas sociedades se prefieren e instituyen las uniones desiguales en las que usualmente la mujer es bastante joven. No es raro encontrar parejas de niñas de trece con hombres de veinticinco o más años. En Chile colonial eran las uniones preferidas, y aceptadas incluso por la iglesia y fomentadas por la literatura y prohombres de la época, extendiéndose esta costumbre hasta bien entrado el siglo 20. (Véanse las novelas de Eduardo Barrios, Luis Durand y otros).
En algunas sociedades -como en el norte de Sudamérica- se prefieren las uniones en que las mujeres son considerablemente mayores que los maridos. Y los maridos suelen ser niños de catorce.
Las restricciones impuestas a las relaciones entre las personas suelen fundarse en ideologías y creencias más bien fanáticas. En nuestro caso, se quiere prohibir el sexo a los jóvenes -justamente durante el período en que estos viven períodos de intensa, necesaria y saludable exploración sexual.
Es incomprensible que los legisladores hayan adoptado estas leyes insensatas limitando y penalizando las relaciones sexuales de los menores de edad. En primer lugar, no tienen ningún derecho a hacerlo. Los jóvenes, como los adultos, debiesen tener una vida sexual libre, absolutamente sin trabas de ningún orden, como parte de su desarrollo pleno y saludable. Es una etapa en la que se suele experimentar. Y estas exploraciones son muy necesarias para la formación de los jóvenes. No veo yo en qué puede basarse un legislador para intentar prohibir lo que es de suyo algo natural del ser humano.
Las razones que esgrimen los partidarios de restringir o incluso prohibir la vida sexual de los jóvenes son ampliamente conocidas e igualmente repelentes. Suponen que el sexo, por algún motivo misterioso, es dañino para los jóvenes. En cuanto a las relaciones desiguales, creen que el adulto o simplemente el mayor en una relación entre menores está siempre en una situación de superioridad, habida cuenta de su experiencia. Pareciera que estas leyes estrafalarias hubiesen sido dictadas por un violador o seductor profesional que sabe de lo que habla. ¿Por qué la asimetría de una relación debiese implicar un abuso de poder o de autoridad? Si yo aceptara esta memez, tendría que empezar a mirar a mis abuelas y tías y tías abuelas como mujeres violadas por sus propios y legítimos violadores, pues muchas de ellas iniciaron sus relaciones antes de los 21, o de los 18, o quizás de los 16. (Agreguénse edades límite a discreción). Y esto lo negarían ellas obviamente en todos los tonos.
Felizmente no parece que haya ningún retrógrado que quiera prohibir las relaciones sexuales a los mayores de sesenta, aunque tratándose de Chile, cualquier absurdo es posible. En mi país, abundan los macacos, y no todos llevan uniforme.
Así, un porcentaje de gente encarcelada, y por períodos bastante largos, lo está por tener novias menores de edad con las que tuvieron relaciones sexuales. A los señorones no les gusta esto. El hombre de la noticia tiene 23 años y deberá pasar nada menos que cinco en la cárcel, acusado que violar a su novia consintiente. ¿No han pensado nuestros bárbaros legisladores que esto provocará más mal que bien, pues en la cárcel -por un delito que no cometió, que no es delito propiamente hablando y que las autoridades no tiene derecho legítimo para imponer sus propias creencias- no podrá asistir a su novia durante el período de embarazo, ni estar con ella y su hijo durante el parto ni poder encargarse de su sustento y crianza en los primeros años de vida de su hijo?
Sin embargo, esto parece normal a los legisladores chilenos. Así se crea a una madre joven y soltera y en el abandono o dependencia, en el mejor de los casos, de la familia, que es justamente la que, como en este caso que comentamos, está detrás de su terrible desgracia: de estar esperando a su hijo y tener a su amante en la cárcel porque la familia, que rechaza al novio, lo denunció a las autoridades. Un niño nacerá y se criará sin padre presente. Así han de felicitarse las autoridades chilenas, por haber destruido una familia y el fruto y futuro de esa familia.
Pues en Chile tanto el estado como las familias se atribuyen el derecho a determinar los aspectos y experiencias más íntimas de las personas, constatación que pone de relieve el terrible estado de barbarie de nuestro país y su desarrollo tan alejado de las civilizaciones modernas, donde el individuo y su plenitud es el elemento central de las ordenaciones jurídicas y de las costumbres. Pues mientras en los centros de civilización del mundo se concede al individuo libertades incuestionables en el fuero íntimo (que abarca las relaciones sentimentales y sexuales), aquí un grupo de señorones impone leyes imbéciles al resto de la población.
No son estas las únicas leyes absurdas del país. Posee muchas más, que son verdaderas y vergonzantes muestras de simple y llana estupidez, como las leyes que pretenden prohibir el consumo de drogas (que en los países civilizados con asunto personal) o incluso el delito de receptación (que ahora, cuando se detiene a la banda de los Pinochet, vuelve al tapete).
Pero sin duda la mayor rareza del país es su sistema electoral: pues estas leyes absurdas son dictadas por legisladores que, gracias al sistema binominal que dejó la Bestia a modo de legado, y que copió el mal llamado ‘senador' Guzmán de los comunistas polacos en época de Jaruzelski, ni siquiera son elegidos por la población.
Yo creo urgente la derogación de estas leyes ridículas. No tiene el estado ni estos legisladores de origen ilegítimo el menor derecho a inmiscuirse en lo que hacemos los ciudadanos en nuestras vidas privadas. Tampoco lo tienen las familias ni los padres ni tutores. Estos asuntos pertenecen estrictamente al ámbito individual.
Dicho esto, obviamente, no se me escapa la necesidad de proteger a los niños de los verdaderos criminales, violadores y pedófilos empedernidos. Claro está que la población infantil debe ser protegida de gente como el ex senador Lavanderos, pederasta impenitente. O como el ex secretario de Seguridad Interior de Estados Unidos, que fue sorprendido tratando de seducir a una niña de catorce en un chatroom en la red. (El secretario se hacía pasar por alguien mucho más joven). O de esos padres (numerosos por aquí) que violan a sus hijas, y a veces también a sus hijos de edades de hasta cuatro años. Eso simplemente es espantoso.
Pero las leyes para combatir a estos criminales no han de ser peores que el delito. Mientras que a esos delincuentes ha de perseguírseles sistemáticamente (sus actos implican agresiones violentas), no deben ser confundidos con personas involucradas en relaciones, desiguales o no, consentidas y asumidas por propia voluntad.
Las leyes chilenas determinan aparentemente que los menores de edad no pueden tener vida sexual ni entre ellos ni con mayores de edad. La mayoría de edad es un concepto muy arbitrario, fijado a menudo al buen tuntún de los gobernantes de turno según diferentes contextos históricos. En 1920 o por ahí, uno era mayor de edad a los 25. Las mujeres no eran nunca mayores de edad, lo mismo que los retrasados mentales; pertenecían al mismo ámbito, y en el marco de discursos y justificaciones similares, que los animales domésticos.
En Chile la mayoría de edad ha ido disminuyendo. En los años ochenta se era mayor de edad a los 21. Luego a los 18. En otros países se es mayor de edad a los 16.
Pero el criterio mayoría de edad o adultez no siempre ni por doquier aparece asociada a las mores sexuales de la gente. Relacionar la mayoría de edad con la vida sexual es cosa propia de este pequeño y aislado pueblo. En países europeos se vota a los 18. Aunque la mayoría de esas culturas -occidentales y democráticas- prefiere no inmiscuirse demasiado en cuestiones que son responsabilidad y fuero individual, algunas niegan la vida sexual a los menores de catorce.
Cualquiera que lea un tratado de etnología o antropología cultural, o incluso de historia, descubrirá que los criterios que manejan las sociedades para fijar, cuando lo hacen, criterios tales como la mayoría de edad, o la edad en que se estima que la persona es plena y cabalmente responsable de lo que hace, varían muy ampliamente, hasta el punto en que en algunas sociedades se prefieren e instituyen las uniones desiguales en las que usualmente la mujer es bastante joven. No es raro encontrar parejas de niñas de trece con hombres de veinticinco o más años. En Chile colonial eran las uniones preferidas, y aceptadas incluso por la iglesia y fomentadas por la literatura y prohombres de la época, extendiéndose esta costumbre hasta bien entrado el siglo 20. (Véanse las novelas de Eduardo Barrios, Luis Durand y otros).
En algunas sociedades -como en el norte de Sudamérica- se prefieren las uniones en que las mujeres son considerablemente mayores que los maridos. Y los maridos suelen ser niños de catorce.
Las restricciones impuestas a las relaciones entre las personas suelen fundarse en ideologías y creencias más bien fanáticas. En nuestro caso, se quiere prohibir el sexo a los jóvenes -justamente durante el período en que estos viven períodos de intensa, necesaria y saludable exploración sexual.
Es incomprensible que los legisladores hayan adoptado estas leyes insensatas limitando y penalizando las relaciones sexuales de los menores de edad. En primer lugar, no tienen ningún derecho a hacerlo. Los jóvenes, como los adultos, debiesen tener una vida sexual libre, absolutamente sin trabas de ningún orden, como parte de su desarrollo pleno y saludable. Es una etapa en la que se suele experimentar. Y estas exploraciones son muy necesarias para la formación de los jóvenes. No veo yo en qué puede basarse un legislador para intentar prohibir lo que es de suyo algo natural del ser humano.
Las razones que esgrimen los partidarios de restringir o incluso prohibir la vida sexual de los jóvenes son ampliamente conocidas e igualmente repelentes. Suponen que el sexo, por algún motivo misterioso, es dañino para los jóvenes. En cuanto a las relaciones desiguales, creen que el adulto o simplemente el mayor en una relación entre menores está siempre en una situación de superioridad, habida cuenta de su experiencia. Pareciera que estas leyes estrafalarias hubiesen sido dictadas por un violador o seductor profesional que sabe de lo que habla. ¿Por qué la asimetría de una relación debiese implicar un abuso de poder o de autoridad? Si yo aceptara esta memez, tendría que empezar a mirar a mis abuelas y tías y tías abuelas como mujeres violadas por sus propios y legítimos violadores, pues muchas de ellas iniciaron sus relaciones antes de los 21, o de los 18, o quizás de los 16. (Agreguénse edades límite a discreción). Y esto lo negarían ellas obviamente en todos los tonos.
Felizmente no parece que haya ningún retrógrado que quiera prohibir las relaciones sexuales a los mayores de sesenta, aunque tratándose de Chile, cualquier absurdo es posible. En mi país, abundan los macacos, y no todos llevan uniforme.
Así, un porcentaje de gente encarcelada, y por períodos bastante largos, lo está por tener novias menores de edad con las que tuvieron relaciones sexuales. A los señorones no les gusta esto. El hombre de la noticia tiene 23 años y deberá pasar nada menos que cinco en la cárcel, acusado que violar a su novia consintiente. ¿No han pensado nuestros bárbaros legisladores que esto provocará más mal que bien, pues en la cárcel -por un delito que no cometió, que no es delito propiamente hablando y que las autoridades no tiene derecho legítimo para imponer sus propias creencias- no podrá asistir a su novia durante el período de embarazo, ni estar con ella y su hijo durante el parto ni poder encargarse de su sustento y crianza en los primeros años de vida de su hijo?
Sin embargo, esto parece normal a los legisladores chilenos. Así se crea a una madre joven y soltera y en el abandono o dependencia, en el mejor de los casos, de la familia, que es justamente la que, como en este caso que comentamos, está detrás de su terrible desgracia: de estar esperando a su hijo y tener a su amante en la cárcel porque la familia, que rechaza al novio, lo denunció a las autoridades. Un niño nacerá y se criará sin padre presente. Así han de felicitarse las autoridades chilenas, por haber destruido una familia y el fruto y futuro de esa familia.
Pues en Chile tanto el estado como las familias se atribuyen el derecho a determinar los aspectos y experiencias más íntimas de las personas, constatación que pone de relieve el terrible estado de barbarie de nuestro país y su desarrollo tan alejado de las civilizaciones modernas, donde el individuo y su plenitud es el elemento central de las ordenaciones jurídicas y de las costumbres. Pues mientras en los centros de civilización del mundo se concede al individuo libertades incuestionables en el fuero íntimo (que abarca las relaciones sentimentales y sexuales), aquí un grupo de señorones impone leyes imbéciles al resto de la población.
No son estas las únicas leyes absurdas del país. Posee muchas más, que son verdaderas y vergonzantes muestras de simple y llana estupidez, como las leyes que pretenden prohibir el consumo de drogas (que en los países civilizados con asunto personal) o incluso el delito de receptación (que ahora, cuando se detiene a la banda de los Pinochet, vuelve al tapete).
Pero sin duda la mayor rareza del país es su sistema electoral: pues estas leyes absurdas son dictadas por legisladores que, gracias al sistema binominal que dejó la Bestia a modo de legado, y que copió el mal llamado ‘senador' Guzmán de los comunistas polacos en época de Jaruzelski, ni siquiera son elegidos por la población.
Yo creo urgente la derogación de estas leyes ridículas. No tiene el estado ni estos legisladores de origen ilegítimo el menor derecho a inmiscuirse en lo que hacemos los ciudadanos en nuestras vidas privadas. Tampoco lo tienen las familias ni los padres ni tutores. Estos asuntos pertenecen estrictamente al ámbito individual.
Dicho esto, obviamente, no se me escapa la necesidad de proteger a los niños de los verdaderos criminales, violadores y pedófilos empedernidos. Claro está que la población infantil debe ser protegida de gente como el ex senador Lavanderos, pederasta impenitente. O como el ex secretario de Seguridad Interior de Estados Unidos, que fue sorprendido tratando de seducir a una niña de catorce en un chatroom en la red. (El secretario se hacía pasar por alguien mucho más joven). O de esos padres (numerosos por aquí) que violan a sus hijas, y a veces también a sus hijos de edades de hasta cuatro años. Eso simplemente es espantoso.
Pero las leyes para combatir a estos criminales no han de ser peores que el delito. Mientras que a esos delincuentes ha de perseguírseles sistemáticamente (sus actos implican agresiones violentas), no deben ser confundidos con personas involucradas en relaciones, desiguales o no, consentidas y asumidas por propia voluntad.
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