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Mataron a Sultán

[En una casa en un pueblo en el campo chileno, un perro que había desaparecido, fue encontrado destripado en un canal en la parte de atrás de la casa de su dueño. También lo estrangularon. Su dueño sabe quién lo mató, pero no sabe qué hacer con esa certeza. Un espantoso caso de crueldad animal.]

[Amado de Mérici] Mi vecino encontró hoy en la mañana a su perro, el que había desaparecido el viernes en la noche. Estaba en el lecho del canal de riego, que pasa por fuera de la casa marcando los límites del terreno. Tenía un tajo algo circular en la ingle, de donde salían sus tripas sanguinolentas. Tenía la lengua fuera, y los ojos abiertos y azules. Tenía el pelaje sucio, pero no embarrado. Y empezaban a aparecer unos bichos en su cadáver. Llevaba muerto, según puedo calcular, unos dos o tres días. Era el perro de Juan, que lo había adoptado hace doce años. “Conocí a Sultán antes de conocer a mi mujer”, me dijo.

Sultán era un perro lanudo blanco, chico, muy tranquilo, quitado de bulla. Era uno de los cuatro perros de los vecinos. Sin advertírmelo previamente, el viernes en la tarde se marcharon Juan y su mujer, y, aparentemente, algunos de sus hijos –que son cuatro, la mayor de cerca de quince; el menor, de meses. Me di cuenta de que no estaban porque me acerqué a la verja por otro asunto y no respondió nadie. Poco después el corredor de propiedades me llamó para decirme que se trataba de la hermana de la mujer de Juan, que se quedaba para cuidar la casa durante su ausencia. Mi mujer dice que era para cuidar a los niños, pero yo no vi niños esa tarde.

La noche del viernes no había perros en el patio de mi vecino. Están siempre ahí, a cualquier hora del día y hasta tarde por la noche. Sólo estaba Aceituna, la perra preferida del corredor –que tiene sus perros a cargo de mi vecino, contra pago. Esa noche escuchamos gritos y aullidos de uno o más perros que estaban siendo golpeados. Es angustiante, pero no creo que se pueda hacer mucho: aquí en este pueblo, algunos de sus habitantes tienen costumbres muy primitivas y es habitual que los golpeen. No es nada raro ver perros encadenados durante días enteros y seguidos. Nadie fiscaliza. Los vecinos callan, o por temor o porque participan de esa misma bárbara y cruel cultura campesina chilena. Eso oímos esa noche: un chillido agudo. Después, silencio.

El sábado en la mañana mi mujer encontró a la Chola, la perra policial negra que es del corredor y también está a cargo de los vecinos, en la plaza del pueblo, completamente desorientada y desesperada, dándose vueltas sobre sí misma y oliscando a las personas que pasaban. Se alegró mucho cuando la reconoció. Un vecino de la plaza se ofreció a cuidarla mientras mi mujer se ocupaba de los trámites que tenía que hacer. Vino a casa a avisarle a la señora obesa dónde estaba la Chola, la perrita. Puso cara de pepinillo, dijo que no le interesaba y cerró la puerta. ¡Esta era la señora que estaba a cargo de la casa durante la ausencia de sus habitantes!

Mi mujer la fue a recoger. La llevó a la casa de al lado, pero la obesa no abrió. La Chola se quedó en la puerta. Al atardecer, la entramos a casa y la hicimos pasar a la casa del vecino –por razones que no viene a cuento explicar aquí, a la casa de mi vecino se puede entrar por una puerta posterior en el patio trasero de la propiedad. Al día siguiente, en la mañana, la volvimos a encontrar en la calle, y la entramos de la misma manera. En la tarde estaba nuevamente en la calle, y la volvimos a entrar de la misma manera. No había comido. Estaba muerta de hambre.

La otra perra del corredor, que también está a cargo de Juan, tiene aspecto de hiena y se llama Tequila. La encontramos en la calle, pero entró a su casa por otro lugar. El perro Sultán no estaba en ninguna parte. No apareció ni el sábado ni el domingo.

Según nos pareció, entonces, la señora obesa, que venía en remplazo de su hermana, fue a botar los perros, excepto Aceituna. ¿Por qué haría una cosa así? Yo pensaba entonces que era evidente que había recibido el encargo de hacerlo. Aceituna es la perra favorita del corredor, así que quizás era por eso que no le habían hecho nada, ni botarla lejos, ni echarla a la calle. El primer sospechoso era el propio corredor, que le habría pedido a la mujer de mi vecino que botara a los perros, menos a su favorita. Yo lo llamé y lo que me dijo no me tranquilizó. Me dijo: “Mira, no te metas. Si fueron a botar a los perros, pongo otros”. Al corredor los perros no le interesan en absoluto. Si los hubiese mandado a botar, no habría hecho una excepción con Aceituna. El corredor no fue.

La mujer del vecino es la otra sospechosa: que ella le pidió a su hermana que fuera a botar a los perros. ¿Motivo? Los perros no son de ella, son del corredor. Quizás estaba descontenta por el pago, que debe ser bajo, si acaso. Es que la casa donde viven es del corredor, y a cambio del cuidado de los perros y otras tareas, no pagan alquiler. Igualmente, la mujer puede sentir que es demasiado trabajo. Puede tener otros motivos. Esos perros del corredor eran en realidad los perros guardianes de otra propiedad. En su propia casa, eran inútiles. (Creo que en el campo, si un perro no es útil, simplemente lo matan.)

La Chola estaba desorientada en la plaza porque no podía encontrar su rastro, y la razón es que no llegó por propia voluntad, caminando, sino que la llevaron en coche. Por eso no puede volver a ninguna parte. Esta es la conducta habitual de un perro recién abandonado, o perdido. La Chola no se podía perder, porque la plaza donde la encontró mi mujer está prácticamente a un kilómetro de distancia. A la Chola lo fueron a botar. La perra Tequila llegó sola. El perro Sultán no apareció.

Hoy martes llegó mi vecino. En la mañana temprano le pedí que me cuidara los perros, porque teníamos que hacer, urgentemente y juntos, algunos trámites. Él no podía, pero se encargaría su mujer. Yo, temblando. Estaban todos los perros, menos Sultán. “No se puede haber escapado”, dijo Juan. “No se escapa nunca”. En realidad, se hace muy difícil creer que los perros escapen de su casa. Ahí sólo tiene reja la parte anterior del terreno; la parte posterior tiene bastantes huecos, da a un canal de riego y seguidamente a vegetación cerrada y frondosa. Esta es una región rural, y estamos prácticamente a los pies de un cerro. Los perros a cargo de Juan salen prácticamente cuando quieren, y vuelven; pero no se escapan. Cuando tardan en volver, su mujer los castiga, a veces encadenándolos durante horas, a veces pegándoles. Le pido a ella encarecidamente que no deje solos a mis perros durante mi ausencia –que durará máximo dos horas (en realidad, fueron cincuenta minutos).

Al volver, conmoción en casa: tres de mis seis perros se habían escapado, pero Juan los había capturado nuevamente. Y había encontrado el cadáver de Sultán, con las tripas afuera, en el lecho del canal.

Sultán estaba súper rígido. Tenía el pelaje entierrado. El lecho del canal está lodoso, porque dieron el agua hace unos días. Pero ayer lunes no había agua. Creo que dieron el agua el viernes. Su esposa me dijo que ella había escuchado a Sultán gritar anoche tarde, pero que no salió a ver qué pasaba porque no tenía pilas en la linterna. Yo y mi mujer no oímos nada parecido. No que yo recuerde. Dijo que seguramente a Sultán, que quizás volvía a casa, lo habían atacado otros perros. Pensé que la interpretación era sospechosa.

Después de mirar el cadáver, concluyo que Sultán fue asesinado. Lo han cogido probablemente de la cabeza, por detrás, y le han clavado un cuchillo en la ingle, girando la hoja hacia la izquierda para cortarle las tripas y desangrarlo y enseguida, como probablemente Sultán empezó a chillar, lo estrangularon con las manos. Eso explica su lengua salida. Los ojos abiertos. La herida tan claramente hecha con un cuchillo. Además, en el lugar donde estaba, el lodo no estaba removido, no había huellas de perro (y tendría que haberlas habido, porque había barro), y Sultán no estaba mordisqueado ni ningún perro se había comido sus tripas, ni le había hecho pelones en la trifulca (una lesión habitual en peleas de perro), ni estaba despedazado. Tenía una sola herida circular en la ingle. A Sultán lo mató una infrahumana.

Juan me dijo que la interpretación de su esposa no coincide con sus datos. Es decir, ayer en la tarde, entrada la noche, tras llegar, salió a buscar a Sultán justamente por el canal de riego y no entonces no estaba su cadáver. El cadáver lo arrojaron ahí, me dijo, probablemente ayer por la noche, en la madrugada. Esto no lo sabía su mujer, porque no se lo dijo. No se lo pregunté, porque es evidente que Juan salió a revisar el canal con una linterna.
“¿Tanto odio te tienen que han venido a arrojar el cadáver de Sultán en la madrugada para que tú lo encontraras muerto?” Mueve la cabeza incrédulo. Creo que lo que ha ocurrido es que la señora obesa, que probablemente mató a Sultán (no sé si por encargo de su hermana o por propia malignidad), el viernes noche no pudo deshacerse del cadáver o por alguna razón no lo arrojó al canal, que entonces venía con agua. Probablemente dejó el cadáver en una bolsa, escondida, o en algún rincón, y le dijo a su hermana que se encargara del resto. Por eso, ayer noche tarde u hoy temprano por la mañana lanzó el cadáver al canal y difundió luego la historia de que ella había escuchado aullar a Sultán en la noche, sabiendo que estaba muerto, con el propósito de desviar nuestra atención. La verdad es que nadie vino a dejar a Sultán aquí simplemente porque siempre estuvo en la casa. A Sultán lo arrojaron al canal desde la casa misma.

Mi teoría final es que hoy en la mañana, después de que nos marcháramos, la esposa del vecino, en lugar de quedarse en el terreno acompañando a mis perros, se fue a su casa y, mientras su marido se duchaba, lanzó el cadáver de Sultán (que había escondido en su casa su hermana) al canal. Es por eso que su cuerpo estaba entierrado y no embarrado, como debería haber estado. Lo que no anticipó es que tres de mis perros, al oler el cadáver de Sultán, la sangre y el hedor que empezaba a despedir, saltaron hacia el canal. La mujer se vio obligada a llamar a su marido, que salió de inmediato en dirección al canal a buscar a los chuchos. Así descubrió el cadáver de Sultán. No era la intención. Fue casualidad. Si no fuera porque mis perros escaparon, Juan no habría salido a buscarlos al canal y no habría encontrado el cadáver de Sultán, que se habrían llevado las aguas del canal el próximo día de riego. Si Juan no hubiese visto el cadáver, habría vivido con la esperanza -quizás- de que hubiese sido adaptado por una buena persona o familia y fuera al menos feliz. ¿O no fue casualidad?

Tras recuperar Juan a mis perros, los metieron al salón, donde en realidad solemos estar todos. Pero cuando entré a casa la primera vez, no vi a nadie y pensé que estaban todos fuera. Pero la mujer de Juan, que estaba en el patio, me insistió que dos de mis perros estaban el salón. Volví a entrar, los llamé, y entonces aparecieron tímidamente, asomando primero la cabeza, desde detrás de un sillón, mis dos perros, que empezaron entonces a alegrarse y acercarse a mí. ¿Qué les habrá hecho la persona a la que dejé encargada de cuidarlos sin perderlos de vista?

Juan empezó a cavar un hoyo en su patio, junto al canal. Recogió a Sultán y lo metió en una bolsa de plástico. Su mujer le ayudó con la excavación, sacando la tierra con una pala. Yo miré la escena desde la verja. Mi mujer pasó a despedirse de Sultán, y ofrecer sus condolencias a la pareja. Me retiré pensando en cómo podía la persona que miraba con disimulada congoja la bolsa donde estaba Sultán en su tumba, ser la misma que había lanzado al canal, apenas unas horas antes, su cadáver. La misma que probablemente encargó su asesinato a su hermana obesa, y posiblemente se convirtió en cómplice del asesinato cuando trató de encubrirlo y tratar de convencernos de que el Sultán había sido matado por un perro o una jauría de perros en una pelea.

 [En la foto –de Pepa García-, Sultán, o Rex. A su alrededor, apenas un par de huellas de patas de perro –no el revolcadero que debería haber si hubiese sido matado por otro perro. Otra evidencia de que no murió ahí: tenía el pelaje, no enlodado, pese a que el lecho del canal estaba lleno de lodo.]

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