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Arqueología del Mal

[Amado de Mérici] El ex dictador argentino, Jorge Rafael Videla, concedió hace unos meses una entrevista a un periodista de la revista española Cambio 16, en la que defendió su campaña de exterminio de la oposición durante las sucesivas dictaduras en ese país. Entre otras de las cosas en las que dice creer, destaca esta, que en “Argentina no hay justicia, sino venganza, que es otra cosa bien distinta”. Protesta por el hecho de que él y sus cómplices estén en prisión después de haber sido juzgados y condenados, muchos de ellos a presidio perpetuo. Sin embargo, a diferencia de sus víctimas, Videla y los otros no han sido torturados ni violados ni asesinados, y fueron llevados a juicio en un tribunal con todas las garantías jurídicas que ofrece la democracia argentina: con abogados que les defendieron según sus capacidades y con acceso a las fuentes y documentos de la acusación. No fueron sus mujeres ni violadas ni torturadas ni asesinadas para vender a sus hijos. No han pasado ni un día en un campo de concentración. Nadie les arrojó al mar desde aviones.

Es realmente difícil entender que crea o espere que sus crímenes puedan ser justificados o perdonados. Sus actos no tienen perdón de Dios. Pese a sus crímenes, morirá de muerte natural, y, lamentable y probablemente en su casa, cuando la justicia determine que su salud, mental o de otro modo, se encuentra demasiado deteriorada como para continuar en prisión.
Aunque no se explaya sobre este tema, ni se esfuerza el periodista por hacer preguntas pertinentes, aparentemente cree que el hecho de que algunas de sus víctimas fueran guerrilleros de izquierda, que pudieran haber amenazado el orden establecido, y la gran mayoría ciudadanos que apoyaban un cambio social, justifica sus abusos y perversiones. Y no entiende por qué la sociedad argentina exige que pague por esos crímenes.
Tiene la absurda idea de que los militares y sus aliados prestaron un servicio a la patria trasandina, y protesta que “el gobierno actual se ha caracterizado por la asimetría y nos ha considerado sólo a nosotros como la parte beligerante, como el Demonio que tiene que ser condenado y encarcelado”. Exige una igualdad de trato que es imposible. Sus víctimas yacen en el fondo del mar, o de la tierra, en sus cuerpos retorcidos por el dolor de las torturas. Los que según el ex dictador también debiesen ser juzgados, junto con otros miles de inocentes, ya fueron cobardemente asesinados por él y sus secuaces, sin forma alguna de juicio. Por este simple hecho, nada de lo que diga Videla o alguno de los suyos tiene valor alguno –eso equivaldría a aceptar como legítimos los motivos de Caín. Videla es una expresión del Mal en la historia. Un demonio, como lo reconoce. Sus crímenes delatan una dimensión no humana indesmentible. Sus relaciones con la jerarquía católica argentina revelan a un clero penetrado e infiltrado por las fuerzas del Mal.

La organización Hijos reaccionó diciendo que “venganza, por definición, sería robarles sus hijos, secuestrarlos, torturarlos, violarlos, tenerlos en cautiverio, tirarlos vivos al mar, robarles sus bienes, fusilarlos. Nunca hicimos nada de eso ni lo haremos”.
El diputado Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente, declaró, en un análisis profundo y terriblemente pertinente, que Videla, como Pinochet y Hitler, “son ejemplos emblemáticos de idiotez moral, personas absolutamente incapaces de identificar el mal”. Son personas que “nos recuerdan que la idiocia (trastorno profundo de las facultades mentales) es también una patología moral, no sólo mental”. Como es tan evidente en el caso de Hitler, Stalin, Pol Pot, Idí Amín Dadá, Franco, Pinochet, Videla y otros, sus crímenes tienen una dimensión que no explica ni la política ni la historia ni la mera psicología. Para entenderlos hay que reconstruir primero una arqueología del infierno. En sus actos y crímenes, e incluso en sus palabras, hay un odio tremendo, irracional e injustificado, contra el género humano y todo lo que se le asocie. Es lo que une a todos estos dictadores. La política y la ideología, cualquiera su sello, y la historia, cualquiera su interpretación, sólo sirven de excusas para estos monstruos, que ven en los conflictos entre hombres la grieta por la cual introducirse en el mundo humano.

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