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El Liberalismo según Nosferatu

Hace unos días subí aquí unas reflexiones sobre el liberalismo chileno, apoyándome inicialmente en una columna del escritor Eugenio D’Medina Lora sobre el liberalismo peruano y latinoamericano. Don Eugenio ha tenido la gentileza de comentar esas notas en su blog y en otras páginas en la red. Lo que sigue aquí son las reflexiones que me ha provocado su comentario.

Estimado don Eugenio,

Recorriendo la red encontré su comentario sobre mi alegato en ‘Liberalismo de Tómbola’ (aquí en mi blog y en atinaChile) contra los llamados liberales chilenos (véase ‘Liberalismo de tómbola o antiliberalismo Sci Fi’, en el blog del autor) . Lamento sinceramente que se haya usted visto incluido, aun si implícitamente, en mi descripción de los liberales chilenos. Nada tengo contra usted ni le tengo de blanco para nada. Pero empecé esa nota apoyándome en su interesante columna sobre las dificultades que tienen los liberales latinoamericanos a la hora de proyectarse políticamente (véase ‘Liberalismo viable’, en Perú Liberal). De ahí en adelante, me concentré en el liberalismo chileno.

Mi conclusión es que, al menos en el caso de mi país, las corrientes políticas llamadas liberales están alejadísimas de lo que se entiende por liberalismo en el resto del mundo. En lo substantivo, un liberalismo que abandona la defensa de las libertades individuales y de los derechos humanos, y se define sólo o preponderantemente como defensa de la libertad económica y la empresa privada como valor supremo, es un liberalismo de tómbola. Es el liberalismo según Nosferatu, el vampiro.

Se dice que estos liberales no tienen las manos manchadas de sangre, pero durante la dictadura se enriquecieron con las privatizaciones ordenadas por el régimen e hicieron la vista gorda en cuanto a las violaciones de los derechos humanos.

En los años setenta teníamos en Chile un liberalismo respetable y razonable. Uno de sus ideólogos fue el historiador Guillermo Feliú Cruz -del que fui alumno-, que llegó incluso a apoyar al gobierno socialista.

El liberalismo posterior es un liberalismo sin anclaje histórico. El Partido Liberal desapareció en 1973. Sus ideólogos de derechas se incorporaron a un nuevo partido llamado Nacional -conservador de extrema derecha- que luego también desapareció. Hubo luego unos años de vacío, hasta que surgió, de la nada, un partido llamado Renovación Nacional, pretendidamente liberal.

Es contra estos liberales contra los que protesto. No logro entender cómo un liberal puede participar en una alianza con un partido de extrema derecha, que hasta el día de hoy defiende a brazo partido a la dictadura pinochetista. Sebastián Piñera, el candidato de la derecha chilena, es uno de esos liberales de tómbola a los que me refiero. En mi visión de las cosas, un liberal no podría aliarse nunca con elementos de extrema derecha. Menos aun con elementos neo-nazis. Imagino que esto debe sonar extraño fuera de Chile. Pero aquí ocurren cosas muy estrambóticas, como que un conocido juez de la Corte Suprema (Alfredo Pfeiffer), protegido de esa monstruosa alianza política llamada Alianza por Chile (del que Piñera es candidato), ha puesto en duda o minimizado, en una entrevista pública, la dimensión del exterminio de los judíos a manos de los nazis.

(En Bélgica y Francia, los partidos de derechas tradicionales -incluyendo conservadores y liberales- firmaron un pacto de defensa de la democracia, respetado hasta el día de hoy, en que se comprometieron a no aliarse nunca, y menos gobernar, con partidos de extrema derecha, independientemente de los resultados electorales. Allá es donde se entiende que la democracia no es un mero instrumento de votación, sino que está íntimamente unida a la defensa de los derechos humanos y las libertades individuales. La derecha chilena representada por lo que yo llamo el partido del Mal -el partido que defiende a la dictadura, la Unión Demócrata Independiente- no sería admitida en esos países como un actor válido en la vida política. Acá en Chile se lo considera normal. Tan normal que sus candidatos pueden decidir sobre el futuro de Chile, sin que nadie vote por ellos).

Como digo en la nota, los liberales de acá no sólo no defienden las libertades individuales, sino que abogan por su restricción, apoyando incluso las posturas más conservadoras y atávicas. Jamás han protestado por el uso de armas de guerra para el control de manifestaciones políticas y sociales de ciudadanos desarmados. Jamás se han pronunciado contra las torturas y asesinatos cometidos por las policías chilenas, actuales como en la época de la dictadura. Son enemigos de la igualdad de derechos. Se han burlado abiertamente del llamado de los católicos chilenos a fijar un salario mínimo digno (que llamaron ético). Aborrecen del matrimonio homosexual. Han rechazado la ratificación de importantes tratados internacionales de defensa de los derechos humanos. Podría seguir enumerando causas. Son estos liberales, en suma, tenebrosos payasos que se distinguen de los vampiros sólo en que estos últimos son nocturnos.

Estos liberales chilenos no se distinguen de los partidos de extrema derecha. Son liberales de tómbola y mazmorra.

Don Eugenio, mi crítica de los liberales chilenos es inmanente. Rechazo el liberalismo chileno por ser poco auténtico y por no estar a la altura de los verdaderos principios liberales. Los acuso de usurpación ideológica, el mismo crimen de la extrema derecha que se pretende católica.

He leído con mucho interés su columna sobre Pinochet. Estoy plenamente de acuerdo con usted en que "no existe atentado a los derechos humanos ni violación a la vida, en cualquiera de sus formas, que sea tolerable en gobernante alguno, sea de la ideología que sea". Comparto con usted la reflexión de que "como liberal, solo puedo ver en Pinochet a un criminal" (véase ‘El Anti-liberal Pinochet’, en Perú Liberal).

No concuerdo con usted en la imagen que guarda usted de Chile, que hoy es el país con la mayor desigualdad económica y social del continente, con gigantescos bolsones de miseria y despiadada explotación, donde los trabajadores apenas si cuentan con derechos y viven a merced de la codicia patronal.

Rechazo su insinuación de que Salvador Allende fuera comunista. Independientemente de su orientación ideológica, que realmente no es relevante, era un presidente elegido por el pueblo para un proyecto de reforma social que pensábamos era indispensable para el progreso del país. Fue derrocado por la intervención foránea y por la vileza de un grupo de generales traidores. Eso es lo que ocurrió, don Eugenio, como acaba de corroborar en estos días una nueva desclasificación de documentos secretos del gobierno estadounidense. Por esta sola razón, es muy difícil juzgar los logros del gobierno socialista, cuyo plan de gobierno, como ha usted de saber, no era diferente de los planes de las alianzas liberales en Europa, que entonces no aborrecían por principio lo que se consideraba la saludable intervención del Estado en la economía, justamente para asegurar el principio de igualdad de oportunidades para todos.

Por eso, estoy muy de acuerdo con usted en que "el hecho de que alguien sea partidario del libre mercado y de la apertura comercial no significa que sea, necesariamente, liberal". Como se lo dije, nuestros liberales chilenos tienen más de vampiros que de otra cosa.

Finalmente, tengo la impresión de que usted cree que Chile ha recuperado su democracia. Me gustaría convencerle, si es el caso, de que esto aún no ha ocurrido. Chile se rige todavía con la Constitución de Pinochet y Lagos. Esta Constitución establece un sistema electoral llamado binominal para las elecciones parlamentarias.

Este sistema -copiado de la dictadura comunista polaca, que ha sido el único país del mundo, además de Chile, donde se implementó esta farsa- consiste en limitar la participación en esas elecciones a sólo dos bloques de partidos políticos. Lo peculiar es que para cada circunscripción electoral donde han de elegirse dos senadores (en el caso de la Cámara Alta), cada uno de los dos bloques debe presentar dos candidatos (tenemos pues cuatro candidatos). El primer senador elegido es aquel que obtiene la primera mayoría. Pero el segundo senador nombrado no es la segunda mayoría -como en las democracias representativas- sino la primera mayoría del bloque opositor, aun si es superado por el segundo candidato del primer bloque.

Esta farsa implica que el Parlamento está dividido exactamente en dos bloques de número fijo, con lo que gobernar y la mera gobernabilidad, pese a lo que sostienen sus partidarios, es simplemente imposible. El país está paralizado, agarrotado por la extorsión del sistema que entrega la mitad del poder a políticos que no han sido elegidos por nadie y que dependen de las cúpulas de los partidos participantes. Dígame usted si, en este contexto, no parecen mejores las llamadas democracias populares.

Acá los nativos se disputan sobre lo que llaman el sistema presidencialista. En realidad, el presidente ni pincha ni corta, y todo el poder está en manos de la Cámara Alta, de la que los ciudadanos sólo elegimos la mitad. La otra mitad vienen con el sistema -por omisión. Lo que quiere decir que en nuestro sistema el voto del ciudadano vale exactamente la mitad. (Las elecciones presidenciales son del tipo un ciudadano un voto, pero no las parlamentarias).

Por esta razón es razonable decir que Chile vive todavía en dictadura. Y las reformas constitucionales necesarias para eliminar este sistema y volver a una democracia de corte más occidental han sido obstaculizadas y bloqueadas permanentemente por el partido llamado liberal.

Le agradecería mucho si usted contribuyese en su país a contar esta verdad sobre el mío. Es fácil alabar el sistema económico chileno cuando se ignora que el sistema funciona en parte gracias a los enormes obstáculos que entorpecen la formación de sindicatos, a la práctica imposibilidad de la negociación colectiva y al siempre contundente instrumento de la represión policial, que, como antaño,  no desdeña ni las torturas ni el crimen.

Atentamente,

Amado de Mérici

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